El corazón rural de Cordero: la vida de Marta Pino contada desde la tierra

Nacida y criada entre chacras, es de esas mujeres que parecen tener el alma hecha de sol y tierra

Por Juan Pablo Iozzia

Con las manos curtidas por el trabajo y la sonrisa siempre lista, representa a una generación que aprendió a hacer mucho con poco, a levantarse temprano y a no rendirse nunca. Su historia es también la del pueblo: madrugones, familia y una calma que solo se encuentra donde el horizonte es campo abierto.

“Me considero una mujer auténtica, valiente y decidida a enfrentar cualquier desafío que me proponga”, dice Marta, con ese tono firme y sereno que tienen las mujeres del campo. En su chacra, los días arrancan antes que el sol. “Me levanto a las seis o siete, tomo unos mates y arranco con el trabajo. Largamos las ovejas, atendemos la quinta, y cuando es temporada de alfalfa, el día se pasa arriba del tractor. Empiezo a las seis de la mañana y no paro hasta el mediodía. Después de almorzar, engancho el rastrillo, preparo las gavillas, y al otro día sigo con la enfardadora hasta terminar el trabajo.”

En esa rutina hay sudor, pero también hay alegría: el orgullo de ver crecer lo que uno cuida, de saber que cada fardo, cada planta, tiene un pedacito de su historia. “Lo que distingue a la gente de Cordero es la manera en que trabaja la tierra”, dice Marta, mientras acomoda una gorra que ya es parte de su identidad. Y enseguida agrega, con cierta nostalgia: “Ya no queda mucha gente nativa que lo haga; la mayoría son extranjeros que hoy trabajan la zona.” Aun así, el espíritu de comunidad sigue firme: “Tenemos un grupo de WhatsApp donde compartimos ideas y experiencias, y eso nos mantiene conectados como comunidad rural.” Entre risas y mensajes, el campo también se moderniza, pero sin perder su esencia.

Su infancia quedó marcada por esos recuerdos que no se borran. “Íbamos caminando o en bicicleta a la escuela, y a medida que avanzábamos se iban sumando más chicos. Llegábamos todos juntos, riéndonos y jugando. Así se nos hacía más corto el camino.” Marta creció en el paraje El 15, a unos pocos kilómetros del pueblo. Aquel paisaje de caminos de tierra, viento limpio y mates en ronda todavía late en su memoria, como una foto que se niega a desteñirse.

Hoy mira alrededor y sonríe al ver todo lo que cambió. “Los cambios son impresionantes: hay escuela primaria nueva, secundaria, cajero automático, un municipio más amplio, farmacias, ferreterías, y transporte para los chicos que vienen de las zonas rurales”, enumera con orgullo. Cada logro lo siente como propio, como si el progreso también se hubiera sembrado en su patio, junto a las ovejas y los álamos.

Y cuando le preguntan qué es lo que más la emociona, su voz se vuelve más suave: “Lo que más me enorgullece es haberme criado y también poder criar a mis cuatro hijos en este lugar tan natural y tranquilo.” En esa frase se resume su vida y la de tantas familias de Cordero: la de un pueblo que sigue de pie, con los pies en la tierra, el corazón en la comunidad y la certeza de que la vida, aquí, se mide en mates compartidos y trabajo bien hecho.


Por Juan Pablo Iozzia

Registrate gratis

Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento

Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora