Trepar torres al sol: así se trabajó en el tendido de alta tensión de El Chocón

En 1972 un joven de 23 años, que había llegado al Valle desde Alejandro Korn, le mandó a su mamá por carta una foto en la que se lo ve haciendo equilibrio a más de 60 metros de altura. El embalse se estaba llenando.

Ismael, el paraguayo, llegó un sábado de madrugada a una pizzería de Alejandro Korn, provincia de Buenos Aires, a 42 kilómetros de la Capital. «Cae el vago del pueblo, que no laburaba nunca y siempre te pedía cigarrillo, te mangueaba café. Siempre andaba así medio pordiosero, laburaba de bañero en un club que se llamaba club de Cazadores, y era compañero de Duhalde (el expresidente)». Así lo recuerda Hernán Caire.

Esa noche, el paraguayo traía zapatos de charol.

-¿A quién le robaste?, ¿Qué hiciste para estar empilchado así?, le preguntó.

-Estoy trabajando en una línea de alta tensión que va desde Ezeiza a El Chocón y estoy ganando muy bien, respondió. Ahí nomás peló el recibo de sueldo.

No esperó ni un segundo. Caire se presentó en Anglo Argentinian Power Construction Consortium, la firma a la que se le había adjudicado la construcción de la línea de transmisión de energía. Rindió un examen y quedó. Le pidieron que viajara a Cervantes.

«A mí me decían Río Negro en ese momento y me decían La Rioja y era lo mismo, no tenía ni idea», aseguró el hombre que hoy vive en Neuquén capital. Tiene una tupida cabellera blanca, cejas gruesas y ojos claros.

En 1972, con 23 años, usaba vaqueros oxford bordó, camisa violeta y una hebilla de bronce grande en el cinturón. Se bajó sin un peso del tren Estrella del Valle que lo trajo desde Olavarría a General Roca. Paró un colectivo y le dijo al chofer que no tenía dinero, pero que necesitaba llegar a Cervantes. Vio las chacras por primera vez.

Después de una revisión médica lo trasladaron al campamento, en la costa del Río Colorado. Por un tiempo fue «el porteño». Con miedo, aprendió a subirse a las torres.

Arracaba temprano. Lo pasaban a buscar a él y a sus compañeros, muchos oriundos de La Pampa, y viajaban en la caja de un camión. Al mediodía tenían una hora para almorzar. Logró que le fiaran en la despensa del campamento hasta que cobró la primera quincena y pudo cancelar deudas. Se compró un colchón y algo de ropa.

A los dos meses tuvo su primer franco y lo aprovechó: el sábado fue a bailar a Aquelarre. El domingo se sentó a almorzar en un restaurant sobre calle Tucumán, en Roca, solo. Un flaco de melena lo vio, entró y lo invitó a comer ravioles con su familia. Caire cierra los ojos, se le quiebra la voz: Emilio Serra sigue siendo su mejor amigo.

Pasó por Barda del Medio, Arroyito hasta que llegó El Chocón. En ese recorrido pasó a ser el segundo oficial especializado.

Técnico en refrigeración, Caire abrió su propio taller hasta que se retiró. Foto Matías Subat.

Hizo todo el tendido y lo tiene registrado. Un compañero de trabajo lo fotografió parado sobre los cables a más de 60 metros de altura, piernas abiertas y rodillas encajadas para hacer equilibrio. Short y remera manga corta, nada de overol ni casco, la piel descubierta y al sol, por la altura casi tocándolo, y sonriendo. Una soga le cruza en el pecho. «Por si te caías», aclaró.

Y siguió: «En esta foto ya había caminado de torre a torre, que son 400 metros, ya estaba tan canchero que caminaba muy bien. Caminabas con el pie y te sostenías con la rodilla en el otro cable».

Le mandó la imagen por carta a su mamá, que se espantó al ver que no había ninguna medida de seguridad.

Al fondo se ve el vertedero, el embalse de Chocón todavía no estaba lleno. Una vez que concluyó ese trabajo su destino fue Puerto Madryn: conectó los cables que venían de la represa de Futaleufú.

Recorrió todo el país hasta que se radicó en Cipolletti. Tuvo un taller de refrigeración y a eso le dedicó gran parte de su vida.

Hace poquito volvió a ver a Ismael. El paraguayo que entró a la pizzería, lustroso, y giró el timón.

La imagen fue enviada junto a una carta de lectores al diario. Gentileza.

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