La noche que Allen se llenó de pólvora, violencia y muerte
Hace casi 47 años mataron a Santiago Espinel. El hecho quedó sellado a fuego en la memoria de muchos valletanos. El “Cholo” Alenci fue uno de los acusados, pero nunca se halló al culpable.
Una marca de una bala de grueso calibre que todavía permanece intacta en una columna revestida en acero inoxidable, en un edificio del centro de Allen, es la huella que dejó el tiroteo que terminó con la vida de un joven en una oscura noche de hace casi 47 años. El asesinato impune de Santiago Espinel, uno de los hechos criminales más trascendentes que hubo en la ciudad, trazó toda una época en la que el juego clandestino prosperaba en la región y dominaba los sectores de poder.
Ocurrió en un Allen muy distinto, que respiraba pujanza y crecía en tiempos de progreso económico para la fruticultura. La escena se desencadenó en el hotel Mallorca, un edificio de tres pisos ubicado en el corazón céntrico del pueblo y que tuvo para la comodidad de sus huéspedes, el primer ascensor que se instaló en la zona del Alto Valle. La confitería del hotel era el lugar de reunión para parroquianos y familias que llegaban desde localidades vecinas, simplemente para dar un paseo porque la ciudad “invitaba” o para disfrutar de una película ya que a pocos metros funcionaba el desaparecido Cine San Martín.
La noche del domingo 14 de febrero de 1971, Juan Antonio Alenci, el “Cholo” como todos lo conocían en Allen, ocupaba una de las mesas de la confitería del Mallorca junto a su esposa, Laura Grande, y algunos de sus allegados que lo acompañaban a sol y a sombra. El “Cholo” tenía un galpón de empaque en uno de los ingresos a Allen pero durante largos años se lo vinculó a una red de quiniela clandestina que recogía jugosas apuestas en Río Negro y parte de Neuquén, como parte de su actividad principal. Era dueño de un perfil de hombre generoso y tenía la solvencia para dar una mano cuando alguien lo necesitaba. Para unos, un señor exitoso de negocio frutícola. Para otros, alguien que había construido un imperio del juego al margen de la ley.
Santiago Espinel tenía 27 años de edad y era uno de los muchachos que trabajaba para el “Cholo”. Tenía presencia, era pintón.
Esa noche calurosa que anunciaba la previa de la celebración del carnaval, el joven llegó a la confitería del Mallorca y se sentó en otra de las mesas, en la vereda más céntrica de Allen. Alenci se movió de la suya para dialogar con Espinel porque – al parecer – había un tema que “aclarar” y que estaba ligado a un robo de joyas en una chacra donde la damnificada había sido una mujer de apellido Rivero, quien era muy conocida en la localidad.
La conversación en la vereda del Mallorca fue subiendo de tono, se trasformó en una discusión y en ese momento, según el relato de testigos, el “Cholo” le habría dado una tremenda bofetada a Espinel. El joven no pudo controlar la rabia. Cruzó la calle Tomás Orell donde había estacionado su Valiant, buscó un revolver y regresó para cobrársela.
Y sin que le temblara el pulso, desde la puerta de la confitería, le apuntó y le disparó al jefe, quien regresaba del baño junto al “Motudito” Sosa, otro de sus guardaespaldas.
“Arrancá que te mato”, le dijo Espinel antes de gatillar. El tiro sonó como un cañón en el interior del hotel. La bala rozó la cabeza de Alenci y le provocó una herida en el cuero cabelludo. El “Cholo” cayó al piso y enseguida se reincorporó. Ese fue el comienzo de una noche que quedó grabada a fuego en la historia criminal de Allen.
En medio del violento episodio, los hombres que rodeaban al “Cholo” desenfundaron sus armas y abrieron fuego contra Espinel, quien huyó corriendo y sobre la misma vereda encontró un pasadizo para intentar escapar de la balacera.
El “Cholo” estaba en la vereda y se sostenía la cabeza con una servilleta que se iba empapando con la sangre que le brotaba de la herida. Su gente corría de un lado para el otro buscando a Espinel y fue entonces cuando el jefe alzó la voz y – literalmente – mandó a la policía a dormir. “Llegaron dos o tres milicos en bicicleta y el Cholo les dijo: rajen que también hay para ustedes. Y los policías se fueron sin decir nada. Fue una orden y la cumplieron”, recordó un vecino que hoy peina canas.
Sin la policía en las calles, la escena se convirtió en una verdadera “cacería humana”. La zona estaba liberada y la presa era Santiago Espinel. En camionetas y autos, con armas cortas y largas que asomaban por las ventanillas de los vehículos, los hombres del entorno de Alenci y su esposa, buscaron a Santiago por todos lados. Juan Carlos Espinel, hermano de Santiago, recorrió las calles para ubicarlo antes de que fuera tarde. Y esa madrugada, alrededor de las 3:00, el “Cholo” y sus guarda espaldas lo interceptaron en la esquina de Velazco, casi Roca. Le dijeron que no se meta.
La madrugada agitada y en manos de los violentos, hizo que casi nadie se animara a salir de sus casas para ver qué ocurría. Apenas unas horas después Santiago Espinel fue hallado sin vida en un baldío, a unos 50 metros del lugar en el que se produjo el tiroteo, detrás del kiosco de Serfaty. Primero se creyó que había sido herido en el enfrentamiento y que agonizó en el lugar, pero enseguida encontraron elementos que hacían presumir que el cuerpo había sido “plantado” en el baldío. Tenía un disparo en la misma mano con la que sostenía un revolver con cápsulas servidas y no había sangre en el lugar del hallazgo.
A Espinel lo llegaron a buscar hasta en la casa de su madre (ubicada a cuatro cuadras del hotel) donde en la misma mañana del hallazgo del cadáver, todo apareció revuelto. Destruyeron muebles y hasta cortaron los almohadones. Otra de las hipótesis, tal vez la más sólida, marcó a esa vivienda como el posible escenario del asesinato.
Alenci y su esposa fueron detenidos como sospechosos del crimen, al igual que Raúl Sosa y Víctor Tomasini, pero todos fueron liberados a los pocos meses.
La causa judicial por el crimen de Espinel tuvo de todo: el comisario de Allen y el segundo jefe de la Regional Segunda, puestos tras las rejas por la inacción de la fuerza durante la madrugada del crimen; el cadáver fue exhumado para una segunda autopsia; hubo una reconstrucción del hecho con los acusados en el lugar del tiroteo; un testigo que afirmó que vio cómo plantaron el cuerpo pero luego se desdijo y fue imputado por falso testimonio; un ex intendente del pueblo reclamó que él había advertido al gobierno provincial sobre la figura del “Cholo” como el máximo capitalista del juego clandestino en la región y no faltaron las amenazas; Sandy O’Rourke, un periodista que cubría el caso, denunció un atentado a balazos y como si fuera poco, llamativamente, se incendió una parte del juzgado en el que tramitaba la causa.
Aunque ya pasaron casi 47 años del crimen, jamás se supo quién mató a Santiago.
“Sentí que me chistaron de arriba del parral”
Esa joven que hoy es abuela, todavía cree que si la oscuridad de la noche y una extraña situación no la hubieran atemorizado, tal vez Santiago Espinel podría haberle escapado a la muerte.
Nélida Tolosa, “Picky” como todos la conocen en Allen, vivía con su familia en una vivienda que todavía está en pie sobre la calle Sarmiento, a la vuelta del edificio del Mallorca. Esa noche en la que las balas sacudieron el pueblo, llegó de trabajar y sin haberse enterado lo que había ocurrido a pocos metros de su casa, caminó los 20 o 30 metros que tenía por delante el terreno de la morada de los Tolosa.
“Todo estaba muy oscuro, no se veía nada y sentí que me chistaron desde arriba del parral de los Martos, que estaba al lado de mi casa. Me pegué un jabón tremendo y lo único que me salió fue entrar volando a casa”, contó Picky, 46 años después de esa madrugada en la que la gente del “Cholo” dominó la ciudad.
Al día siguiente la joven se enteró de lo que había sucedido cuando el hallazgo del cadáver del Espinel, en la misma cuadra, estremeció a todos. Su hermano, que era menor de edad, fue uno de los que vio al “motudito” Sosa, armado y a los tiros, persiguiendo a Santiago.
“Mi mamá era muy amiga de la mamá de Santiago. Él me conocía porque nosotros habíamos vivido enfrente de su casa. A mí me quedó siempre eso de que él estaba arriba del parral y que fue él el que me chistó. Si yo lo hubiera sabido, lo hacíamos entrar a casa”, se lamentó.
El parral en el que supuestamente se escondió Santiago Espinel, aún existe y esta primavera volvió a reverdecer.
El periodista que llevó el cuerpo y recibió amenazas
Sandy O’Rourke era corresponsal en Allen del desaparecido diario “Sur Argentino”. Fue uno de los periodistas que cubrió el caso Espinel y denunció, en los días posteriores al homicidio, que alguien le disparó cuando caminaba frente al hotel Mallorca con una pila de diarios debajo del brazo.
“La policía se fue a hacer un cerramiento en la Ruta 22 y en la salida hacia Cipolletti. Fue una cacería humana, auto que cruzaban lo revisaban (por la gente del “Cholo”), sea quien sea”, recordó. Algunos años después del hecho, Sandy se alejó del periodismo, pero tiene en su memoria los recuerdos a flor de piel de aquel caso policial que lo cautivó.
“A Santiago lo mataron en otro lugar y lo dejaron donde apareció el cadáver. La posición del cuerpo era extraña y ahí había botellas rotas, sierras de cortar carne porque a media cuadra había una carnicería. Estaba sentado encima de todo eso. Tenía un revolver sin balas en la mano derecha y un agujero pasante en la misma mano, de un disparo ¿Para qué quería un revolver sin balas alguien que estaba huyendo y no lo podía sostener porque tenía la mano herida?, se preguntó.
O’Rourke, que en la citroneta de reparto del diario para el que trabajaba trasladó el cadáver de Espinel hasta la morgue porque no había ambulancia, la mañana del hallazgo, tiene grabados en su cabeza más datos que pudieron demostrar que el cuerpo fue “plantado”. “La teoría más firme fue que a Santiago lo apuntalaron y le dispararon sobre su mano y – ese proyectil– le entró en el pecho. Otro detalle… cuando se encontró el cadáver tenía una remera negra y pantalón blanco. Pero cuando salió escapando de la confitería estaba vestido con un traje color té con leche ¿Cómo hizo para estar perseguido y aparecer a media cuadra con otra vestimenta?”, volvió a preguntarse.
En la casa de la madre de Santiago, donde la gente de “Cholo” había destruido todo a su paso, el periodista tomó algunas fotografías, al igual que en el baldío en el que apareció el cadáver. En el dormitorio de la casa de la madre de Espinel había una azada con el cabo roto que no condecía con el lugar. En el baldío en cuestión, cerca del cadáver, las fotografías habían retratado el resto del cabo que, se estimó, era de la misma azada. El hallazgo de la herramienta hizo suponer que Santiago pudo haber sido golpeado y ultimado en la vivienda de su madre. Y que plantaron el cuerpo para abonar la calificación de la muerte en riña.
El incidente arrancó en la confitería del hotel Mallorca. Alenci le reclamó a Espinel que devuelva lo que supuestamente le había robado a una mujer.
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- El incidente arrancó en la confitería del hotel Mallorca. Alenci le reclamó a Espinel que devuelva lo que supuestamente le había robado a una mujer.
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