We are the champions: la magia del fútbol más allá de los millones

Recuerdo con nitidez el último día del 2018. Londres estaba muy fría, callada, como si la ciudad también esperara el nuevo año. Con mi hijo Tomás tenemos una costumbre, que es la de salir a correr unas horas antes de que termine el año, para despedirlo.

Así iniciamos el recorrido compartido desde South Kensington hacia Stamford Bridge. Ya cerca de donde pensábamos que estaba el Estadio del Chelsea preguntamos a un chico que esperaba un bus ya vestido para la celebración. El joven nos miró, sonrió y sin decir palabra se sumó a nuestro trote durante dos cuadras. Corrimos los tres, hasta poder ver el acceso al club, invisible hasta ese momento ya que está en una zona de bajo. Fue un momento breve, casi absurdo, pero absolutamente inolvidable.

Un guardia apostado en el ingreso a la cancha, nos permitió correr por su anillo interior, un sector que decorado por las fotos de sus grandes figuras, parece reservado para elegidos.

Esa zona residencial, fue también la última morada de Freddie Mercury, visitada por fans de todo el mundo, a pesar de tantos años de su partida.

Y tras la victoria del Chelsea en la final del Mundial de Clubes de Estados Unidos, no pude evitar volver a sentir esas frías gotas de felicidad, que recorrían nuestras espaldas al retornar por aquellas oscuras y angostas callecitas.

Chelsea se consagró campeón tras vencer con autoridad 3 a 0 a un Paris Saint Germain plagado de figuras y de millones. Cole Palmer jugó un partido memorable: no solo por su par de goles casi idénticos, sino por las decisiones, los gestos mínimos y la exquisita pausa del segundo gol. Joao Pedro una providencial incorporación dotó al equipo de gol en momentos claves. Nuestro Enzo Fernández brindó siempre equilibrio y entrega y el arquero Robert Sánchez seguridad.

Tanto la final, como el cruce entre PSG y Real Madrid en semifinales, tuvo momentos de un fútbol elevado, de ese que no se acostumbramos a ver por estos lares, con la sola excepción de los partidos de nuestra selección nacional.

Sin embargo, conviene diferenciar al futbol con vestigios de deporte y de pasión, del propuesto en esta versión por la FIFA, con premios acumulados obscenos (100 millones de dólares para el campeón), shows musicales en los entretiempos, estadios que no son de futbol y calores extremos.

Hay cosas que no se pueden empaquetar ni vender: el amor por la camiseta, el sentido de pertenencia o la comunión entre un equipo y su gente.

En algunos estadios el Mundial de Clubes pareció más un festival de hamburguesas y cerveza que un torneo de un deporte con historia. Como si el fútbol necesitara convertirse en una franquicia para ser rentable. Como si los bombos y los canticos de los hinchas sudamericanos fueran un decorado exótico.

En ese contexto, la decepcionante actuación de los equipos argentinos dolió. No por la eliminación en sí, absolutamente previsible, sino por el baño de realidad que significó. Sus seguidores, como siempre, estuvieron. viajaron, alentaron como si todo dependiera de ellos. Pero esta vez el fútbol no acompañó. Las actuaciones tanto de Boca, como de River, no estuvieron a la altura las circunstancias, ni siquiera de sus hinchadas.

El PSG a pesar de su extraordinaria Champions League y del 4-0 frente al Real Madrid, dejó a Luis Enrique -como a España en Qatar 2022- , con las manos vacías y una descalificadora reacción frente a un jugador rival.

Y yo, mientras veía levantar la copa, volví a pensar en ese chico que corrió con nosotros en 2018 sin conocernos, solo porque sintió que algo valía la pena en esa historia de un padre y un hijo.

El fútbol, cuando es verdadero, tiene esa magia. La de sumar a uno más, aunque no esté invitado. La de correr juntos, aunque no sepamos por qué. La de cantar We are the champions, y que no suene vacío. Algo tan profundo que ni los millones, ni los algoritmos podrán nunca imitar

Y mientras en el MetLife Stadium caía el telón, yo cerraba los ojos un instante y lo veía a Tomàs, más chico corriendo a mi lado. Y entendía, con el corazón apretado, que hay victorias que no se gritan, se recuerdan.

*Abogado. Prof. Nac. de Educación Física. Docente Universitario. angrimanmarcelo@gmail.com


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