Seguridad de presas, energía y truchas

FRANCISCO BAGGIO (*)

Se han minimizado desde siempre las consecuencias por posibles eventos hidrometeorológicos para esconder, claro está, la falta de políticas públicas e inversión en relación a las represas y sus embalses. El tema y sus consecuencias surgen una y otra vez. Ya sea por crecidas extraordinarias, acumulación de agua en embalses, erogaciones máximas o grandes sequías, ocurran por obra de la naturaleza o por manejos discrecionales de las cuencas con el claro objetivo de favorecer el negocio de la generación de energía hidroeléctrica. En los últimos días, cumpliendo a rajatabla con las gerenciadoras de las presas se limitó el caudal del río Limay a un escasísimo hilo de agua, situación que despertó una vez más la alarma de ambientalistas preocupados por la destrucción y muerte no sólo de las truchas sino también de ecosistemas enteros. Pero esto no es todo. Sabido es que en invierno la nieve y el agua caídos en las altas cuencas y montañas se congela debido al intenso frío y se convierte en hielo. Luego, allá por octubre, comenzará a descongelarse y bajará por los ríos patagónicos. Hasta aquí, todo normal. Pero puede ocurrir, y de hecho ha pasado, que en ese momento los embalses y el caudal de los ríos estén operando al máximo. La pregunta obligada es: ¿qué harán las gerenciadoras de las represas con el excedente de agua? Lógicamente van a erogar todo lo necesario ya que están o se acercan a una crecida máxima probable. Pero, ¿que sucedería si, además, los meses de octubre, noviembre, diciembre, enero o febrero traen temperaturas excesivas que produzcan violentos deshielos o son meses de lluvias intensas y persistentes? Está claro que las consecuencias son impredecibles. Cambio climático, calentamiento global o efecto invernadero son variables que no se evaluaron o no se contemplaron debidamente al momento de diseñar los sistemas de presas en la década del sesenta. Se están dando condiciones que se ven en forma aleatoria pero llevan a pensar seriamente en que puede generarse como mínimo una hipótesis de conflicto. Sólo para recordar, en el año 1899 el agua les pasó por encima a las ciudades de Cipolletti y General Roca. En el 2006 el río Neuquén experimentó la máxima crecida de la que se tenga registro, durante la que estuvo en riesgo la presa Portezuelo Grande en el complejo Cerros Colorados, y mucho más cercana en el tiempo y en la memoria está la inmensa inundación sufrida por el pueblo de Sauzal Bonito. Sin pretender ser alarmista, sorprende el silencio y desinterés de los funcionarios de la Autoridad Interjurisdiccional de Cuencas (AIC) y del Organismo Regulador de Seguridad de Presas (Orsep), que no han tomado ninguna o casi ninguna medida contundente ante la posibilidad o riesgo de un colapso hídrico. Realizar anualmente jornadas de gestión de riesgos y respuestas ante emergencias es importante como acción preventiva primaria, pero no suficiente. A los hechos me remito: • Arroyito, que es la última presa del río Limay, tiene capacidad para contener y erogar un caudal de 2.700 metros cúbicos por segundo, cuando la posibilidad es que el río Limay crezca hasta los 4.200 metros cúbicos por segundo. • Portezuelo Grande, entre contención y derivación, puede sostener 11.500 metros cúbicos por segundo. La crecida máxima probable del río Neuquén en ese punto es de 14.000 metros cúbicos por segundo. De ocurrir un sobrepaso en la cota de los embalses también se produciría –paralelamente– una importante erosión del dique por tratarse de obras de materiales sueltos, es decir sin hormigón. Ello traería consecuencias estructurales severas. Para resolver esta problemática, desde hace tiempo se insiste en la faraónica y millonaria obra de Chihuido, obra varias veces anunciada y comprometida pero que no arranca básicamente por los casi insalvables obstáculos en el esquema de financiamiento del proyecto y que, de concretarse finalmente, su estimación de puesta en operación no parece predecible sino más bien lejana. Existen calificados documentos técnicos que dan cuenta de la buena salud de que gozan las presas del Comahue, a pesar de que algunas están cerca de los cuarenta años. Pero no pueden ignorarse livianamente los informes y advertencias que en los años 1995, 2000 y 2003 hiciera el suizo Giovanni Lombardi, experto y autoridad mundial en presas, quien recomendó en esos años tanto a la AIC y al Orsep, y en consecuencia a los gobiernos provinciales y nacionales que tienen representantes en sus directorios, que con dos obras de elevación de las presas Arroyito y Portezuelo Grande se resolverían las consecuencias de una crecida máxima posible. Huelga decir que las dos obras mencionadas tienen un costo infinitamente menor que Chihuido. Elías Sapag, presidente de AIC y Emhidro, lo sabe. Creo en la autodeterminación de las personas y soy optimista, por lo que veo una salida en la organización de las entidades de Defensa Civil municipales y provinciales junto a un voluntariado social activo, comprometido, que reclame al Estado que lo proteja y lo ayude a autoprotegerse. (*) Exdirector de Defensa Civil Municipal de Neuquén. Concejal de Une


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