Benito, papá de Carina, la víctima de femicidio de Buta Ranquil: «jamás se me va a olvidar una cosa así»

Desde el primer momento sospechó de Maicol Tapia, el imputado, que llamó para alertar de un incendio y así logró sacarlos a él y a su hijo de la casa. "Siendo vecino, amigo, ¿por qué no fue a ayudar?", se preguntó.

Benito Barros se dejó la barba por primera vez. Trae tres fotos de su hija Carina del Carmen. En una están juntos, miran a la cámara, de pie. Tienen casi la misma ropa: pantalón, buzo, chaleco y boina. Ella le arrima la cara al hombro, él se inclina y sonríe. Hace 20 días encontró su cuerpo en el patio de esta casa, de madrugada. Hoy es un hombre de barba canosa en señal de duelo.

A 5 kilómetros de Buta Ranquil se extiende un sector de chacras. Aquí vive Benito, cría animales no en gran cantidad. Sus vacas están pastando cerca del Tromen, el volcán a 4.114 metros sobre el nivel del mar, y cuya última erupción fue en 1828. Desde la quinta se contemplan los picos nevados. El viento se oye en el zarandeo ligero de las hojas y se ve en las nubes estiradas, como si fueran pinceladas pastosas.

Tiene cinco hijos y 54 años. Es chofer de camiones en el área El Portón. Desde que «pasó el caso», como él lo llama, o «la tragedia» está de licencia y espera jubilarse pronto.

El miércoles 25 de octubre de 2023 Carina era aún una adolescente de 15 que recursaba primer año en el CPEM N°35. Como el pueblo le quedaba lejos y su papá tenía un diagrama de 14 jornadas de trabajo por 14 de descanso, no la podía llevar cotidianamente al secundario. Cuando estaba de franco, se encargaba. A veces ella pedía permiso para quedarse a dormir en la casa de alguna amiga, sobre todo si tenía actividades en contraturno.

Ese día Benito la fue a buscar a Buta, a las 21 a más tardar, con su hijo Rodrigo, de 17 años, en la camioneta.

-Hola hija, ¿cómo estás?

-Hola papá.

Rodrigo la notó rara. «Le presintió algo», según Benito, pero lo contará después. Cuando llegaron, el joven se fue a dormir a su pieza que está en la parte de atrás, una construcción casi autónoma, con puerta y ventana.

-¿Tenés hambre?, ¿Querés que cocinemos?

-No papá, no tengo hambre.

-Yo sí hija.

¿Quiere que le haga un tecito papá?

Ella calentó agua, él se sentó en la mesa redonda. La misma en la que ahora lo acompañan dos de sus hijos y una nuera, que ofrecen mate y ponen un plato en el centro con abundante pan casero.

-Papá, yo me voy a bañar.

A las 22 Benito se acostó en un colchón que señala, ahí nomás de la mesa, detrás de un mueble. La habitación de Carina está en el mismo ambiente, pero separada por una división.

Esa fue la última charla que tuvieron.

El volcán Tromen se ve desde la chacra de la familia Barros. Foto Florencia Salto.

Llamas en una noche sin brisas


Benito afirmó que la mamá de Carina se fue cuando su hija tenía cuatro años. Que contrató empleadas para que lo ayudaran a cuidarla. «No tenía maldad para nada, con sus cosas era cerrada, nunca decía nada, capaz que a su amiguita le comentaba, en la escuela, obviamente. Yo siempre tuve un respeto con ella y me respetaba mucho a mí. Tenía que pasarle algo muy malo para que me comentara«, aseguró.

El jueves 26 de octubre a las 2 de la madrugada Carina dormía. Rodrigo despertó a Benito.

-Papá me avisa Maicol que se está quemando la chacra del abuelo.

Se levantó, salió afuera y vio las llamas a unos 500 metros. Arrancaron la camioneta y salieron juntos. Dejaron todo cerrado y la luz del galpón prendida.

Aquella fue una noche sin «una brisa de viento», recordó.


Todo lo que pasó


El papá de Benito de 83 años apagaba el incendio con una manguera. Lo habían alertado los perros. Tanto él como su mamá estaban a salvo. Vinieron sus hermanos, la policía, los bomberos desde Buta. No podían pasar, había que traer una motosierra para abrir camino.

Benito fue a buscarla a su casa. Lo primero que le llamó la atención es que no hubiese luz. Miró a lo de su hermana que vive cerca y ella si tenía. No había viento, no se pudo haber cortado.

Le echó nafta a la motosierra, la dejó arriba de la camioneta. «Me vengo, como que me avisa alguien», explicó.

Entró a la casa, que en ese momento tenía una puerta corrediza, una ventana doble hoja. Abierta. Fue a la pieza y Carina no estaba en la cama; su celular, caído con la pantalla sobre el piso. Se dirigió a la habitación de Rodrigo.

No alcanzó a ingresar a la pieza, sintió que Teo, el caniche blanco de su hija, lo toreó. Estaba ladrando a los pies de la adolescente. Usó la linterna de su celular para alumbrar las más profundas tinieblas. Las que había en el cielo, en el suelo y en la voz.

-Hija ¿sos vos?, Carina, ¿sos vos?

Benito salió a pedir ayuda donde estaba el incendio. Pegó un grito a una de las vecinas.

-No toqué nada y eso fue todo lo que pasó.


«Él la tenía perseguida a la nena mía»


El cuerpo de Carina sufrió múltiples lesiones. Quien la lastimó conocía la zona para cruzar en penumbras y se deshizo del cuchillo.

«¿Y usted de quien sospecha?», le preguntó uno de los policías que lo entrevistó. Enseguida Benito pensó en Maicol Tapia, el chico de 19 años que llamó a Rodrigo por teléfono para decirle que levantara a su papá y fueran a apagar el incendio, que la investigación penal indica fue provocado.

«Era amigo de mi hijo, pero conmigo no se relacionaba. Estuvo acá, él sabía todo el manejo de la casa. Sabía dónde estaba la térmica», planteó Benito.

Y remarcó: «él avisa y siendo vecino, amigo, ¿por qué no fue a ayudar?, ¿me entiende? Un vecino cuando es solidario va y ayuda».

Maicol fue novio de Carina en una época. Benito se enteró por las declaraciones de las amigas de su hija que la acosaba. «Ahora están saltando cosas de que él la tenía perseguida a la nena mía, amenazada», sostuvo.

En la pérgola de la plaza de Buta Ranquil pegaron algunos de los carteles de la marcha. Foto Florencia Salto.

En el pueblo que bordea la Ruta 40 hay un mural en la oficina de turismo que dice «25N, ni golpes que duelan, ni palabras que hieran». En un paredón de ladrillos alguien escribió «8M, ni flores ni bombones. Respeto», en otro «Justicia por Karina y Valentina». En la pérgola de la plaza quedaron carteles pegados con «Justicia por Cari». En la escuela sí se menciona la palabra: femicidio, un tipo de violencia que Cristina Rivera Garza definió como el «odio contra la independencia y la libertad de las mujeres».

Benito cambió la puerta de su casa y colocó una convencional. En la mesa de alguna forma sobrevuela la idea de que no pudieron advertir el riesgo. Ella no estaba en peligro, el que la atacó la puso en peligro. El que sobrepasó los límites para dañarla.

«Es inolvidable, mientras yo viva, lo poco y nada que me quede de vida, no sé cuánto, pero algo que nunca jamás se me va a olvidar una cosa así, imagínese», señaló su papá, con una lágrima hundida. Lo que más le cuesta es cuando se queda solo.

«Lo único que pido es que se haga justicia como corresponde y para poder tranquilizarme un poco de lo que siento, porque no es fácil perder una hija de esta manera, encontrándola yo, yo como papá, en tan pocos minutos que mi hija esté durmiendo, cómo puede ser que alguien me la asesine de esta manera», agregó.

En las otras dos fotos que comparte Benito, Carina está sola. En una de perfil, con el termo y el mate, y la última de espaldas. Yéndose a caballo con el sol en lo más alto.

Teo, el perro de Carina. Hoy duerme en su cama. Foto Florencia Salto.

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