Poco ortodoxo

Marcelo Angriman*


El torneo hecho con carácter humanitario e intención de ayudar pecó por parte de sus organizadores y del propio Djokovic de una gran impericia, cuando hay países en emergencia.

Novak Djokovic es un tipo que suele caer bien. Dueño de una infancia cinematográfica, pudo sobrevivir junto a su familia a la guerra de los Balcanes.

Alguna vez confesó: “Vivimos en el sótano de la casa de mi abuelo, junto a mis padres, mis tíos y mis hermanos durante los casi tres meses que duraron los bombardeos”, y que tal experiencia forjó definitivamente su carácter.

Ama su tierra y ello se evidenció en el llanto desconsolado que tuvo al despedirse de la primera ronda de los Juegos Olímpicos de Río 2016, tras felicitar estoicamente en el centro de la cancha a nuestro Juan Martín Del Potro.

El serbio es un resiliente, un contorsionista que llega a pelotas imposibles y que disfruta de sortear circunstancias adversas.

En el Adria Tour (realizado en Serbia y Croacia) hubo abrazos, público en las gradas, cero sanitizantes y casi no hubo barbijos.

Pocos creían antes del 2010 que alguien podía terciar en la eterna disputa entre la impoluta perfección de Roger Federer y la inclaudicable garra de Rafael Nadal, pero allí estuvo él para ser el tercero en discordia y discutirles al suizo y al español, de igual a igual.

Los tres conforman el “Big 3”, que los tiene prorrateando títulos desde el 2010. En su haber Nole lleva 8 Abierto de Australia en igual cantidad de finales, 17 Grand Slam y 78 títulos, siendo el único jugador que ganó todos los Masters 1000. Éxitos que lo catapultaron a ocupar el cetro del ranking mundial actual.

Djokovic se ha distinguido por tener buen humor. Amigo de sus amigos, suele tener gestos afectuosos con sus pares. Son conocidas sus imitaciones de Nadal, Sharapova, Hewitt y Mc. Enroe o sus bromas en partidos de exhibiciones y hasta incluso del circuito profesional. Su vida personal también tiene ribetes singulares, al tener una alimentación sin gluten, ser amante del pop, apoyar a la Iglesia ortodoxa serbia y proclamar abiertamente su militancia antivacunas.

Su personalidad e intenciones de ayudar a sus colegas lo llevaron a ocupar la presidencia del Consejo de Jugadores (Players Council) de la ATP.

Ante semejantes antecedentes, cuesta entender las circunstancias en que el Nº 1, su esposa, el búlgaro Grigor Dimitrov, el croata Borna Coric, el serbio Viktor Troicki, la mujer de este último, el preparador físico de Djokovic y el entrenador de Dimitrov contrajeron coronavirus.

Luego de los partidos del último fin de semana, Djokovic esquivó los controles en suelo croata y regresó a Serbia, con la intención de someterse al test en Belgrado. Prueba que dio positivo.

Si bien en Serbia se había relajado el confinamiento, fue sorpresivo que en el Adria Tour (realizado en Serbia y Croacia) se hayan llevado a cabo muchas actividades sin respetar ninguna de las normas básicas para reducir el riesgo de contagio de covid-19. Hubo abrazos, público en las gradas, cero sanitizantes y casi no hubo barbijos.

También se hicieron públicas imágenes donde los jugadores en cuero festejan en una discoteca colmada, bailando, muy cercanos entre sí y sin protección alguna.

El torneo hecho con carácter humanitario e intención de ayudar pecó por parte de sus organizadores y del propio Djokovic de una gran impericia, basada en no comprender la entidad de ser el Nº 1 de una disciplina deportiva a nivel mundial.

Cuando hay países que están luchando a brazo partido con la muerte, proferir un mensaje con tanta laxitud en los cuidados, por parte de alguien que ejerce una decidida influencia sobre cientos de miles de personas en todas las latitudes del globo, es un despropósito.

A ello debe sumarse la flemática actitud del gobierno serbio, que apoyó sin miramientos el Tour deportivo, como una propaganda libertaria, tras la figura de su gran ídolo.

Ser número uno es mucho más que ser un jugador extraordinario. Es tener plena conciencia de los efectos que puede traer aparejado cada uno de sus actos dentro y fuera de la cancha. No solo en el propio país, sino en toda la urbe.

Por eso es tan difícil ser un Federer, un Messi o un Nadal, aun con sus distintas personalidades. Que el hombre contenga a la figura es quizás el partido más difícil que se debe un deportista de semejante envergadura.

Lo sucedido en el Adria Tour evidencia falta de empatía y de sensibilidad con el que padece. Bien podría haberse llevado a cabo con los jugadores en cancha y sin público, con televisación directa y mensajes alentadores de los protagonistas. Pero no, la desmesura llamó a la puerta y la imprudente presencia de espectadores en el estadio más la trasnochada fiesta posterior hoy pasan cara factura.

Dispendiosa cuenta que debiera llevar a Nole a reflexionar seriamente, si es la persona indicada para estar al frente del Consejo de Jugadores de la ATP.

Es probable que los tenistas se recuperen de la enfermedad y que este sea un mal recuerdo de la subestimación de los riesgos, en tiempo donde la muerte se ríe de los símbolos.

*Abogado, profesor nacional de Educación Física, docente universitario.angrimanmarcelo@ gmail.com


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