Reformas curriculares y enseñanza de la lengua escrita

En la era digital, la reforma educativa es esencial para integrar nuevas prácticas de lectoescritura que reflejen la realidad contemporánea. Ignorar estas transformaciones sociales y culturales sería un retroceso crítico para la formación ciudadana en las aulas.

Las reformas curriculares en los distintos niveles educativos son necesarias para actualizar y adecuar los campos disciplinares y su enseñanza al contexto y sus demandas. Basta recordar que en la escuela argentina se ha enseñado mecanografía, labores, caligrafía, a marchar música militar en las clases de educación física; y que hubo planes de estudio diferenciados para mujeres y para varones. 

Pero hubo un objetivo escolar que perduró siempre: incorporar la masa poblacional a la cultura escrita. El rol de enseñar a leer y escribir significó desde los inicios la razón de ser de la escuela moderna. Hoy, sigue persiguiendo ese objetivo y la enseñanza de la lectura y la escritura en la escolaridad básica buscan, con mayor o menor atino, incorporar a los ciudadanos a la cultura escrita.  

Mientras tanto, fuera de la escuela, las niñas y niños, con su celular, Tablet o computadora cumplen las obligaciones escolares, juegan, se encuentran con pares, consumen mercancías culturales, producen contenidos para compartir: todas prácticas atravesadas por la lectoescritura. Es que gran parte de esa cultura escrita hoy se desarrolla en entornos digitales. 

Sin referirse a los entornos digitales, ya Emilia Ferreiro en sus primeras investigaciones decía que el conocimiento que un niño tiene sobre la lengua proviene mayormente del entorno extraescolar. Especialmente en los contextos urbanos donde la convivencia con la lengua escrita es cotidiana. Hoy sumamos a ese contexto -urbano o rural- el entorno digital, ese nuevo ambiente en que adultos y niños nos desplazamos día a día. 

Una reforma curricular hoy deberá asumir que no es que las y los niños leen menos, sino que leen de otra forma. Porque leer ya no es sólo leer frases; implica saber navegar, usar software o plataformas, conocer otras marcas paratextuales. Hoy, ser una persona alfabetizada implica una multiliteracidad, es decir, el desarrollo de múltiples capacidades, nuevas estrategias de lectura, que no son las mismas o son muchas más que las que debimos aprender las personas adultas, allá -no tan- lejos, cuando nos alfabetizamos. En otros términos, lectura ya no es lectura a secas, sino trasmedial, una práctica híbrida y compleja, difícil de separar de la escritura o de la oralidad. 

Tampoco una reforma curricular podrá relajar en la confusa idea de “nativos digitales”. Quienes nacieron en la era digital no necesariamente están más alfabetizados que quienes debimos tomar clases para encender una computadora o abrir un programa. 

Deberá tener en cuenta también que los ambientes digitales se orientan cada vez más hacia formas intuitivas de aprendizaje, ya que promueven el autoaprendizaje para llegar más fácilmente a toda la población. Esto significa una lógica muy distinta a la de la escuela. Además, así como nuestro cerebro se adaptó al lenguaje escrito -no natural-, también está adaptándose en función de estas nuevas prácticas. 

La escuela ahora deberá arreglárselas para que la superabundancia de información se transforme en conocimiento crítico. Y si antes alentaba la lectura crítica de los medios, ahora deberá hacerlo respecto del funcionamiento de algoritmos, del monopolio de datos, de qué ciudadanía se perfila cuando todos los términos y condiciones son aceptados mansa y constantemente. Es decir, no sólo se deberán repensar en su totalidad las prácticas con el lenguaje: la educación cívica también deberá pensar estas nuevas formas de ciudadanía.  

La desigualdad social hoy se llama brecha digital y obedece a diferentes factores: económicos, sociales, culturales y hasta de género. La escuela debe ahora arar en ese terreno.  

La escuela no podrá ya discutir o elegir entre libros o pantallas, sino pensar todos los formatos y portadores en términos de ecosistema; para no caer en la histórica guerra y falsa dicotomía “escuela versus medios”. El aprendizaje de la lectoescritura, hoy más que nunca, va mucho más allá de los libros y el aula. 

Una reforma curricular deberá reconocer que esto es más que una cuestión de nuevos medios para realizar las viejas prácticas de siempre. Deberá dimensionar las transformaciones sociales e históricas que estamos viviendo respecto a las formas de lectura, de escritura, de autoría, de acceder a la información, de relacionarnos y de ejercer ciudadanía.  

En la era predigital, la escuela tardó muchos años en incorporar las prácticas vernáculas del lenguaje como objeto de reflexión. Resistente, como siempre, a los cambios, ¿tardará tanto en incorporar estas nuevas prácticas vernáculas ahora provenientes de los entornos digitales?  

Una reforma curricular que no esté a la altura de esta complejidad estará empujando a la escuela al suicidio. 

(*) Docente de Lengua en el IFDC de General Roca y de Villa Regina y Lic. en Comunicación Social. 


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