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¿Estás aburrido?

¿Cuántas veces has sentido que disfrutabas lo que hacías? ¿Cuántas veces sentís que disfrutas aquello que ejercitas? ¿Cuántas veces te has dado permiso para sentir si lo que estabas haciendo era lo que elegías? En la rutina diaria, en general, abordamos nuestras obligaciones, a veces agradables, aunque no lo registramos, en ocasiones aburridas, aunque no hacemos nada para cambiarlo, otras veces insoportables, aunque lo soportamos porque nos da gusto quejarnos sobre todo lo que padecemos.

¿Será que “pasarla mal o no del todo bien” nos hace más respetados?
Me encanta la naturalidad de los niños cuando dicen que los adultos son aburridos. Les pregunto por qué piensan eso y en general siempre me responden palabras similares: “Están serios y preocupados”, “Se enojan por todo”, “No les gusta jugar”. Me da un poco de vergüenza, porque muchas veces me reconozco así, aunque claro, cuando estoy con los niños, eso no sucede. Aparece la magia y puedo transformarme en cualquier personaje en un segundo.


Desde esa experiencia todo se ve diferente, mejor si es en el piso. El cuerpo empieza a moverse diferente. Las estructuras rígidas de la cultura aparentemente responsable se desvanecen. Surgen las emociones, las posibilidades, las miradas diversas. Las expresiones faciales se van modificando. Si las voces son otras, el rostro también. Aparecen entonces risas o enfados desconocidos, propios y del otro. En esa danza lo reprimido aflora. Y ahí es donde lo sabemos. Los secretos, lo no dicho, la fantasía, lo temido. Como la magia del juego continua, a nada le tememos. Envueltos en esa luz, nos contamos los secretos, hablamos sin mentiras y damos rienda suelta al vuelo de la imaginación sin cinturones. Tomamos los miedos y les ponemos riendas, para llevarlos a buen destino. Destapar lo acumulado y permitir que la vida pueda fluir, dejando ir lo viejo para recibir lo nuevo.


¿No te dan ganas de jugar algo de esto? Ojalá que sí. Aunque si no te inspira, tal vez puedas hacer gestos en el espejo. Jugando a que eres el más feroz de los fantasmas o el más inofensivo de los insectos. Tal vez puedas imaginarte al caminar por las baldosas flojas que estás tratando de atravesar un mar lleno de tiburones. Pero podría aparecer un tiburón amarillo que te lleve a destino por arriba de una nube. ¿Que estoy loca? ¿Vos qué decís? ¿Hacer todos los días lo mismo es coherente?


Esa frase hecha que se repite cada día del niño; “todos tenemos un niño adentro”, me suena bastante falsa. Ser niño o niña es una posibilidad que se otorga. Hay personas que jamás la atravesaron. Tener corta edad no implica vivir la infancia. Comulgo con la noción de convivir con nuestro niño interior.

Rescatándolo a veces, reparando sus heridas y trayendo al presente, en muchos momentos, esa posibilidad de cambio, juego y apertura. Podemos jugar a soltar los enojos, las tristezas. Podemos pintar o cantar nuestras ganas de hacer cosas nuevas mientras respiramos las mañanas frescas y sentimos el sol en la cara. Que tu niño sabio te guíe por estas experiencias intensas.

Laura Collavini, licenciada, psicopedagoga; Autora de “Pinina, la brujita desobediente” y “Mi ambiente y yo” www.siendo.org.ar Instagram-Facebook: Fundación Siendo


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