El doctor de las guitarras de Neuquén que combina su pasión por la música con la luthería

Entre el escenario y el taller, Ezequiel Díaz combina su vida como guitarrista y luthier, siempre con la música como punto de encuentro.

Ezequiel Díaz Baruj tiene 34 años y su vida está hecha de música, madera y cuerdas. Nació en Tierra del Fuego, pero hace más de veinte años que eligió Neuquén como lugar para crecer y quedarse. La guitarra fue su primer refugio en la adolescencia y, con el tiempo, se convirtió también en su oficio. Hoy, combina los escenarios con su taller de luthería, donde repara, pinta y transforma instrumentos.

«Mi relación a la música, empieza de adolescente, como la mayoría, queriendo tocar la guitarra. Unos amigos me hicieron llegar algunas cosas de Pappo y empecé con el blues”, recuerda. Con los años se animó a ir más allá.

El guitarrista pasó por la Escuela de Música de Neuquén y tuvo como maestros a músicos locales, a quienes hoy considera amigos y compañeros. Nunca dejó de tocar. Organizó ciclos de blues en la región, produjo shows y fue parte de proyectos que lo llevaron a escenarios importantes.

Uno de los hitos que todavía lo sacude ocurrió en 2024: “Me llamaron para tocar con Divididos. Fue surrealista, no me esperaba nada. Me cayó la ficha bastante después, de todo lo que fui como medio inconsciente”, cuenta.

La otra mitad de su historia empezó casi por necesidad. En 2016, con su primer hijo recién nacido, sintió que la música sola no alcanzaba para sostenerse entonces apareció la luthería, primero como una necesidad y después como una salida laboral.

“Yo quería mandar mis guitarras a calibrar y no encontraba a nadie. Los que había estaban muy atareados. Y con eso dije: ‘me podría dedicar a esto también’», relata. Así, se compró libros y comenzó a estudiar de manera autodidacta. «Como ya estaba en el ambiente, conseguí clientes rápido”, recuerda.

Al principio fueron tareas sencillas: calibraciones, ajustes, cambios de cuerdas. Pero de a poco se animó a más. Su formación independiente, sumada a la experiencia cotidiana, le abrió la puerta a un oficio que acapara de todo. Hoy repara guitarras y bajos, los pinta, los modifica y hasta dicta cursos de calibración.

Aun así, aclara que lo suyo no es exactamente lo mismo que el trabajo de un luthier clásico. “El 90% de los trabajos que hace un luthier los hago«, resalta. Más allá de las etiquetas, en la práctica hace casi todo: desde reparaciones profundas hasta proyectos de pintura y personalización.

Su parte favorita está clara. “Me encanta pintar. El antes y el después en una guitarra completamente pintada y que quede ahí otra cosa es fantástico. Es como quien manda pintar un auto completo”, dice.

Entre los trabajos más recordados tiene algunos muy peculiares, como la réplica de la guitarra de Kurt Cobain, con todos sus stickers originales.

El taller que hoy tiene en Cipolletti fue otro paso importante en su recorrido. Al principio trabajaba en su casa, entre guitarras, herramientas y olor a pintura, pero la demanda creció y necesitó un lugar exclusivo. “Nunca me quedé en cero. Soy muy agradecido con eso”, asegura.

La música, sin embargo, nunca quedó en segundo plano. A pesar de las largas jornadas en el taller, siempre reserva tiempo para tocar y ensayar. Su parte favorita es acompañar artistas en el escenario.

Hoy, el luthier mira hacia adelante con la idea de dar un salto todavía mayor. “Está dentro de mis planes largar la primera tanda de guitarras propias. Tener un par de guitarras y ver qué pasa”, adelanta. No se trata solo de arreglar y personalizar, sino de poner su nombre en un instrumento propio, hecho desde cero.

Ezequiel vive entre dos mundos, el de guitarrista y luthier. Hoy convive con ambas facetas como si fueran una sola, porque al fin y al cabo las dos lo conducen al mismo lugar: su pasión por la música.



Ezequiel Díaz Baruj tiene 34 años y su vida está hecha de música, madera y cuerdas. Nació en Tierra del Fuego, pero hace más de veinte años que eligió Neuquén como lugar para crecer y quedarse. La guitarra fue su primer refugio en la adolescencia y, con el tiempo, se convirtió también en su oficio. Hoy, combina los escenarios con su taller de luthería, donde repara, pinta y transforma instrumentos.

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