Por qué amamos destruirnos


Con el botón compartir o retuitear la mayoría de los seres humanos dejaron de estar disponibles para el amor y se sumaron a algo nuevo: la dinámica viral.


Cada día hay más bibliografía interesante preguntándose qué le pasó al mundo en los últimos 15 años para que hallamos llegado a este punto de debacle en el que nos encontramos. Hace días se publicó el último artículo de Jonathan Haidt titulado “Por qué los últimos 10 años de vida estadounidense han sido excepcionalmente estúpidos”. Es un artículo que debería leer todo ciudadano interesado en pensar qué nos está pasando a las personas que vivimos en los países democráticos de Occidente. Es largo y sus aportes finales -para salir de este atolladero- quizá sean impracticables y, sobre todo, no sean suficientes para revertir el deterioro de la política y el daño que han sufrido nuestras mentes (devastadas por la guerra política estúpida, pero muy estimulante, en la que estamos enfrascados). Pero es una gran contribución al pensamiento la que hace Jonathan Haidt y por cierto es necesario pensar seriamente en este enorme problema en el que estamos si es que realmente queremos salir de esta catástrofe.

Haidt comienza recordando la visión optimista de la tecnología que teníamos al comienzo de internet. No era un mundo sin problemas: ahí ya nacieron los trolls, pero todos sabíamos que había trolls; los evitábamos y la web nos daba tanto que parecía que los problemas que empezábamos a ver era mínimos y que los superaríamos. Así llegamos a 2011, que comenzó con la Primavera Árabe y terminó con la aparición del movimiento global Occupy: ambos hijos de internet. Parecía que todos los jóvenes del planeta se unían para democratizar la vida política y económica en todas partes, desde El Cairo a Wall Street.

Pero en ese mismo momento Facebook puso a disposición de sus usuarios el botón “compartir” y Twitter inventó “retuitear”. Todo el mundo en las redes sociales estaba a un click de difundir algo que le parecía importante. Según Haidt ahí comenzó la debacle de Occidente. “Los científicos sociales -escribe Haidt- han identificado al menos tres fuerzas principales que unen colectivamente a las democracias exitosas: el capital social (extensas redes sociales con altos niveles de confianza), las instituciones fuertes y las historias compartidas. Las redes sociales han debilitado a los tres”.

Con el botón compartir o retuitear la mayoría de los seres humanos dejaron de estar disponibles para el amor y se sumaron a algo nuevo: la dinámica viral. Ahora lo único que vale es lo que te excita. Lo viral nace siempre del deseo de mostrar indignación u odio por algo “que hace el otro bando” (sea cual fuere el otro bando). Algo que parece tan sencillo -nos lleva “apenas” del simple “me gusta” al más complejo “compartir” o “retuitear”- nos metimos en la vida viral.

Ya lo hemos dicho decenas de veces en estas columnas: está muy estudiado que lo que más tiende a difundirse y creerse en internet es todo aquello que alienta emociones negativas (y que une más pertenecer a “mi grupo”). Eso, sin que nos demos cuenta, nos domina irracionalmente. Como dijo uno de los ingenieros de Twitter que inventó el retuit: “hubiera sido menos nocivo dar armas cargadas con balas a niños de 4 años”.

Haidt recuerda que “los redactores de la Constitución (norteamericana) eran excelentes psicólogos sociales. Sabían que la democracia tenía un talón de Aquiles porque dependía del juicio colectivo del pueblo, y las comunidades democráticas están sujetas a ‘la turbulencia y debilidad de las pasiones rebeldes’. La clave para diseñar una república sostenible… fue construir mecanismos para ralentizar las cosas, enfriar las pasiones, requerir un compromiso y dar a los líderes cierto aislamiento de la manía del momento.” En las redes sociales ese aislamiento para enfriar las pasiones y alejar a los que toman decisiones de la turbulencia y debilidad de las pasiones rebeldes desapareció completamente.

Estamos en medio de la locura. Justamente porque es más sencillo compartir la indignación en internet que detenerse a pensar una verdad que es compleja y difícil de admitir. Por eso ya no tenemos historias compartidas ni verdades que todos admitimos ni instituciones en las que todos creamos: todo es visto según a qué “bando” beneficia o ataca. Lo mismo sucede en EEUU, Argentina o España.

¿Qué hacer? Haidt habla de educar a los niños y jóvenes porque si no el futuro será aun peor. Estoy de acuerdo, pero qué podremos enseñarle si seguimos creyendo que hay dos bandos (uno bueno y otro malo).

No hay vuelta atrás. No podemos ir a un estado anterior a la indignación masiva. Tenemos que pensar -asumiendo que la mayoría vive indignada y no dejará de estarlo- si es posible seguir viviendo juntos en un mundo en el que cada uno cree que los “otros” son los “malos”.

Habrá que pensar todo de nuevo. Habrá que inventar nuevas instituciones y nuevos relatos, porque ya no tenemos una casa en común ni relatos compartidos ni instituciones en las que todos creamos. Las hemos destruido alegremente y hoy vivimos este desamparo.


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