Rastrean estrategias de control del «Mal del Ciprés» que afecta a los árboles y no se puede erradicar

Esta enfermedad se detectó en los años 40 en la Isla Victoria y hoy hay bosques enfermos desde Neuquén hasta Chubut. Cómo se lo reconoce y cómo se trabaja para atenuar las consecuencias y generar árboles más resistentes.

Los primeros cipreses muertos aparecieron en la década del 40 en la Isla Victoria. Como la mortalidad era de origen desconocido, se la denominó «Mal del Ciprés». Rápidamente, ese patógeno se fue propagando desde Neuquén hasta Chubut. Recién varias décadas después, los investigadores del Ciefap (Centro de Investigación y Extensión Forestal Andino Patagónico) lograron detectar la causa. Ahora, otros científicos de ese mismo instituto avanzan en posibles estrategias para controlar la enfermedad que es imposible de erradicar.

«El Mal del Ciprés es una enfermedad causada por un patógeno, un pseudo hongo. El Ciefap investiga esta enfermedad desde los 2000. el organismo patogénico recién se pudo aislar e identificar en 2007», puntualizó María Laura Vélez, investigadora del Conicet en Ciefap y docente de la Universidad de la Patagonia.

¿Por qué tantos años? Las enfermedades forestales, explicó, que se producen por «estos organismos tan agresivos que son asesinos de plantas» son complejas y toman muchos años de estudios porque estos microorganismos son difíciles de aislar. Se pueden tomar medidas de manejo, pero no existe la erradicación completa. «Lo ideal sería cortar y quemar los árboles enfermos, que no queden residuos (además de tomar otras medidas que eviten su dispersión hacia sitios sanos)», acotó esta bioquímica doctora en Ciencias Químicas.

Vélez aclaró que este organismo fue introducido en Patagonia, aunque se desconoce el origen. «Los primeros ejemplares muertos aparecieron en Isla Victoria donde había un vivero que recibía plantas de todo el mundo. Pensamos que así entró el organismo que vive en el suelo. Coloniza las raíces, las mata y a medida que daña ese sistema, hace que el árbol pueda colapsar», detalló.

Desde el Ciefap han trabajado en diversas estrategias de control. Foto: gentileza

A veces, conservan una parte sana y viven por años. Pero Vélez lo definió como «una enfermedad crónica». A los árboles más jóvenes, por ejemplo, los puede matar rápidamente.

Mencionó que el organismo tiene unas estructuras infectivas que se llaman zoosporas. «En condiciones de alta humedad del suelo, este organismo prolifera. La época húmeda, como el otoño o el inicio de la primavera, son momentos para la dispersión del patógeno», indicó. El «fondo» de los valles -que suelen ser húmedos- y los suelos -que tienen problema de drenaje porque retienen agua- son los sitios que predisponen al desarrollo de la enfermedad.

La actividad humana es la principal dispersora ya que el patógeno está asociado a los senderos, los caminos y los animales.

El ciprés solo se encuentra en Argentina y Chile donde también se identificó la enfermedad. Foto: gentileza

Cómo se propagó

Las investigaciones llevan años. Si bien la enfermedad se detectó en 1948 en la isla del Nahuel Huapi y en la década de 1950 ya se descubrieron casos en El Bolsón, las alarmas se encendieron a fines de los 90 cuando los bosques enfermos desde Neuquén hasta Chubut llamaron la atención.

«Hoy la madera de ciprés se usa para la construcción y muebles. Pero ante la situación preocupante solo se pueden cortar árboles enfermos. De hecho, debe estar avalada por las instituciones de Bosques. El aprovechamiento forestal ya no es el mismo que antes. Porque donde hay cipreses hay sitios enfermos«, lamentó.

¿Cómo se detecta el Mal del Ciprés? Es difícil porque los síntomas son inespecíficos. Vélez aseguró que el follaje se ve amarillento y gris -incluso rojo en los más jóvenes-.

«Este microorganismo va ingresando internamente por los tejidos. La única forma es descortezar y ver cómo va afectando el tejido. El tejido normal -sano- del ciprés tiene un color blanquecino. Si se va poniendo marrón es un signo de que se está matando el tejido«, describió.

Desde el Ciefap han trabajado en diversas estrategias de control. Foto: gentileza

Estrategias de control

Desde el Ciefap han trabajado en diversas estrategias de control. Probaron varios compuestos químicos, incluso un fertilizante, que se puede aplicar en plantas de vivero a fin de que estén mejor preparadas cuando sean plantadas. O bien para salvar ejemplares de árboles adultos. «No se aplica en el suelo sino en cada árbol. Sirve para salvar ciertos árboles o preservar sitios sanos, para hacer de barrera química en sitios cercanos a cursos de agua ya que el agua propaga el microorganismo o en los senderos», dijo.

«Hemos buscado otros organismos naturales que viven en el suelo en el bosque de ciprés e identificamos bacterias y hongos que pueden controlar este organismo patogénico. Hicimos pruebas con plantas de vivero, pero no lo hemos trasladado al campo. De todos modos, los resultados son prometedores», señaló en relación a los trabajos que arrancaron en 2017. En ese camino también identificaron que esas bacterias son promotoras de crecimiento para los cultivos del agro.

El próximo paso serán las pruebas en microparcelas en campos privados o parques nacionales.

Por otro lado, se avanza en generar cipreses resistentes, a través de la clonación, para repoblar los bosques. Esta línea de trabajo lleva cinco años. «La técnica es la micropropagación in vitro en laboratorio. Se desarrolla la planta en el laboratorio y se pasa al vivero. Recién después de un tiempo puede pasar a bosque«, dijo.

Cómo impacta la sequía

Vélez recalcó que los árboles dañados por este patógeno también son impactados por la sequía, el aumento de temperatura y por lo tanto, un mayor estrés hídrico. «Mueren más rápido. Todas nuestras especies nativas sufren el cambio climático», dijo.

Los investigadores también hicieron ensayos para conocer si este patógeno afecta a otras especies nativas y detectaron que el alerce y el ciprés de las Huaytecas -pariente del ciprés-también son susceptibles. Por eso se redobló la vigilancia al bosque de alerces en el parque nacional que lleva el mismo nombre.

«Hemos tomado medidas de prevención. En el parque Los Alerces, por ejemplo, se ha colocado un pediluvio para limpiar y desinfectar las botas o zapatos en Puerto Chucao antes de embarcar en lancha para cruzar el Lago Menéndez para llegar al alerzal más visitado», expresó al tiempo que insistió en que se trata de «educación al turista que es usuario del bosque».

En el área natural protegida de las cascadas Nant y Fall, en Trevelin, también hay cartelería que explica la enfermedad ya que abundan los árboles muertos. «La educación es importante. En los bosques hay que respetar los senderos ya que es muy fácil de transportar inóculos sobre todo en las épocas húmedas, como el otoño. O bien la gente tiene campos privados deben minimizar el movimiento con alambrados para que no entren animales», dijo.


El ciprés solo se encuentra en Argentina y Chile donde también se identificó la enfermedad. Sin embargo, la problemática no tuvo tanto impacto porque tienen una menor área de bosques de cipreses, a diferencia de Argentina.



Los primeros cipreses muertos aparecieron en la década del 40 en la Isla Victoria. Como la mortalidad era de origen desconocido, se la denominó "Mal del Ciprés". Rápidamente, ese patógeno se fue propagando desde Neuquén hasta Chubut. Recién varias décadas después, los investigadores del Ciefap (Centro de Investigación y Extensión Forestal Andino Patagónico) lograron detectar la causa. Ahora, otros científicos de ese mismo instituto avanzan en posibles estrategias para controlar la enfermedad que es imposible de erradicar.

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