Exclusivo Suscriptores

Opinar acerca del otro

Lloraba, no era común verla así. Ella se muestra siempre fuerte y armada. Incluso conmigo.

Claro que, después de compartir tantos años, sabe que puede confiar. Que su debilidad puede estar a resguardo. Que poder mostrar su humanidad puede resultarle gratificante.

Tal vez por eso se animó a contármelo. También porque, como dijo claramente, “tengo un dolor en el pecho insoportable, no puedo más”.

El alivio del llanto no llegaba. Esa sensación de vacío y descarga que se apodera de uno después del llanto ahogado. Reprimía sus lágrimas cuando quería controlar la situación, decía dos o tres palabras y nuevamente las lágrimas.

Cuánto está callando, pensaba yo al escucharla. Aunque recién adolescente, veía hace tiempo ese dolor enmascarado por la soberbia. Las sonrisas pícaras que no querían dejar salir esas contradicciones.

Como las capas finas de cebolla, las dejó salir, mes a mes, tomándose su tiempo, lento para mis tiempos ansiosos, pero con tanta firmeza y madurez para ella, que su paso de niña a adolescente me sorprendió.

Fue así, en estos contextos de sabiduría interior, cuando empezó a hablar del mayor dolor al que yo y todos, nos acostumbramos e invisibilizamos.

A medida que hablaba me recordó mis heridas y de las personas que tengo cerca.

“¿Por qué opinan de mi cuerpo, Laura?” Me preguntaba “¿Qué ganan humillándome en grupo ante todo el curso? ¿Por qué los demás se ríen? Porque justo se ríen de la parte de mi cuerpo que menos me gusta a mí, me quedo sin saber que hacer. No quiero ir al colegio”.

Confieso, por si alguien no lo sabe, hace décadas soy psicopedagoga. Amo mi profesión. Sé que debo ser imparcial para poder trabajar. Por eso siempre tengo que hacer mi ejercicio interno. Reprimo mi impulso a salir a los gritos a retar (como mínimo) a cualquier persona que comete estos atropellos ante otros, lastimando así, con tanta brutalidad. Pasado ese momento me compongo y acompaño a pensar, a acomodar sensaciones y buscar estrategias. Me gusta seguir ligada al tema con la ilusión de que juntos, podamos reflexionar. En este caso, burlarse de otro.

Nadie sabe hasta dónde puede afectar opinar sobre el cuerpo del otro. Se desconoce. No se muestra. Es invisible a los ojos vulgares. Solo con la mirada humana se puede ver y dimensionar ese dolor que perfora, rompe, cuartea, sangra por dentro.

Opinar sobre actitudes del otro es de la misma índole.

Se observa con tanta frecuencia en este 2024 tan moderno y supuestamente igualitario, cómo se destruyen a las personas solamente con las miradas…y me surge siempre la misma pregunta… ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué ganas haciendo sufrir al otro? ¿Sos más fuerte, te sentís más importante en tu vida? ¿Es tan poca cosa tu propia vida que necesitas hacer sufrir al otro para sentís que sos importante en algo?

Probablemente las respuestas sean sí y la patología psicológica tenga lugar en estas personas. Pero, podemos hacer algo en nuestra diaria. Para con nosotros como personas y con nuestros niños y adolescentes.

Podemos decir fuerte y claro que no podemos calificar a las personas como buenas, malas, lindas o feas. Podemos hacer el ejercicio cada uno de nosotros para no hacerlo, contagiar al resto.

Confiar en la capacidad del contagio de lo positivo es un hecho. De la misma forma que si sonrío, me sonríen, podemos generar los contagios de las buenas actitudes, de los buenos modos y de las miradas amorosas.

Ella, mi adolescente en cuestión, está generando sus herramientas y saldrá más fortalecida de esta situación. Ya comprendió el poder de los tratos.

Mientras tanto, también invito a pensar en todos los que ejercemos algún tipo de poder, cómo lo estamos haciendo.

Cambiar al mundo, también depende de vos.

Laura Collavini

Lic. En psicopedagogía.

Autora del libro “Mi ambiente y yo”.

Presidente de la fundación Siendo.


Temas

Adolescencia

Adherido a los criterios de
Journalism Trust Initiative
<span>Adherido a los criterios de <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Nuestras directrices editoriales

Comentarios