Patricio Sturlese: “Al principio fue un problemón ser best seller”
El novelista de género gótico vendió más de 250.000 ejemplares con “El inquisidor” (2007). Cuenta cómo fue dejar su trabajo de jardinero y ser uno de los pocos argentinos que vive sólo de la literatura.
ENTREVISTA
-¿Cómo fueron los inicios con tu primera novela? -La llevé a un montón de editoriales y la rechazaron. El problema venía cuando me preguntaban mis antecedentes. Lo único que podía decir era que cuidaba jardines, que era mi trabajo hasta entonces. Encima, era un libro de ficción histórica, que versaba sobre la Inquisición, de 500 páginas, con un montón de recodos en la trama, intrigas palaciegas y conspiraciones. Preferían quizás adquirir los derechos de venta de otro autor que ya estuviese en el mercado. No era yo garantía de nada. -¿Cómo entraste entonces al mundo literario? -Conocí por correo electrónico a la agente literaria Claudia Bernaldo de Quirós. Me acuerdo que me pidió tres copias impresas del libro, que tuve que anillar, y para eso gasté una quincena de mi sueldo. Eran como tres guías de teléfono, pesadas. Ella pudo meterlo bien en las oficinas en las que tenía que meterlo. Defendió el trabajo y entusiasmó a un editor muy grande en Barcelona, y éste lo convirtió en best seller de un día para el otro. Random House me compró los derechos y se convirtió en una apuesta editorial. Salió en treinta países hispanohablantes y se iba traduciendo en diferentes lenguas, para salir además en Polonia, Rumania, Alemania, Italia, Rusia, Dinamarca. -¿Cómo fue ese cambio en tu vida? -Era un crisol de cosas que hiciste y que no pensás que iban a llegar ni siquiera a ojos de tus familiares, que también empezaban a verte diferente. Mis clientes de jardinería… Hay una anécdota. Yo le cortaba el pasto a un piloto de avión. En un momento, él llega al aeropuerto de Barajas y ve un cartel enorme de mi libro. Llama a la esposa y le pregunta: “¿Puede ser que nuestro jardinero haya sacado un libro en España?” Ella le dice que puede ser porque tenía entendido que escribía. Y me llamaron. Son esas conexiones locas de unir cables tan distantes. En un momento tuve que renunciar a los jardines que me quedaban diciéndoles a los clientes que tenía que irme al exterior a presentar el libro. Eran cosas que contrastaban. -”El umbral del bosque”, tu tercera novela, fue la primera que presentaste en Buenos Aires. El diario “La Nación” te destacó entonces como el best seller argentino que pocos conocen. -Claro, fue en la Feria del Libro del 2012. Pero antes de hacer una presentación en la Argentina ya había recorrido el mundo tres veces. Mucho tiempo fui un autor extranjero para la Argentina. Incluso para las editoriales, que me tenían catalogado como extranjero. Son detalles graciosos. Pasa que no pertenezco al mundo literario argentino, en el que recién ahora me están conociendo y me invitan. Voy cuando hay algún evento y charlo con escritores cuando me los cruzo. Pero, o sea, mis amigos son otros. -¿Cómo fue pasar de jardinero a best seller? -Sé que es difícil vivir de los libros pero para mí ya es normal, tengo todo el tiempo del mundo para escribir. Es otro trabajo. Al principio fue un problemón ser escritor best seller porque no hubo un punto medio. No es que vendí 200 libros. Mi primera novela vendió un cuarto de millón. Eso me llevó a tener que viajar por todos lados para promocionarla. De estar barriendo hojas en un jardín en Bella Vista pasé a estar presentando una novela en la Feria del Libro de Panamá con el presidente de ese país y yo invitado como escritor internacional. -¿Cómo viviste ese cambio? -Ese cambio abrupto de ambiente me llevó a pequeñas confusiones de lo que era mi vida. Mi entorno empezaba a cambiar. Cuando tu cara aparece en un diario y el otro te ve y te empieza a observar, a través de lo que sos vos para otras personas, te empiezan a mirar de otra manera. Y vos sos, de alguna manera, lo que sos y tu entorno. Si tu entorno cambia un poquito, te sentís un poco asediado. -¿Qué cosas te llamaron la atención? -En el exterior se siguen armando locuras cuando voy a presentar un libro y viene muchísima gente, incluso personas disfrazadas de los personajes que están en los libros. Impacta diseñar un personaje en una habitación silenciosa en tu casa, alejado de todo, y después llegar a un centro comercial y ver ese mismo personaje puesto en vida por una persona que decidió ir caracterizado a una presentación para que le firme el libro. -El contacto masivo con la gente debe haber generado sorpresas, ¿no? -Sí, tenés gente que no está bien emocionalmente, que te acosa. En Quito pasó con un hombre que estaba sentado en una presentación en un centro comercial. El periodista que me presentaba no sé qué comentó que le cayó mal y el hombre le dijo que venía armado y que lo iba a matar. Se lo llevaron y seguimos, pero nadie se queda tranquilo. También cae gente al hotel que no sabés quiénes son. -Al hacerse masivo, ¿se pierde un poco el control de la situación? -Un estadio de fútbol puede albergar unas 60.000 personas, que son cabezas pensantes. Si todos leen tus libros, alguno lo puede tomar de una manera especial, obsesiva, que te puede joder. Cuando vos vendiste libros que equivalen a diez estadios de fútbol, ese número pequeño de personas es cada vez más grande. Son cabezas que piensan y te transmiten cosas. A veces era como que estaba en un Gran Hermano. Sentía que llegaba a mi ciudad y me refugiaba. Tenía la necesidad de pasar por las esquinas donde cortaba el pasto, mirar qué pasaba en ese pequeño mundo. Fue un desafío de salir al mundo a una carrera de obstáculos. -¿Te asustó? -Al principio no lo tenía en cuenta, después empecé a tener más cuidado. En todos los países tengo anécdotas. Me han pasado cosas que no son normales para cualquier persona. Que venga alguien y se siente en una mesa para exigirte cosas, incluso de una forma prepotente. Bueno, Stephen King en su novela Misery hizo un ícono un poco de todo esto, de la obsesión por el escritor. Es un fenómeno real, hay gente a la que tus libros les provocan cosas que no podés controlar. Pero, por suerte, la mayoría es un público muy cariñoso, alegre, interesado en la literatura. -¿Cómo es tu sistema de trabajo? -Soy metódico y profesional para hacer mis libros. Escribo por las noches todos los días, menos los fines de semana. El día que no tengo ganas también tengo que hacerlo. Es un trabajo. Arranco a las doce de la noche y tengo toda la tranquilidad. Creo que el epicentro de la creación está a mitad de madrugada, cuando uno está con los silencios propios de la casa. Es una vida muy especial. Algún día por ahí la cambiaré, pero por ahora soy un escritor nocturno. Duermo desde las seis de la mañana hasta el mediodía, me levanto y empiezo todo trastocado, desayuno a las dos de la tarde, el almuerzo es con la cena y a mitad de la noche hago un break para comer. -¿Qué pensás que es lo que hace que un libro se convierta en best seller? -Eso no lo sé yo, no lo sabe el editor ni lo saben los libreros. Si eso fuera algo que tuviese algún tipo de aspecto reconocible, todos los libros serían exitosos. Cuando salieron libros que rompieron récords de venta, el paradigma que existía hasta entonces se derribaba. Las editoriales decían que un libro que costaba más de 40 dólares no podía ser de megaventas. El “Código Da Vinci” valía más y vendió más de 60 millones de ejemplares. Se rompió el esquema que imperaba. En las librerías la gente se comporta de manera imprevisible. Los grandes éxitos literarios desconciertan hasta a los propios autores. -¿Cómo es esa combinación entre ser best seller pero que no te conozcan en la calle? -Los escritores no son muy conocidos, a no ser Paulo Coelho. No somos conocidos. Te puede sonar de oído si alguien está muy metido en la lectura o el tema de los foros o trabajás en una librería. He ido a librerías a comprar mis libros para regalar y se dieron cuenta de que era yo por la tarjeta de crédito. Que la gente me reconozca en la calle no es algo que me motive demasiado, no tengo ego para esto. Me da igual. No busco eso. Si hay una cámara de fotos no me tiro encima. Lo mío está puesto en otro lado, hablo a través de los libros. -¿Qué es la escritura para vos? -Una forma de ver el mundo y de hablar. -¿Por qué escribís? -Porque lo necesito. Cuando era jardinero, era llegar a mi casa y meterme en un mundo muy particular a mover personajes. Por un lado era una forma de ver que la vida me estaba pasando y no podía lograr llegar a ser muchos roles. No podía ser marino, ni soldado, ni mercader. Es como que dentro de los personajes yo podía desarrollar esos roles pendientes o que me atraían. Cerraba mi ciclo de vida tranquilamente, trabajaba de día y de noche volaba con las historias. -¿Se convirtió en una necesidad? -Sí, porque lo hice siempre. De jardinero, cuando no me daba réditos económicos ni tenía espectadores. Y lo hago ahora relajado. Después del primer libro lo hice presionado de una manera increíble porque todos querían un segundo que fuera del pulso del primero para los lectores y para los editores que fuera igual de comercial. Creo que si hubiese nacido hace 500 años, hoy buscarían en Wikipedia y hubiese aparecido como escritor en el pasado. Es algo que está conmigo, me imagino escribiendo toda la vida. > El elegido Patricio Sturlese (Buenos Aires, 1973) cuenta que si no hubiera sido por la crisis económica que en el 2001 lo fue dejando sin clientes como jardinero, él nunca hubiera publicado “El inquisidor” (2007), su primera novela. Así se convirtió en best seller, con más 250.000 ejemplares vendidos. Su vida cambió: tras doce años cortando el césped en los jardines de Bella Vista, pasó a presentar sus libros alrededor del mundo como escritor de género gótico. Luego publicó otras dos novelas: “La sexta vía” (2009) y “El umbral del bosque” (2012). Hijo de padre genovés y madre argentina, está casado hace ochos años -su mujer es psicóloga- y tiene dos hijos. “Una familia normal, tradicional”, dice el autor, que estudió teología con los jesuitas en el colegio Máximo, dedicándose al Renacimiento y la historia eclesiástica.
Juan Ignacio Pereyra | pereyrajuanignacio@gmail.com
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