Redes manchadas de sangre
Sergio Barotto
En una detallada nota publicada en este mismo diario días atrás, se dio cuenta de la muerte de un hombre que vivía en la provincia de Neuquén, por las graves quemaduras que su cuerpo recibió cuando un grupo de personas incendió la vivienda en que se encontraba y, además, le impidió huir del fuego; concretamente, querían que se quemara vivo, habiéndolo a la postre logrado. Tales conductas tuvieron causa en una serie de informaciones falsas que circularon por redes sociales, de acuerdo con las cuales esa persona habría cometido uno de los delitos que más repulsa social suscita: el ataque sexual a nenas de corta edad. Como lo explicita la referida nota, los atacantes se motivaron en “una clásica fake news, basada en un hecho real pero tergiversado y parcializado”.
En el año 2018, un joven de 18 años se suicidó en San Carlos de Bariloche luego de haberse viralizado una información falsa que le adjudicaba haber abusado sexualmente de una joven a él cercana, a partir de lo cual se lo “escrachó” digitalmente y en las calles de la ciudad. El arrepentimiento de la autora de la fake news no fue suficiente ni oportuno, y el muchacho, agobiado por la situación, terminó con su vida. La persona que lo acusó sin motivos dijo luego : “No supe ver el límite de esto”.
Según expertos, al mes de agosto del año en curso, aproximadamente 800 personas habían muerto a partir de noticias falsas sobre el virus Covid-19, otras 5.800 debieron ser hospitalizadas y 60 quedaron ciegas -en el último caso por beber metanol para curarse de esa enfermedad-. La difusión de información errónea o directamente falsa lo ha sido a través de la redes sociales.
“El dilema de las redes sociales” es el título de un documental de importante visualización en Netflix, que expone centralmente los peligros que entraña, para la humanidad toda y los seres humanos considerados individualmente, el uso en modo fundamentalista de las redes sociales. Uno de los aspectos allí tratados es el aumento de la tasa de suicidio de adolescentes relacionada con efectos producidos a partir de unirse a diferentes plataformas virtuales.
Periodistas españoles, bajo el título “Internet, un océano de desinfomación”, postularon que “cualquier persona conectada a internet puede generar y compartir contenido desde cualquier parte del planeta en un instante. En consecuencia, nunca antes habíamos tenido acceso a tanta información, pero eso no significa que estemos mejor informados. De hecho, ahora es más complicado saber si lo que leemos es verdad o no. La Real Academia de la Lengua Española aceptó en 2012 el neologismo que da nombre a este fenómeno: infoxicación. Se refiere al agobio que sentimos cuando nos llega demasiada información de golpe y nos cuesta procesarla”.
Complementariamente, si infoxicación es la intoxicación informativa individual, la palabra infodemia define a la epidemia informativa colectiva, y la Organización Mundial de la Salud utiliza dicho último término cuando se refiere a la sobreabundancia informativa falsa y a su rápida propagación entre las personas.
Fernando Savater asegura que las redes “tienen sus desventajas, pues terminamos por creernos lo que nos llega por Internet”, sea verídico o no, agregando que “en las redes sociales hay cosas útiles, necesarias y valientes, pero también tremendas, manipuladoras y engañosas. De ahí la importancia de educar para manejarlas con responsabilidad”.
Correlato de lo anterior lo explicita el documental de Netflix: los peligros que entraña el uso de la comunicación digital masivisada son de envergadura , cuando a su uso adictivo se le une una carnada irresistible (matar a un abusador de menores, por ejemplo); los casos reseñados al inicio dan cuenta de ello.
La comunidad políticamente organizada, es decir, el Estado, no debería soslayar el estudio de la problemática del uso de las redes sociales para generar movimientos que persigan castigar a una persona que se presume ha cometido un delito. Tal afirmación tiene fundamentos indiscutibles: se es inocente hasta que un juez o una jueza, previo proceso judicial inmaculado, diga lo contrario, estado que se mantiene hasta que la condena no admita ya más revisiones; lo último no es una opinión sino que lo impone la ley.
Nunca antes habíamos tenido acceso a tanta información, pero eso no significa que estemos mejor informados.
La espontaneidad y la velocidad con que se activan y divulgan tales tipos de convocatorias se erigen como obstáculos difíciles de superar para cualquiera de los tres poderes del Estado a los que les toque actuar, desde sus respectivas competencias funcionales; para impedir que la turba actúe, por el lado de los Ejecutivos y Legislativos y, en su caso, penalizar a los consecuentes responsables, a cargo de los Judiciales; mas tales circunstancias no pueden ser óbice para que no existan, como mínimo, intentos institucionales que apunten a aventar el riesgo altamente probable de reiteración del uso de las redes sociales para motorizar linchamientos.
Con el fin de neutralizar alguna interpretación antojadiza de la propuesta de acción estatal señalada precedentemente, se especifica que la misma deberá respetar a ultranza el derecho constitucional y convencional a la libertad de expresión y a uno de sus componentes esenciales, cual es el derecho a recibir la persona humana todo tipo de información, especialmente aquella de interés público.
Como parte de tales políticas públicas, los propietarios de las empresas que operan las redes deberán demostrar que sus cuasi mágicos algoritmos digitales no solo sirven para espiar y exacerbar necesidades materiales de los seres humanos.
Si solo se deposita el problema planteado en el anaquel del anecdotario sórdido de las policiales, las redes sociales se continuarán manchando de sangre, a no dudarlo.
* Juez y profesor universitario. “Nunca usuario de redes sociales”.
Sergio Barotto
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