Una ucraniana en Viedma que no duerme por la guerra

Irina Vergun es empleada administrativa en la capital. Su papá y su abuela viven en Ternópil a unos 400 kilómetros Kiev, capital de Ucrania. Todos los días, desde que se inició el conflicto bélico, vive con angustia y preocupación la situación de su país natal.

Desde que se desató la guerra entre Ucrania y Rusia, Irina Vergun, se levanta todos los días por la mañana y el primer destello de luz que mira, es el de su celular para saber cómo está su padre que vive en la ciudad ucraniana de Ternópil.

«Estamos hablando todos los días con mi papá”, inicia el diálogo con RÍO NEGRO, Irina, que vive desde los 12 años en nuestro país y está radicada en esta capital. “Cuando empezaron a bombardear Liviv, una ciudad que está a 120 kilómetros de donde vive mi papá, le pedí que me escribiera todos los días para saber como estaba».

Irina, tiene 39 años, vive en Viedma desde 2006 y llegó hace 27 años a suelo argentino. Vive de cerca la guerra entre Ucrania y Rusia, a pesar de estar a miles de kilómetros, porque su padre y su abuela conviven en medio del conflicto bélico.

«Hay cinco horas de diferencia entre Argentina y Ucrania, y cuando puedo hacemos una video llamada. Y si no, él me escribe todos los días a la mañana, porque le pedí por favor que me avise porque me preocupo mucho por lo que está pasando».

Irina, con 12 años, vino al país desde Ucrania el 22 de mayo de 1995. Llegó junto a sus padres y sus dos hermanos (10 y 8 años). La familia arribó a Capital Federal «con la promesa de una vida mejor».

Al tiempo, su padre «volvió a Ternópil» y, actualmente, viven con su abuela en el histórico departamento de la familia, que forma parte de uno de los edificios en torres, construidos en la época soviética y ubicado en pleno centro de la ciudad.

«El edificio -recuerda Irina- tiene sótanos y cada departamento tiene una habitación en el sótano». Su abuela, de 92 años, «lo único que hoy quiere es paz. Ella ya sufrió la segunda Guerra Mundial y sabe lo que es», afirma Irina, que en 2018 realizó su última visita a Ucrania y compartió «momentos muy lindos» con su papá y su abuela.

Recuerda que cuando llegó a Kiev en su última visita, «fue chocante ver soldados ucranianos en Kiev que hacían rondas. Pero siempre se mantuvieron en la capital. En Ternópolis no se observó ese movimiento de tropas».

La mayor preocupación en caso de un bombardeo, es su abuela. Ya que en un momento como ese «tiene que bajar por las escaleras unos cinco pisos con la ayuda de mi papá», de 66 años.

Irina junto a su abuela y su papá en Ucrania. Foto: Marcelo Ochoa

«Desde el tercer día que comenzó la guerra, a las 21 se apaga el alumbrado público y solicitan a la ciudadanía que no prendan las luces de las casas por el bombardeo aéreo».

Su padre volvió a su trabajo de herrero, que inicialmente había suspendido. «Me contó que últimamente la situación está más liberada porque al principio era un desierto», agregó.

Irina es empleada pública en Viedma y, desde el inicio de la guerra, al despertarse, «lo primero que veo es el celular. Vivo con el corazón en la boca».

«Mi papá me avisa y me manda un mensaje a la mañana. Eso ya me deja tranquila y, por ahora, todo está bien».

Mi abuela, de 92 años, lo único que hoy quiere es paz. Ella ya sufrió la segunda Guerra Mundial y sabe lo que es».

Irina Vergun vive en Viedma desde hace más de 15 años.

El momento más tenso que vivió, fue a los cuatro días de que Rusia comenzó la invasión bombardeando diversas ciudades ucranianas. «El 28 de febrero pasado me levanté y no recibí mensajes». Ahí comenzó uno de los días de más nerviosismo y preocupación para Irina.

«Comencé a llamarlo le dejé un montón de mensajes y veía que no le llegaban. Quedé helada. Cuando reaccioné busqué contactos para saber que había pasado».

La situación se tornó aún más preocupante cuando detalla que «en la página oficial de Facebook de la ciudad, observé que hacía seis horas que no habían publicado nada».

A más de 14.000 kilómetros de distancia entre Viedma-Ternópolis, sumado a la falta de información, no le quedó otra que esperar y tratar de no imaginarse lo peor. «Me tranquilicé y pensé que por ahí se cortó internet. Trataba de pensar en eso».

Irina cuando era una bebé, en el departamento donde viven hoy su abuela y su papá.

Todo ese mal momento que duró varias horas, se fue con un suspiro cuando «recién a las 7 de la tarde (1 de la madrugada de Ucrania) me escribió mi papá. Me dijo que por los bombardeos en zonas cercanas, se había cortado internet y la señal de celular».

Irina recuerda que logró respirar mejor aunque, aclara, que «cada día la preocupación va aumentando y me cuenta mi papá que se sienten pasar los aviones».

Angustia, preocupación y tristeza, son los sentimientos que atraviesa por su familia frente a una guerra que se cobró la vida de más de 700 civiles y miles de heridos, según las estimaciones.

«Después de una pandemia no aprendimos un poco de humanidad, es muy triste. Ucrania se merece ser libre después de tantos años», reflexionó Irina que quiere que se termine esta guerra para volver a ver a su abuela y su papá.


La vida como inmigrante en la Argentina


Llegó hace 27 años al país y, desde el 2006, vive en Viedma. Hoy domina el castellano a la perfección. Pero el comienzo no fue fácil.

En 1995, con la reciente e «inestable» independencia ucraniana, la familia decidió venir a la Argentina con «la promesa de una vida mejor».

«Nosotros vivíamos bien allá. Mis padres tenían un negocio de florería», y aclaró, que en Ucrania «es algo habitual que se regalen flores todos los días a todas las personas, incluso a los hombres para sus cumpleaños».

Irina y su familia durante las vacaciones en Ucrania

«La vida del inmigrante no es así. Llegamos sin hablar castellano y nos ubicamos en un hotel familiar con otros ucranianos. Era una habitación a una cuadra del Congreso».

Irina había concluido la primaria y debía ingresar al secundario. «Pero, no me quisieron reconocer séptimo grado. Perdí un año ya que fui a un colegio como oyente para aprender el idioma. Al siguiente año entré a la escuela nocturna, con la condición de aprobar séptimo libre. No me olvido más porque mi preocupación era que si no rendía iba a perder todo. En la parte de la conjugación verbal y de verbos del manual quedó todo arrugado. Lo tengo al día de hoy porque lloraba arriba de ese manual», recuerda.

Se superó, con mucho sacrificio, y concluyó la secundaria, tras lo cual, estudió enfermería en la UBA. Interrumpió esa carrera cuando fue madre y se concentró en el trabajo.

En 2006, ella, su madre y sus hermanos se instalaron en Viedma.

En un viaje a Ucrania, en 2013, pensó seriamente en volver a su país.

En Ucrania con su pequeño hijo en 2013.

Se quedó tres meses, pero desistió porque su hijo, entonces de 8 años, «no quiso. Yo lo sufrí como inmigrante y no fue nada fácil». Luego volvió en 2018 y ese fue el último contacto con su papá y su abuela.


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