Por las rutas misioneras

De la llanura y los bañados de Corrientes pasamos a las largas y empinadas subidas selváticas de Misiones. Algo nos dice que recorrer esta provincia nos va a llevar más tiempo del imaginado.

Jimena Sánchez

De Entre Ríos y Corrientes venimos mal acostumbrados: sus suelos son tan llanos que la primera subida misionera de bienvenida nos deja sin aliento. La transición entre una provincia y otra no tiene preámbulo: hay una línea divisoria evidente de color rojo tierra y verde selva. Entramos por Azara, una pequeña localidad ubicada sobre la Ruta Provincial 1. Esta elección tiene sus motivos: la Ruta Nacional 14 que conecta Corrientes con Misiones tiene tanto tráfico que queremos evitar pensar en camiones, velocidad y ruido. Dormimos detrás de una estación de servicio con todos los lujos que necesitamos: ducha, wifi y despensa. Al otro día amanecemos temprano y solo pedaleamos 19 km hasta llegar a Apóstoles. No es necesario ver ningún mapa para darnos cuenta de que estamos sobre terrenos yerbateros y que este rincón pertenece a la región más representativa de todo el país: la del mate. No bien llegamos, un lector del blog nos invita a conocer el Museo Histórico Juan Szychowski para entender un poco más los orígenes y procesos de esta bebida tan tradicional. Juan fue el primer inmigrante galitziano en llegar a tierras misioneras y creó, con sus propias manos, un torno de precisión, herramientas de madera y hasta una represa sin tener ningún tipo de experiencia sobre el tema y siendo un pionero en este tipo de producción. Con esfuerzo y mucho trabajo consiguió crear un imperio que hoy tiene el sello de Amanda, una de las tantas marcas de yerba mate de la provincia. Damos comienzo a nuestra degustación de yerbas y entre mate y mate descansamos unos días antes de adentrarnos en la mismísima selva misionera. Si nos guiamos por el GPS vemos que el camino es una recta sinuosa que atraviesa el centro de la provincia. Si conversamos con los lugareños sus expresiones no nos resultan muy alentadoras: “ufff, ¿piensan cruzar Misiones en… bicicleta? ¡Las arribadas que van a tener que pedalear, señores!”. Salimos de Apóstoles con intenciones de hacer 52 km. A simple vista el terreno sube y sube y baja, pero más allá del esfuerzo físico, el horizonte selva es un alivio: necesitábamos cambiar de paisaje y ver cerros, verde, ríos, cascadas, elevaciones, curvas pronunciadas y bajadas de tobogán. Nos tomamos un minuto para reflexionar sobre este tema y nos damos cuenta de lo importante que es el paisaje en viajes sobre ruedas, sobre todo arriba de una bicicleta: que el entorno te retribuya vistas tan gratificantes como estas son cosquillas para el alma y uno de los motores para avanzar. Si a cada kilómetro la naturaleza te sorprende, las horas en la ruta se vuelven un pestañeo. La jornada de pedaleo termina antes de lo pensado: llegamos a Cerro Azul con las últimas fuerzas del día. Preguntamos en la terminal del pueblo si podemos tender la carpa bajo techo y pasamos la noche en una galería con pisos de cerámica. La noche está húmeda y el sueño llega a las 9 de la noche. Ciudad de inmigrantes Llegamos a Oberá, la segunda ciudad más grande de Misiones, y cuando pedaleamos por sus calles nos sentimos dentro de una colonia europea: nos cruzamos con hombres y mujeres altos, rubios y de ojos claros. Es que la influencia migratoria en este punto del mapa fue tan grande que aún sigue viva: habitan 15 colectividades que mantienen las tradiciones y la cultura de sus antecesores. En esta ciudad nos espera una pareja que planea hacer un viaje en bici también por Argentina. Su objetivo es aventurarse por el país trabajando en granjas, documentarlo y aprender viajando. Él biólogo, ella antropóloga. Ambos investigadores del Conicet. Nos cuentan que están trabajando sobre dos realidades que tocan bien de cerca a toda la provincia: por un lado, el caso de las tabacaleras y el efecto de los agrotóxicos en los trabajadores; y por otro, las diferencias entre la industria yerbatera industrial y orgánica. Conversamos toda una tarde sobre las problemáticas de la provincia, sobre la explotación de la industria maderera y las consecuencias que se están sintiendo en la selva misionera y en el mundo. También nos muestran su huerta con un entusiasmo que contagia: se alimentan de lo que ellos mismos cultivan, consumen productos orgánicos y de Ferias Francas (ferias organizadas por productores locales) evitando así lo industrializado y contaminado por agroquímicos y otros agregados nada positivos para la salud. A veces nuestra historia deja huellas, pero casi siempre las historias de vida de quienes conocemos en el camino dejan marcas en la nuestra. Hacia las Cataratas Salimos de Oberá después de cuatro días de sol y lluvia. Otra vez nos ponernos metas que no logramos cumplir por las benditas arribadas: en lugar de llegar a Aristóbulo del Valle como lo planeamos, frenamos varios kilómetros antes en Campo Grande. Empezamos a percibir la influencia paraguaya y brasileña que hay por estos pagos: Misiones es una provincia llena de mixturas donde se entremezclan ambos países en lengua y costumbres. Acampamos detrás de una estación de servicio y los camioneros conversan a los gritos hasta altas horas de la noche en un portuñol que no logramos entender, pero intuimos la temática al escuchar “Messi” entre tantas confusas palabras. Al otro día niebla espesa. La visual se reduce a menos de un kilómetro y nos ponemos las pecheras reflectivas para no pasar desapercibidos. A pesar del mal clima nos desviamos de la ruta principal porque desde que pisamos Misiones nos vienen diciendo: “¡no dejen de visitar el Salto Encantado!”, un parque escondido entre la selva con una cascada de más de 60 metros dentro de un cañadón profundo. Luego de recorrer el centro de la provincia nos vamos hacia el Oeste. Dejamos la Ruta 14 atravesando caminos de curvas, contracurvas y vistas panorámicas desde donde se alcanza a ver al río Paraná. Hacemos varias paradas antes de Iguazú y conocemos más historias: la pasión por las bicicletas y las plantaciones de naranjas de Félix en Puerto Piray, el sueño de viajar sobre ruedas de Sugar en Eldorado y la ferviente creencia en Dios de los habitantes de Wanda. Llegamos al punto más norte de todo este periplo con ansiedad y curiosidad de niño: al fin vamos a conocer una de las siete maravillas del mundo.


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