Responsabilidad ecuménica

MIGUEL ÁNGEL ROUCO (*)

Una rápida mirada al mundo nos devuelve inmediatamente a la Argentina. Las revueltas iniciadas en Túnez y que hoy se extienden desde el Atlántico hasta el golfo Pérsico han convertido a gran parte del Islam en un caldero. Con la bandera de mayores libertades y una apertura democrática, los musulmanes van en busca de derrumbar “El último alcázar”, una suerte de “Cortina de hierro” que los separa de la modernidad. ¿Por qué razón resuena el mundo árabe? ¿Es simplemente, un grito de libertad o existe un agotamiento de la sociedad? ¿Qué los lleva a ese estado levantino cuando muchos de ellos vivieron tranquilos durante muchos años de la superrenta petrolera? La mayoría de los pueblos sublevados presenta un perfil demográfico muy joven: 3/5 de la población tiene menos de 30 años. El modelo monoproductivo sirve para pocos y deja a muchos excluidos si no se utiliza esa superrenta para generar nuevas inversiones. El modelo estatista, militarizado, generó una amplia red de corrupción que agotó los recursos generados por los hidrocarburos. En consecuencia, éste se agotó y dejó a gran parte de la población bajo la línea de pobreza y con escasa calificación. Jóvenes, pobres, excluidos y sin horizonte generaron un ambiente volátil. Sólo faltaba un detonador: el alza del precio de los alimentos. El mundo árabe, a excepción del petróleo, es pobre en recursos naturales y constituye un importador neto de alimentos para una población cada vez más numerosa y joven que no se conforma con vivir sólo la cultura ancestral, sino que busca subirse a la globalización y no quiere perder el tren de la historia. De poco sirven la cultura y la religión cuando faltan comida y dinero, en especial, en civilizaciones que hicieron del comercio su estilo de vida. Bereberes, árabes, fenicios, persas, otomanos todos cruzados por el eje mercantil. Unieron Oriente y Occidente, siglos de historia, imperios y dinastías construidos por el comercio. Pero faltan alimentos. El alza de los comestibles es en un serio dolor de cabeza para la dirigencia mundial porque se está convirtiendo en una usina generadora de inflación y, consecuentemente, de pobreza. El Banco Mundial y las Naciones Unidas encendieron la luz de alerta. La crisis del 2008 dejó a más de mil millones de habitantes en la pobreza y sólo entre junio y enero el alza de los alimentos produjo otros 44 millones de nuevos carenciados. El precio de los comestibles llegó en enero a su máximo histórico. En este contexto, el Grupo de los 20 dejó de lado las sofisticaciones sobre los tipos de cambio o el control de los sistemas financieros y apuntó, como tema principal de sus deliberaciones, la suba de los alimentos. Desde mañana en París, los ministros de Finanzas del G-20 tratarán de acordar mecanismos para mitigar la suba de los precios. El llamado realizado por Naciones Unidas y el Banco Mundial para aumentar la oferta de alimentos convierte a la Argentina, como proveedor de ellos, en un factor decisivo para evitar mayores estallidos de violencia en el mundo. El incremento de los precios de los alimentos ha vuelto a ocupar el centro de la atención mundial, luego de que en enero alcanzaran un máximo histórico. En su séptimo mes consecutivo de incremento, el índice de precios de alimentos de la FAO tocó su nivel más alto desde que comenzó a medirse en 1990, en términos nominales, y superó el pico de 224,1 registrado en junio del 2008, durante la crisis alimentaria de 2007/08. El índice, que mide los cambios mensuales de lo que cuesta una canasta de alimentos compuesta por cereales, semillas, lácteos, carne y azúcar, promedió 230,7 puntos en enero, frente a los 223,1 de diciembre. De allí que la Argentina pasa a tener una responsabilidad ecuménica en esta hora crítica. El rol de la administración Kirchner en las deliberaciones de París será clave para ayudar al mundo y éste requiere una respuesta responsable y adulta desde Buenos Aires. Pero mientras en el planeta ya se analiza la posibilidad de crear stocks de alimentos para situaciones de emergencia en casos de catástrofes o revueltas populares, el gobierno argentino está analizando plantear su rechazo a cualquier tipo de pacto o control sobre el precio de los comestibles, tal como lo anticipara el ministro de Economía, Amado Boudou. Nuevamente la Argentina dándole la espalda al mundo. La comunidad internacional guarda malos recuerdos del rol que jugó durante la Segunda Guerra y en la inmediata posguerra. Cuando el planeta esperaba una actitud responsable y solidaria del “granero del mundo”, se encontró con una actitud miserable y egoísta frente a una de las mayores tragedias de la humanidad. Hoy, todavía, algunos países le recriminan a la Argentina el deplorable comportamiento. El gobierno nacional tiene que tomar una decisión clave: eliminar todas las trabas a las exportaciones de granos, harinas, aceites y todo tipo de alimentos. Desde las retenciones hasta permisos burocráticos, todo eso debe ser suprimido, con el objeto de aumentar la oferta de comestibles de una manera rápida y efectiva, para disminuir la inflación, la pobreza y el hambre en el mundo. El país guarda en sus silos unos 85 millones de toneladas de granos –trigo, maíz, soja y girasol–, en su gran mayoría para exportar. Un gesto solidario puede traer enormes beneficios a futuro. Eso también es diplomacia, a pesar del escaso valor que le otorga el gobierno kirchnerista a las relaciones internacionales. La Argentina tiene la oportunidad histórica de presentarse al mundo tendiendo una mano solidaria. No es tiempo de mezquindades ni de actitudes miserables o especulativas. (*) Analista económico


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios