POTENCIAR LA RIQUEZA DE CADA NIÑO

En la gran mayoría de los niños asistidos existen fallas en el registro imaginario, que imposibilita el desarrollo de la fantasía y con ello la posibilidad de jugar, viéndose así comprometida su salud psíquica. Por esta razón, se trabaja con un espacio lúdico sostenido por un adulto que favorece el despliegue de la fantasía y del pensamiento. El juego esta situado al servicio de la comunicación con uno mismo y con los demás.

Por ello, «Barriletes…» afirma que se propone desarrollar actitudes reflexivas, habilitar un espacio que permita el despliegue de las representaciones, dando lugar a nuevos pensamientos que posibilitará un posicionamiento subjetivo diferente. «Permitiendo la puesta en marcha de procesos que favorezcan el desarrollo de la capacidad simbólica y de un trabajo de pensamiento que esté abierto a lo creativo. Cultivar una actitud crítica, qué hacer y para qué hacerlo, enfocando la elección de qué quiero jugar, qué tengo ganas de comer hoy, qué quiero que me regalen para fin de año o para el día del niño», sostienen.

Además se intenta promover el protagonismo y la capacidad de dar y recibir, favoreciendo la posibilidad de elegir: «cuando un niño puede elegir a qué jugar, en su cabecita queda registrada la posibilidad de elegir quién quiero ser en esta sociedad, qué tipo de país quiero, quién quiero que me gobierne, qué sociedad quiero para mis hijos (hijos que en primer instancia son los bebotes)». Las relaciones entre estos niños se inscriben en la dialéctica expulsado/expulsor. Por esta razón, este trabajo propone un dispositivo grupal que ofrezca una membrana contenedora, un albergue psíquico, que habilite el apuntalamiento y el beneficio del apoyo mutuo.

También se plantea alcanzar el desarrollo de una identidad social en los niños como sujetos de derecho para la construcción de una sociedad democrática y solidaria. Se promueve el autoconocimiento, la autoimagen mediante el reconocimiento de las propias capacidades y habilidades que favorecen la autoestima y el proceso de individuación y la confianza en un marco grupal protector diferenciado, evitando la masificación y/o disgregación.

Cuando un niño se expresa a partir del juego y del relato en múltiples voces, se pueden detectar tempranamente factores de riesgo biológicos, psicológicos, comunitarios, sociales y ambientales; como así también las potencialidades grupales con la finalidad de ejecutar acciones comunitarias y sociales pertinentes, favoreciendo el cooperativismo, el desarrollo de valores y la construcción de una malla de sostén confiable y estable», sostienen de esta ong neuquina.

Por ello, las horas de juego grupales son vitales en este proyecto, agrega Basile a «Río Negro». «El juego es el lenguaje del niño, una actividad creadora que le permite conocer y «aprehender» el mundo que lo rodea, despertando su interés por el conocimiento, su capacidad de asombro y su posibilidad de hacer; jugando diferentes alternativas de resolución a las problemáticas que se le presentan. Es la herramienta para conocer aquello que lo aqueja y sostenerlo en su crecimiento. La actividad lúdica habilita un espacio transicional imprescindible para la matriz del desarrollo de la subjetividad, que será el andamiaje sobre el que se sostendrá el pensamiento simbólico».

«Al propiciar la habilitación de espacios lúdicos grupales se brinda al niño la posibilidad de ser sujeto social activo. En sistemas caracterizados por políticas asistencialistas, los niños son rehenes de los adultos, «los niños trabajan de niños», aprenden la pasividad de recibir, a ponerse el título de pobres; entonces, trabajando a partir del juego pueden experimentar otra forma de ser y estar en el mundo, dando la posibilidad de transformar ese lugar, ser sujetos dignos», conceptualizan para ayudar a entender.


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