Maclovia y el pueblo: la historia de San Martín de los Andes en la memoria de su bibliotecaria

La curiosidad y la observación vinieron con ella de nacimiento. Hoy, jubilada y con 95 años, es quien sigue replicando la identidad local de su comunidad, con conocimiento de causa.

Con ojitos serios frente a la cámara con fuelle que intentaba retratarla, aparece esta niñita de San Martín de los Andes en 1938, la misma muchachita que se convirtió en la bibliotecaria de oficio y compañera de la historia local. La captura en blanco y negro la inmortalizó después de tomar la primera comunión junto a las demás nenas y nenes del pueblo, ellas con tules y coronitas de flores en la cabeza. Era por entonces, una de las hijas del matrimonio chileno – alemán de Pedro Damián Torres y Adalgota Paula Mash. Hoy es simplemente “Maclovia”, inconfundible, testigo de la vida de esa comunidad, donde se ganó un lugar destacado entre sus vecinos.

Dueña de sus vitales 95 años, bien plantada, su trayectoria le valió reconocimientos de todo tipo, un salón de lectura con su nombre y hasta un libro, que le dedicó la periodista Ana María de Mena, investigadora del pasado regional. “Maclovia y el pueblo” es el título de ese material, que combina momentos entre la fundación en 1898 y los testimonios de la protagonista y otros referentes como hilo conductor, a medida que pasaron los años.

En aquel entonces, faltaba mucho aún para que San Martín fuera uno de los centros turísticos de Neuquén. Lejos de eso, con la naturaleza virgen a su alrededor, las familias se sostenían con mucho esfuerzo, distantes de los puntos más poblados y soportando un clima por demás riguroso. En esos comienzos, el objetivo de sus impulsores era sobretodo la soberanía y generar la certeza de que mientras flameara allí “la bandera con el sol de mayo”, “jamás planta enemiga pisaría impunemente ese suelo, ni se respetaría otra ley que la ley argentina”, como dijeron en el acto oficial.

Maclovia, con dos años, la pequeñita de la izquierda. Gentileza Ana María de Mena. 

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En ese contexto, a partir de 1928, se crió “Maco”, como le decían a ella, en honor también a su abuela Maclovia Muñoz, recordó De Mena. Cultivaban la tierra para garantizar el alimento del hogar que integraba con sus padres y sus hermanos Julia del Carmen, Pedro, Juana Estela y Carlos Enrique (la última de las nenas falleció con apenas cuatro años de edad). También fabricaban su propio queso, juntaban los residuos orgánicos para generar abono y en verano lavaban la ropa en los arroyos, aunque trajera agua de deshielo.

Recordando junto a la autora del libro el día de la foto, después de tomar la comunión, esta vecina contó por ejemplo que “en esa época no alcanzaba el dinero para más que un vestidito, sólo la familia que podía hacerlo… a lo mejor, con esfuerzo, ese día se preparaba una comidita especial en la casa y listo. Lo importante era la forma en que se vivía el sacramento, de acuerdo con la fe”. Y en otro capítulo, se puede leer una costumbre que seguro toca de cerca a muchos de los que estudiaron sin calefacción a gas en las escuelas: la camada de Maclovia fue de las que concurría a clases con el portafolios y un tronquito, para aportar a la estufa a leña que les daba algo de calor.

Maclovia en el centro de la foto, con blusita a rayas. Gentileza Ana María de Mena. 

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A pesar de tantas penurias, la mirada seria de esta vecina sólo quedó en las fotos de su infancia, porque quienes la trataron y la siguen visitando hasta hoy, sólo hablan de su calidez al compartir, sus dulces y sus tortas, los diminutivos y los halagos con los que mima a quienes se la cruzan un día cualquiera. En diálogo con RÍO NEGRO, mientras se preparaba un “churrasquito” con puré de papa, zapallo y zanahoria para almorzar, Maclovia contó sobre su pasión por la lectura de distintos géneros y su gusto por la comida sana, casera, donde no puede faltar la verdura.

“Gracias a eso estoy bien”,

opinó y contó que le pide a Dios seguir así para no perder su independencia.

Preocupada por la situación económica del país y por el estado de las veredas de la ciudad, algo que le impide salir a caminar aunque sea a su ritmo, la sonrisa en el tono de voz regresó cuando recibió visita. Con el tubo del teléfono fijo descolgado, nos permitió escuchar el agradecimiento de sus vecinas, por las ciruelas que ella cosechó en su patio para regalarles. A cambio, le trajeron algo de tarta elaborada con esa fruta (receta que también les compartió Maclovia) y se prometieron repetir pronto la experiencia. “Con toda la gente que me conoce, nos hacemos amigos y eso para mi es una felicidad”, valoró.

Un recuerdo en 1974. Maclovia aparece de pie. Gentileza Ana María de Mena. 

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Fuente de referencia indiscutida para reconstruir los sucesos de otro tiempo, se la consulta para que traiga al presente algo de lo que fue testigo o alguno de los documentos oficiales que archivó, pero Maclovia también apela a las memorias que heredó de Adalgota, su mamá. “La historia familiar la transmiten las mujeres de la casa”, dijo una entrevistada una vez y aquí se nota: en muchos de sus aportes, se la vuelve a nombrar a esa pionera y los sucesos que presenció, compartidos quizás con sus pequeños en medio de la cocina o en una noche, a la luz del farol.

Después de 45 años vinculada con la Biblioteca Popular 9 de Julio, caminando las seis cuadras que la separan de su casa cerca del Centro Cívico, esta dama hoy pasa sus días atendiendo sus quehaceres y compartiendo la sabiduría con los más jóvenes, como ocurrió días atrás con alumnos de la Escuela Primaria N°10. “Mi consejo es que lean, con eso uno aprende, viaja y hasta puede amar al autor y las frases que usó (…) Un libro cerrado es un amigo que espera”, concluyó, citando un fragmento del proverbio hindú.

Gentileza Ana María de Mena. 

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Gentileza Ana María de Mena. 

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Gentileza Ana María de Mena. 

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