Llevan solidaridad para chicos de los parajes de la Línea Sur

Una madre y su hijo recolectan desde hace varios años donaciones en Bariloche para ayudar a las personas que viven en los pueblos alejados de la meseta rionegrina. Hace pocos días pudieron cumplir el sueño de unos niños de la Escuela 197 de Anecón.

La sonrisa de agradecimiento de los chicos del paraje Anecón es una imagen que Lautaro Huentenao atesora en su corazón. No es la única. Esas sonrisas se multiplicaron estos años por varios pueblos de la Línea Sur de Río Negro y en Bariloche.

Recuerda con nostalgia un abrazo inolvidable que le brindó una mujer del paraje El Caín, que arreaba unas chivas, mientras su esposo estaba en la quinta hurgando en la tierra.

La brisa de la Patagonia le despeinaba el pelo a la señora de manos y rostro curtido. Lautaro se detuvo por un instante, para regalarle un presente. La mujer agradeció, emocionada. “Me contó que nunca había recibido nada en el Día de la Madre”, rememora el joven.

La solidaridad corre por las venas de Lautaro. Su madre, Matilde Curipan, le enseñó desde chico que ayudar a los demás reconforta el alma.

Madre e hijo tejieron una red con el aporte de numerosas personas de esta ciudad. Fue un trabajo que hicieron de manera silenciosa durante mucho tiempo que trascendió días atrás por el viaje de los chicos de la Escuela 197 de Anecón al Bariloche turístico, poco accesible para los chicos de los parajes y pueblos de la Línea Sur.

El contacto lo hizo el director y docente de la escuela, que le envió en marzo último un mensaje a la cuenta de Facebook. El maestro le dijo que los chicos soñaban con un viaje turístico a esta ciudad. “Algunos vinieron a Bariloche por una consulta médica y se vuelven en el día a su localidad”, explica Lautaro.

Le comentó a su madre que no dudó. “Si es de Dios se abrirán las puertas”, le dije, recuerda Matilde. Lautaro hizo folletos digitales para pedir colaboración.

Y se abrieron varias puertas. Los cinco chicos viajaron, con el director, dos docentes, la portera y una madre. Les ofrecieron hospedaje gratis en un hostel de calle Palacios y 25 de Mayo, recibieron donaciones, los invitaron a cenar, hicieron excursiones al cerro Catedral, cerro Campanario, paseo en lancha y hasta tuvieron una clase con el maestro chocolatero de El Turista. Estudiantes del CET 25 colaboraron con la comida. Arribaron el 20 de abril y se fueron el 24. Fueron jornadas de diversión inolvidables.

Me sentí feliz de haber podido ayudar a cumplir el sueño de los chicos”, resume Lautaro, que tiene 19 años y estudia enfermería en la Universidad Nacional del Comahue. Vive con su madre, su padre y su hermana en el barrio El Frutillar, donde cuesta llegar a fin de mes. Matilde trabaja en un lavadero.

Lo hago porque me gusta ayudar. Ver la sonrisa de los niños es algo hermoso”,

Lautaro Huentenao, estudiante de enfermería de la UNCo.

“La necesidad de ayudar surgió cuando yo tenía 16 o 17 años”, señala la mujer. A los 21 nació Lautaro. Lo atribuye a su infancia. “Sé lo que no es tener nada”, explica.

Comenzaron a colaborar con comedores, familias de barrios de la ciudad. En una ocasión recibieron ropa donada. Matilde y Lautaro, que solo tenía 8 años, comenzaron a clasificarla y hallaron un disfraz de Papá Noel. Era un 24 de diciembre.

Me puse el traje como diversión”, cuenta Lautaro. Le sobraba por todos lados.

Lautaro Huentenao creó la organización sin fines de lucro «Una sonrisa para la Línea Sur». Foto: gentileza

Matilde miró a su hijo pequeño y le preguntó si se animaba a vestirse como Papá Noel para repartir las golosinas y cosas que habían recolectado. El chico asintió.

La experiencia fue increíble

Después, con su madre resolvieron viajar a parajes y pueblos de la Línea Sur. Los gastos de combustible corren por cuenta de la familia. El auto es de los padres de Lautaro y va a tope cada vez que salen de recorrida.

El Día del Niño y de la Madre son fechas donde la familia sale a la Línea Sur a entregar las donaciones que reciben de vecinos solidarios de Bariloche. Lautaro cuenta que, por lo general, los vecinos que menos recursos tienen, son los que más colaboran.

Afirma que la trasparencia es fundamental. La gente que ayuda debe saber que su donación llegó a una persona que la necesitaba.

Matilde rememora una ocasión cuando un nene que andaba de ojotas y le entregaron un par de zapatos donados. La anécdota ocurrió en El Caín. El niño se puso los zapatos de inmediato. Esas situaciones, sostiene la mujer, “es una alegría para el alma”.

Lautaro asegura que no hay ningún interés político ni partidario que los impulse con su madre a hacer las cruzadas por la ruta nacional 23 y caminos vecinales, que no registra ni el GPS, para llegar a algunos parajes. A la iniciativa, se suman, por lo general, varias instituciones.

El joven siente satisfacción por el trabajo que hacen. La motivación es lograr una sonrisa de los chicos, porque “sé lo que es no recibir un juguete o anhelar algo que tus papás no pueden comprar”.

Anhela que los chicos de los parajes tengan mejor educación. “Hay que generar carreras para que no tengan que abandonar sus pueblos y dejar a sus familias”, opina. Afirma que hace falta que puedan acceder a la secundaria, sin tener que irse de sus hogares. Su mayor deseo es que esos chicos puedan cumplir sus sueños.


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