Historias con el pan de cada día: la esquina de Senillosa que vio de todo
El viento no pudo frenar el trabajo de los Boutet y los Pinatti, que lograron forjarse un destino a pesar de todo. Hoy el comercio que los unió se volvió testigo y legado.
Cuenta el Archivo de RÍO NEGRO que para la década del ‘60, era muy poca la gente que vivía en Senillosa. El recuerdo viene de la mano del antiguo vecino Camilo Carrasco, entrevistado por este medio en 1998, cuando el suplemento aniversario apeló a su memoria para hablar de una zona que él ya conocía bien. “Había una huella que era la calle San Martín y que pasaba pegada a las vías del ferrocarril (…) también había un ‘boliche’ al que le decían ‘Casablanca’ y una casa de ramos generales que tenía de todo”, dijo Carrasco, en diálogo con el cronista.
La estación de tren se había habilitado en 1914, con lo básico. 20 años después recién se sumaría la estafeta postal. Conocido por los lugareños como el paraje “Laguna del Toro”, después de décadas de vida sencilla, movidas por el ir y venir de la Balsa “España”, sumó un espacio que se volvió testigo de la vida comunitaria. Con algo tan esencial como es el pan, Senillosa recibió a Fernando Boutet en 1969 y este vecino le devolvió como siembra, una tradición que ya superó el medio siglo. Aunque no fue solo.
Dice el repaso elaborado por otro Carrasco, llamado Jesús, uno de los investigadores de la historia local, que así nació “Sil-Mar”, para muchos la primera panadería del pueblo, en un entorno acostumbrado a amasar casero, en el hogar, o a buscar la galleta trincha que llegaba desde Neuquén hasta alguno de los dos o tres “boliches” del pago, como el de Don Osvaldo Ceballos, López o la “Viejita” Ortiz. Pero como todo gran sueño también necesita cómplices de los buenos, Don Fernando insistió en traer desde el norte de Santa Fe a un cuñado, para que lo acompañara. Es ahí donde apareció el apellido Pinatti en este rincón, que hoy celebra su aniversario.


Casado desde los 19 con Marta Aquino, su compañera hace 60 años, ese invitado, Arnoldo, todavía puede verse hablando con su padre Constantino, el día que pidió permiso para venirse a la Patagonia. En el fondo quería que su referente no lo avalara, porque no sabía qué le depararía el destino en el sur y ya tenía tres hijos, que mantenían con su mujer a pura fuerza, entre la labor en una fábrica de mosaicos y el depósito donde él hombreaba bolsas. Pero el ancestro, sabio, le deseó lo mejor: “si el bien es para vos, andate”, le dijo y lo dejó partir siguiendo la aventura.
Así empezó una segunda etapa en este emprendimiento, de la mano de Arnoldo, el único capaz de tomarle cariño al viento, aún cuando casi no había calles asfaltadas y el “ejido” de pocas cuadras quedaba cubierto de tierra en suspensión. “Me ‘hallé’ enseguida”, reconoce ahora en diálogo con RÍO NEGRO, halagando incluso a los perros que le ‘toreaban’ a su paso.


A partir de ahí, en la esquina de Sarmiento y Córdoba, esta panadería experimentó sin querer los procesos de Senillosa, entre facturas y especialidades. Llamada así en honor a los hijos de Boutet, Silvia y Marcelo, delante de los eucaliptus de su vereda transcurrieron los años felices y de abundancia que atrajo la cercana construcción de la represa “El Chocón” y “Arroyito” después, con el incesante movimiento de obreros y sus familias.
Arnoldo recordó los baldíos de enfrente, llenos de colectivos que llevaban y traían gente y supo que antes de que él llegara, también habían sobrevivido a la inundación de marzo de 1975, cuando el barro de Challacó dejó desastre a su paso.

Con una sonrisa que contagia y muy buen humor, este vecino que ya pisa los 80 supo dejar atrás los años de escasez, cuando todo ese auge acabó y muchos se quedaron sin trabajo. Participó de las emblemáticas “Puebladas”, previas incluso a las registradas en Cutral Co y Plaza Huincul en los ‘90, cortando la Ruta 22. Y enfrentó la difícil decisión de mantener el negocio familiar ya sin empleados, solos con Marta, como le pasó a muchos en la ciudad. Por eso aprendió a “no despegar nunca los pies de la tierra”, cuidadoso con el dinero, aún cuando la fortuna quiso que un billete de lotería le regalara el dinero con el que terminó comprándole la panadería a su pariente Boutet, quien ya falleció en 2013.
Desde entonces, tres hijos, seis nietos y tres bisnietos hoy alimentan ese legado que Arnoldo gestó con su esposa, mientras sigue levantándose a las 5.30, como cada mañana, con tal de garantizar que siga saliendo bien el pan y su reparto. “Ahora gracias a Dios ya estamos bien”, valora y ofrece, como a sus retoños, medialunas y “carasucias” para el que guste pasar de visita, por el simple gusto de conversar.
Algo de Archivo 1924




Comentarios