Otro ensayo en un marco alarmante


Buenos Aires se someterá al ensayo de un confinamiento como no se ha conocido en otro lugar: cumplirá cuatro meses de cuarentena al final del ciclo anunciado.


El filósofo Richard Rorty, quien profetizó en los 90 sobre el advenimiento de alguna forma de fascismo a los Estados Unidos, sostenía que una sociedad “idealmente liberal”, en el sentido progresista que le atribuyen al término los norteamericanos, es aquella en la que los objetivos pueden ser alcanzados por medio de la “persuasión” antes que por la imposición. Alberto Fernández presume de encabezar un gobierno progresista; si leyó alguna vez a Rorty -fue un intelectual muy divulgado en la Argentina- bien pudo haberse tropezado ocasionalmente con esa reflexión.

El presidente hizo el viernes un esfuerzo por persuadir a 15 millones de argentinos que habitan el Área Metropolitana de Buenos Aires, un tercio de la población del país, sobre la necesidad de meterse otra vez en sus casas para escapar de la pandemia. Fue una propuesta largamente anunciada, a raíz de la fuerte aceleración de los contagios de coronavirus en el distrito que está en el ojo de la tormenta viral. Planteado como ha sido en los últimos días, el anuncio había entrado ya en el terreno de lo inevitable.

La Argentina muestra la proporción más baja de muertes por millón de habitantes de la región, a donde el virus llegó después de que se conociera su dinámica en Asia, Europa y en parte en los Estados Unidos. Es sin duda el principal logro de la estrategia del presidente y de su comité de asesores, al que no se habría llegado sin un fuerte compromiso de la sociedad.

Sin embargo, el objetivo de la cuarentena decretada desde marzo no era solo el de salvar el mayor número posible de vidas, sino también el de adaptar y fortalecer el sistema de salud para poder hacer frente en mejores condiciones a la llegada del pico de la pandemia. Pasados 100 días de distintos grados de confinamiento en la región más susceptible a los contagios, ese objetivo estuvo lejos de ser alcanzado.


Es un retroceso anunciado: el gobierno había decidido encerrar a todos cuando el virus no tenía circulación e intentó liberar cuando su expansión comenzaba.


Fernández enfrenta en las próximas horas un nuevo desafío: cuál será esta vez la respuesta social a su iniciativa. Sus asesores le advirtieron que la medida solo podrá ser efectiva si se consigue un estricto grado de cumplimiento. La sociedad sin embargo ya ha dado claras muestras de fatiga. La cuarentena ha generado a la gente en todo el mundo trastornos físicos y emocionales, cuyas consecuencias en algunos casos todavía desconocemos. Buenos Aires se someterá ahora al ensayo de un confinamiento prolongado como no se ha conocido en otro lugar: cumplirá cuatro meses de cuarentena al final del ciclo anunciado.

Este experimento se desarrollará en un encuadre social y económico alarmante. Aun cuando continúe la asistencia del gobierno, muchos no tendrán recursos si vuelven al encierro. La cuarentena ha afectado especialmente a sectores medios autónomos y a cuentapropistas. El comercio está en el umbral de un abismo. El panorama es igual de incierto para la economía: el Fondo Monetario corrigió a la baja la estimación la caída de la actividad para este año, que rozará el 10%, sin contemplar el nuevo confinamiento.

Según una estimación de Fiel, la industria tuvo un retroceso de casi 20% en mayo, ya con el inicio de algunas actividades en algunas plantas, y se estanca la expectativa de una mejora. El gobierno, además, no encuentra cómo encaminar la renegociación de la deuda, que habría ingresado en un pantano: el ministro Guzmán admitió que uno de los grupos de acreedores demanda cambios en el formato contractual de los nuevos bonos, que implicarían concesiones de carácter legal por parte de la Argentina. Fernández dijo ser consciente de todo eso.

El presidente se vio obligado a volver atrás por recomendación de los especialistas que han sido responsables de la estrategia para enfrentar el coronavirus. Es un retroceso también anunciado: el gobierno había decidido encerrar a todos cuando el virus no tenía circulación comunitaria e intentó liberar cuando comenzaba su expansión. Justo al revés de lo que vimos en Europa. Hoy nadie sabe cómo ni cuándo saldrá del laberinto.


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