Exclusivo Suscriptores

Me permito enojarme

Una de las palabras que tiene mala prensa, es el enojo.


¿Está mal enojarse? ¿Es signo de debilidad? ¿De mal carácter? ¿De desbordes emocionales? En los niños puede confundirse con los caprichos. En la adolescencia, con la rebeldía.


Este estado emocional, puede ser de diversa intensidad. Más enojado, menos. Puede aparecer como furia, disfrazada de ironía, de silencios, o a través de manifestaciones violentas.


Tramitar el enojo es un aprendizaje.
Poder aceptar el por qué del enojo sin juzgar y poder manifestar sin agredir-nos, ni lastimar-nos.


¿Pero nos animamos a aceptar que estamos enojados?


Para ejemplificarlo, voy a contar una anécdota sencilla, reciente.


Estando en CABA decido tomar un taxi en la calle. Circulando noto que el chofer está bastante atento al celular. En un primer momento no lo registro, pero un bocinazo de un auto de atrás me hace reaccionar. El hombre no avanzaba porque estaba prestando atención a sus mensajes.


Seguimos la marcha y estaba atento tanto al tráfico como al celular. Parecía casi literal que un ojo para cada foco atencional.


Me inquieté, sintiéndome en riesgo, al mismo tiempo que observaba la habilidad para ambas cosas.
Mi pensamiento admiraba esta posibilidad al mismo tiempo que me decía: “no está bueno, los reflejos no son los mismos y si te pasa algo vas a arrepentirte de no hablar”.


Ensayaba palabras amables para decir lo enojada que me ponía que conduzca y esté atento a leer mensajes. Y mi conversación interna continuaba “¿…y si abrís la boca y te sale un tono feo y este hombre se violenta? No lo conocés Laura, no es un auto de aplicación” y mi conversación interna demoraba pronunciar palabra. Cuando dejaba por unos segundos el celular me volvía a decir: “listo, lo largó, ya está”. Pero solo duraba unos pocos segundos.


Así terminó el viaje. Llegué a salvo y él habrá continuado su día desconociendo mi malestar.


No me siento conforme porque él no cumplió en forma responsable con su trabajo y yo tampoco con el mío. El de poder expresar en forma clara, serena y responsable mi enojo.


Este relato tan cotidiano terminó así, sin más. Puede diluirse en la memoria si así lo quisiera. Pero decido transformarlo en una nota para compartir.


Reflexiono la poca energía y disponibilidad en general con la cual ejercemos nuestra práctica dialéctica y expresiva con escasos recursos: bien-mal-poco-mucho-no sé-no-sí.


En tan poco margen de discurso nos perdemos poder encontrarnos en este océano de sensaciones que somos. Evitamos decir aquello que sentimos y lo dejamos pasar, pero luego se nos viene en contra, porque lo llevamos encima como cargas, resentimientos o enojos acumulados.


Propongo el ejercicio de relatar nuestras sensaciones para nosotros o hacia otros, sin quejas, sin reclamos ni agresión, intentando hacer foco en la mera descripción de aquello que nos pasa. Aprender a hablar.
Tal vez así podamos dar un paso evolutivo, reconociéndonos seres humanos, sintientes, sensibles, somos mucho más que una inteligencia artificial.

Lic. Laura Collavini.
Psicopedagoga.
Presidente de la fundación Siendo.
Autora del libro “Mi ambiente y yo”


Temas

Adherido a los criterios de
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Adherido a los criterios de <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Comentarios