Lo que el delito se llevó: la historia detrás de las placas robadas en la plaza de Allen

La inseguridad en sitios antiguos se volvió algo recurrente, pero el daño es más que estético: se pierde quizás el último registro de instituciones que ya no volverán. Así las recordaron algunos protagonistas.

El pasado martes 13 de febrero, la alevosía se hizo evidente. Un joven de 28 años fue descubierto en pleno mediodía, a la vista de todos, intentando arrancar una de las placas que le quedaban el Monumento a San Martín, en la histórica plaza central de Allen. Martillo y barreta en mano, hizo palanca en el importante rectángulo del codiciado metal, buscado por su valor, hasta desprenderlo. El resultado fue la detención y un daño más a un sitio emblemático. Por precaución, las reliquias que sobrevivieron se retiraron (Círculo Estudiantil e Industria y Comercio) y pintaron de blanco el espacio vacío. Pero el perjuicio va mucho más allá y es acumulativo, porque no es la primera vez que sucede, ya que otras desaparecieron sin retorno. Y con cada delito de este tipo se va una parte del registro histórico local, a la deriva en la indiferencia de quienes lucran con estos objetos.

Los nombres de las instituciones que habían dejado su huella al pie del busto del “Padre de la Patria”, hablaban de un tiempo que ya no vuelve. Por eso elegimos tres (dos de las que no quedan rastros) para reconstruir algo de su trayectoria: la Biblioteca Popular “Juan B. Alberdi”, la Federación Agraria Sección Allen – Cooperativa Agraria de Producción y Consumo Allen Ltda. y el Club “Somotue” – Asociación Cooperadora de la Escuela Rural N°54. El recuadro de ésta última, tal vez por ser de piedra, aún resiste. Igualmente lo incluímos en este grupo, para no esperar a que desaparezca y recordar a tiempo, de qué se trataba ese equipo de vecinos. En todos los casos, se colocaron como ofrenda por conmemorarse los 100 años de la muerte del Libertador, en agosto de 1950, y cumplirían 74 años este 2024.

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Érase una vez la biblioteca


Para hablar del antiguo espacio de lectura y consulta, antes del Encarta y Google, hay que remontarse nada menos que a 1931, gracias a las menciones que rescató el ciudadano ilustre, Julio Tort, desde el semanario “Voz allense”, que dirigió su padre. El impreso de Ignacio Tort Oribe habló sobre el funcionamiento de la Biblioteca Alberdi en la sede de la Escuela 23, donde contaba con “un considerable número de obras de importancia”. Para marzo de 1938, dentro de la comisión directiva participaban recordados vecinos, como Amadeo Biló (dueño de bodega Alto Valle), Aquiles Lamfré (ex presidente del Concejo Municipal) y Héctor Antonio Diazzi (ecónomo del Hospital Regional y esposo de la primera mujer en el gobierno local, Irene Tula).

Década del ’30, el monumento con el diseño original. Foto: Archivo Escuela 23. 

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El antiguo vecino Juan Tarifa en un acto. De fondo la demolida Capilla Santa Catalina. Foto: Proyecto Allen

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Para conocer más al respecto, RÍO NEGRO visitó el histórico colegio, que este mes cumple sus 114 años. Así se supo que la “Alberdi” primero funcionó como algo interno, con 192 obras por iniciativa del fundador del pueblo, Patricio Piñeiro Sorondo, para pasar a tener 800 ejemplares. En 1940 intentaron reorganizarla para el acceso a todo público, con préstamos a domicilio incluidos, pero no fue tan sencillo. Recién en 1947 se pudo sostener el proceso de ordenamiento, incluyendo la reubicación en la sede del Municipio, sobre calle Libertad (hoy Eva Perón) gracias a la autorización del Comisionado, Silvio Filipuzzi. Menos de un año después, volvía a cambiar de sede, a un local sobre la misma vereda, a metros de allí, donde una jovencita de 14 años tuvo su primer trabajo.

Elba Julia Erausque Calderón era por entonces una adolescente que hacía poco había terminado la primaria, cumplida en parte en la 23 y los últimos grados estrenando la 153, frente al emblemático “Laguito” y las plazoletas. Había nacido en julio del ‘46 y cuando comenzaba la década del ‘60, logró convertirse en quien recibía a los socios y visitantes en ese edificio de ladrillo, puerta angosta y alta, con persiana y pisos con cerámicos a contratono. El archivo de Tort afirma que el lugar pertenecía a uno de los hermanos de la familia Guarnieri. El director de la Escuela 153, Luis Alberto Capizzano, era quien había recomendado a Elba para ese puesto y gracias a eso pudo leer todo lo que encontraba a su paso. Mabel Resa de Carril era la encargada del sitio, que convivió en la cuadra con la casa de los García, un baldío con algunas piezas para alquilar, el atajo de manzana que permitía cortar camino hasta calle Independencia (actual Tomás Orell), la imprenta de la Voz Allense, la sede de un partido político y el “Hotel Allen” original, con comedor al paso.

Elba Erausque Calderón tuvo su primer trabajo en la desaparecida Biblioteca Alberdi.

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Algunos años antes, Mavis Soriano fue una de las jóvenes que asistió a esa Biblioteca, donde aprendió en forma gratuita los detalles del Código Morse para usar un telégrafo, alfabeto que recuerda hasta hoy. A falta de un secundario, las chicas estudiaban “Corte y Confección” y “Dactilografía”, para escribir a máquina, pero seguían pesando los altos índices de analfabetismo que alarmaban a toda la región. Muchas niñas, por ejemplo, no seguían estudiando porque eran “contratadas” como “criadas”, por las familias más pudientes y entonces los libros quedaban de lado. “Y como no abundaba la tecnología, si alguien se atrasaba para devolver el material que había retirado, se le mandaba una carta con estampilla desde el correo para recordárselo”, contó Elba entre risas, por lo burocrático de los pasos a seguir.

Su rol detrás de la recepción, entre esas paredes claras, duró un año y medio, hasta que siguió probando suerte como “descartadora” de fruta en el galpón de Pollio, contó. Con el tiempo, ya cerca de la década del ‘70, la Biblioteca Alberdi era apenas un recuerdo. La docente Reneé Lasarte de Iribarne, en ese entonces directora de la Escuela 153, dijo que había dejado de funcionar por falta de personas que pudieran atenderla y de presupuesto, quedando sus libros bajo la guarda del Colegio Mariano Moreno. Según sus dichos, recuperados por el sitio Proyecto Allen, a partir de esa situación se organizaron para abrir un espacio que la reemplazara, dando origen a la Biblioteca “Naciones Americanas”, activa hasta la actualidad, sobre calle Saez Peña.

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Una escuela para las chacras


En la década del ‘50, la Guía del Territorio Nacional del Río Negro que preservaron en la Escuela 23 indica que Allen tenía siete colegios. En otro cuadro comparativo, como referencia, detallaron que contaba con 11.800 habitantes, frente a los 26.000 de Roca. Y en ese mismo listado aparecieron los espacios recordados en este repaso y que faltaba desarrollar: el grupo de ex alumnos de la Escuela 54 y la Federación Agraria Argentina.

El equipo que trabajó para mejorar las condiciones en que estudiaban los chicos de la zona rural, en el límite con Fernández Oro, había sido precedido por la Cooperadora, formada en Noviembre de 1935, hace casi 90 años, cuando el edificio era sólo un rancho de palo y barro, al suroeste del ejido, en tierras de los sucesores de Manuel Zorrilla. A partir de cartas y gestiones, este propietario aceptó ceder la tierra al Consejo de Educación, pero las demoras de Nación hicieron que se apelara a otro lugar, en el oeste, donado por un médico local, el doctor José Velasco. Desde allí se comenzó a trabajar para recaudar fondos y por fin contar con un edificio propio.

El recuerdo de la Escuela 54 original, compartido por la Unter.

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En 1936 y 1937, el lugar llegó a contar con su biblioteca, la “General José de San Martín” y talleres de manualidades con cursos de taxidermia, curtido de pieles y trabajos en alabastro, que se dictaban los domingos y feriados. También se construyó un horno y comedor al aire libre para alimentar a los alumnos, según el libro de Tort, “Algunos recuerdos de mi Allen”. A esos trabajos se sumaron quienes ya habían egresado, en mayo de 1940. Con los años, el Club Somotué vino a acoplarse a esos mismos fines, recordó el ciudadano ilustre: “eran jóvenes de las mismas familias cercanas, como la de Jacinto San Segundo y los Ferroni, que organizaban bailes y otras actividades a beneficio”. Gracias a esa labor y la de otros tantos, la Escuela 54 celebrará en abril de este año su 104° Aniversario.

Labrar la tierra


Si hasta ahora no quedó a la vista la importancia que tenía la búsqueda de soluciones de manera colectiva, el ejemplo que faltaba para cerrar era el de la Cooperativa Agraria de Producción y Consumo Allen Ltda, junto a la seccional local de la Federación Agraria Argentina. Según el caso citado por Graciela Landriscini en su trabajo elaborado desde la UNCo, «Economía social y solidaria en la patagonia norte: Experiencias, saberes y prácticas. Casos y reflexiones», la experiencia de Allen, como sede de la Cooperativa Agrícola Limitada de la Colonia Roca, en 1907, fue la primera en su tipo de Río Negro y de la Patagonia. “A poco de constituirse, ya garantizaba el riego a más de 20.000 hectáreas agrícolas (Costa, 1998:29), habiendo construido canales de distribución del agua, los que a posteriori pasarían a integrar el sistema oficial nacional de riego en 1922”, repasó la autora.

Para la mirada de las familias, sobre todo inmigrantes, que se afianzaban como pioneras en los nuevos pueblos, “la agricultura era la actividad convocante, y la tierra y el riego los elementos insustituibles para desarrollar su acción solidaria”, explicó Landriscini. Así, el intercambio de saberes y el impulso de acciones conjuntas llevó, según la autora, “a la acumulación de capacidades tecnológicas y recursos productivos, y al tejido de vínculos sustentables, traducido ello en capital socioeconómico local”.

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A nivel nacional, ya desde su primer Congreso anual ordinario en 1913, la Federación Agraria Argentina (FAA) planteaba que “las cooperativas eran instrumentos idóneos en la lucha de los agricultores contra el sistema de comercialización concentrador de la riqueza agraria”. Y un año después de la colocación de la placa en el Monumento a San Martín de Allen, la “Cooperativa Agraria de Producción y Consumo Allen Ltda” era la primera en el listado de inscriptos de la FACA (Federación Argentina de Cooperativas Agropecuarias).

“El cooperativismo agrario se convertiría en un factor crucial para modelar el curso futuro del agro” y aportar a la movilidad social, señaló Gabriela Olivera, en un trabajo como integrante del Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC y el CONICET.

Entre los referentes locales, el ingeniero agrónomo Isaac Darquier fue uno de ellos, que había llegado a la localidad en 1934 para administrar la bodega más prestigiosa, la “Barón de Río Negro”. Según recopiló la periodista Susana Yappert para este medio, durante su último tiempo se comprometió fuertemente como dirigente de la FAA. «Eligió dedicarse de lleno a la actividad cooperativa. Papá era un apasionado del cooperativismo, creía fervientemente en ese sistema para el Valle. Fue director de la Federación Agraria Argentina y luego de FACA; en ese cargo lo sorprendió la muerte el 17 de enero de 1956″, recordaron en su familia.

El recuerdo en los ’90, con otra estética, en los actos de la Escuela 23. Archivo Escolar.

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