Procesan 50.000 toneladas de madera al año en Río Negro gracias a un clásico argentino
Hace 25 años, los Mraca desembarcaban en Río Negro. Llegaron desde el norte de Buenos Aires con décadas de tradición maderera y con un caballito de batalla que les permitió afrontar crisis. No solo tuvieron éxito: en Roca se ubica hoy el centro de operaciones de la empresa familiar, comandada por su cuarta generación.
La historia del cajón de frutas más emblemático del país tiene un origen inesperado: la vida de una familia inmigrante que empezó de cero en el Delta bonaerense y terminó transformando para siempre al agro argentino. Los Mraca (cuatro generaciones dedicadas a la madera) trajeron al país el modelo de cajón liviano descartable, hoy omnipresente en chacras, empaques y mercados. Lo impulsaron como respuesta a una crisis y lo convirtieron en el puntal de un negocio que, casi un siglo después, sigue creciendo.
Ese recorrido, que nació en Tigre y atravesó Salta y Mendoza, encontró su punto de inflexión en el Alto Valle. Allí, en General Roca, la familia consolidó su planta principal y se convirtió en líder nacional de envases de madera para la frutihorticultura. “Siempre nos dijeron que nuestro apellido es sinónimo de madera”, resume Nicolás Mraca, hoy presidente de Patagonia Envases y heredero de una tradición que comenzó cuando su bisabuelo llegó desde Grecia en 1930.
De Grecia al clásico cajón de frutas
La saga comienza con Nicolás Mraca, bisabuelo del actual presidente y primer eslabón de una historia que combina migración, trabajo artesanal y visión industrial. Llegó desde Grecia en 1930 y se empleó en un aserradero de Tigre, en plena zona maderera del Delta del Paraná. Con esfuerzo abrió su propio aserradero y, con el tiempo, lo convirtió en el más grande de la región. Fabricaba cajones de madera para la industria cervecera, apoyado luego por su hijo Miguel Mraca, abuelo del actual titular. “Ellos llevaron un trabajo artesanal a un nivel industrial, pero sin perder el detalle”, cuenta Nicolás.

La primera gran crisis llegó cuando las cerveceras reemplazaron los envases de madera por plástico, en la década de 1970. Fue el punto de quiebre que impulsó a Jorge, padre del actual presidente, a mirar hacia Europa, donde avanzaba un nuevo envase liviano para frutas y verduras. En 1978 importaron maquinaria y lanzaron en Tigre el primer cajón descartable del país. La resistencia inicial fue inmediata: “Los clientes lo miraban y decían: ‘es livianito, seguro se rompe’. Costó mucho convencerlos”, recuerda Nicolás.
Pero funcionó. El cajón liviano, fabricado principalmente en álamo, se volvió el estándar de la horticultura y la fruticultura. Hoy sigue vigente. “El cajón mantiene su firmeza incluso con transporte terrestre de largas distancias; conserva mejor el frío, es más térmico que una caja de cartón. Y además tiene imagen, frescura, fortaleza”, explica. La demanda externa también lo sostiene: Rusia y mercados europeos lo siguen eligiendo por su resistencia. En Argentina ocurre lo mismo: “De Salta a Buenos Aires o a la Patagonia hay muchísimos kilómetros; la madera aguanta”.

Con esa innovación, los Mraca se transformaron en pioneros del envase descartable de madera y comenzaron a abastecer a polos productivos distantes desde Tigre. Pero la expansión territorial estaba recién empezando.
Del norte al Alto Valle
La primera escala de la expansión fue Salta, adonde desembarcaron en 1980 con una planta de ensamblaje. Allí abastecieron a productores hortícolas, bananeros y a empresas que, con el tiempo, se convirtieron en clientes históricos. “Hoy trato con hijos o nietos de quienes trataron con mi padre”, dice Nicolás. La fidelidad de esos vínculos se volvió una marca registrada de la familia.
Dato
- 20.000
- Número de cajones diarios que puede producir la planta de General Roca.
El segundo gran capítulo empezó en el año 2000: el desembarco en el Alto Valle. “Llegamos y nos enamoramos”, recuerda. El ingeniero agrónomo Norberto Serventi fue clave para abrir puertas y facilitar la inserción en una región con tradición maderera propia. La empresa alquiló galpones en Roca y Allen, y en 2009 adquirió la propiedad donde hoy funciona su planta principal. Allí montaron también uno de los hornos de tratamiento térmico más grandes del país, necesario para cumplir con las exigencias fitosanitarias de exportación.
La mudanza definitiva desde Buenos Aires se explica por un motivo simple: en el Alto Valle encontraron clientes y proveedores en un mismo territorio. La fruticultura demandaba millones de envases, y la zona proveía la materia prima central (el álamo) gracias a sus cortinas rompevientos. Esa combinación convirtió a Roca en el nuevo corazón operativo de la empresa.

Hoy Patagonia Envases procesa 50.000 toneladas anuales de madera de álamo, pino y eucalipto, tiene capacidad para producir 20.000 envases, 1.500 pallets y 300 bins por día, y emplea a decenas de personas que sostienen operaciones durante todo el año. Atiende a las grandes firmas frutícolas de la Norpatagonia. “Queríamos traer al Valle toda la experiencia acumulada desde mi bisabuelo. Y acá encontramos el lugar indicado”, afirma Nicolás. La planta de Tigre quedó atrás: la del Alto Valle es ahora la base estratégica y productiva de la compañía, líder nacional en su rubro.
Valores, equipo y futuro en Río Negro
El éxito de los Mraca no se explica solo por un producto. Su filosofía desde que ingresó Nicolás es otra: no ofrecer un envase, sino un servicio integral. “Queríamos acompañar al productor desde la chacra hasta el contenedor”, explica el presidente de la compañía. Así sumaron desde un comienzo bins y pallets, ampliando su oferta y convirtiéndose en un proveedor integral para la fruticultura.

La diversificación también los llevó a entrar con la madera a otros sectores, tales como el hidrocarburífero, el minero y las industrias del cemento y del aluminio. El objetivo: amortiguar el impacto de la estacionalidad frutícola del Valle. El espíritu viene del padre: “Él siempre me dijo: hay que hacer lo difícil, porque lo fácil lo hacen otros. Lo difícil es lo que nadie quiere hacer”. Ese lema quedó grabado como brújula empresarial.
Los valores que sostienen el negocio se mantienen desde hace décadas: cumplimiento, calidad, simpleza, honestidad y relaciones duraderas. Y un pilar central: el equipo. “Tengo un equipo tremendo, sin ellos no podría hacerlo. Me gusta delegar y verlos crecer. No quiero que el negocio dependa de una sola persona”. También destaca el acompañamiento familiar: su esposa y sus cuatro hijos son parte del sostén cotidiano del proyecto.
«Mi padre siempre me dijo: ‘hay que hacer lo difícil, porque lo fácil lo hacen otros’. Lo difícil es lo que nadie quiere hacer.»
Nicolás Mraca, presidente de Patagonia Envases.
Hoy la dirección está compartida entre Nicolás y su padre Jorge, que sigue presente con la misma vocación de siempre: recorre el galpón, observa la madera, supervisa tractores, da consejos. “Es su vida y su pasión, y es mi apoyo”, dice su hijo.
Mirando hacia adelante, la familia se prepara para un nuevo paso: buscan desarrollar un sistema silvopastoril en al menos 100 hectáreas en el Valle Medio del río Negro. Una integración productiva que une tradición forestal, manejo sustentable y una nueva etapa de crecimiento.

Casi cien años después de la llegada de aquel inmigrante griego al Delta, los Mraca aún escriben una historia donde lo artesanal y lo industrial se sigue conjugando, y donde todavía prepondera el clásico cajón que marcó a fuego la producción y comercialización de frutas y verduras en Argentina.
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La historia del cajón de frutas más emblemático del país tiene un origen inesperado: la vida de una familia inmigrante que empezó de cero en el Delta bonaerense y terminó transformando para siempre al agro argentino. Los Mraca (cuatro generaciones dedicadas a la madera) trajeron al país el modelo de cajón liviano descartable, hoy omnipresente en chacras, empaques y mercados. Lo impulsaron como respuesta a una crisis y lo convirtieron en el puntal de un negocio que, casi un siglo después, sigue creciendo.
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