Conocé al papá de Los Grutynos: creó a seres marinos que actúan en Las Grutas y quiere llevar a Netflix
Beto Noy es hermano del artista del under porteño Fernando Noy. A sus 64 años, el comerciante textil dejó las telas por su faceta creativa. “La risa de los pibes es la única ganancia en la que pienso hoy” contó, con ilusión
Beto Noy mira fijo. Sus ojos, de un marrón verdoso, se humedecen y levanta la mano, moteada de pecas, para cubrir su emoción. Se acordó de Jaime, su hermano más chico, ése que “partió hace una semana, porque al final el cáncer le ganó”. Antes, en la clínica, los dos volvieron a hablar del arcoíris que, de chicos, los atravesó. Y entonces compartió esa anécdota.
“Estábamos en Merlo, ese partido pobre al noroeste del Conurbano de Buenos Aires, sentados en el cordón de la vereda. Tendríamos 10 años. Había llovido. Atrás había una ligustrina enorme, y más allá las vías. Éramos tres, Jaime, un amigo al que le decíamos ‘Bonavena’ (porque era grandote como Ringo, el boxeador) y yo. Y apareció el arcoíris. Pasaba de un lado a otro de la ligustrina. Le dije a mi hermanito “vení, metete”, e hicimos fuerza para colarnos entre las hojas. Entonces el arcoíris nos atravesó. Nos mirábamos las manos, los brazos, y veíamos las luces de todos los colores, pintándonos el cuerpo. Así estuvimos un rato, jugando, riéndonos, hasta que desapareció. Recién con los años me volvió ese recuerdo. Pensé que lo había soñado, pero no. ‘Bonavena’ y Jaime se acordaban, como yo”.
Eso fue lo último que le dijo a su hermano. “¿Flaco, te acordás del arcoíris? Y él me sonrió. Después, cuándo falleció y lo despedimos, volví al hotel y me duché. La luz de la calle entraba por una ventanita, y se abría en distintos colores. Para mí fue una señal de Jaime, y supe que estaba bien” remató, con un hilo de voz.
Hoy, ese arcoíris que lo acompaña desde chico es una “Grutyseñal”. Es que en el relato que armó y tiene como escenario a Las Grutas, sus personajes son escoltados por esa mágica combinación de colores que también está presente en Grutópolys, la ciudad que, en una dimensión paralela, se levanta en las playas de Las Grutas.
En ella viven esos seres mágicos, que son 7. El patriarca es el rey Gruzyque o “señor de la bahía sin fondo”. Cuenta con el poder del agua, por eso “ríos y mares se rinden a sus pies”. El príncipe Gruto es poeta, tiene el poder de la tierra y el de la telepatía. Su esposa es la princesa Grutyna. Cuando canta, ella sana y vuelve buenas a las personas. Sus hijos son Pulpyta (que tiene el poder del fuego y es la que entibia las aguas del balneario) y Pulpyno, un músico que comanda el viento. Mientras que Yno, el duende marino, es el más poderoso de todos los Grutynos. Por eso es amado y temido en partes iguales.
Yno es Noy, una mezcla de letras que llevan al apellido familiar. De ahí que ese duende afable pero temido, que tiene cara aniñada pese a ser el más viejo de todos (cada 700 años humanos envejece uno) es el más parecido a todos los varones de su familia que, como él, vivieron más de una vida.
Porque Beto ahora está empeñado en llevar a sus personajes a lo más alto, y en armar un espacio de material reciclado en Las Grutas, que se convierta en una aldea en la que los chicos jueguen. Pero él es, ante todo, un ‘busca’, tal y como lo fue su padre, Teodoro. Aquel sastre, mercachifle y jugador empedernido que le enseñó lo básico: a manejarse sin patrón, y hacer de esa autonomía una herramienta de crecimiento.
“Todavía sigo con el rubro textil. Soy fabricante y tengo el negocio de Las Grutas y algunos más, en Buenos Aires. El de acá-por el balneario- lo maneja Laureano, uno de mis hijos. Yo tengo 64 y decidí dedicarme de lleno a los Grutynos. No hago plata con esto, por ahora es todo inversión. En los cuentos, las historietas, los trajes…Quiero ofrecer algo lindo, y eso lleva una moneda. Pero mi cabeza cambió. Durante años disfruté de vender. Me encantaba el comercio. Ahora quiero hacer todo al revés. Ganar 10, y ofrecer 90. Así me imagino que sería en esa aldea reciclada que quiero construir, para que los chicos visiten a mis personajes. Que todos los vecinos que quieran tener un stand para ofrecer “grutycomidas” o “grutybebidas” puedan hacerlo, casi por nada. Ése es uno de mis sueños” compartió.
Su historia comenzó en Yuquiche, un paraje rural que está a 35 kilómetros al sudoeste de Ingeniero Jacobacci. Ahí llegó su papá, vendiendo telas y mercaderías. Antes conoció a Elia, una modista que convirtió en su esposa. Tuvieron 5 hijos. Fernando, el mayor, es el famoso de la familia, una figura mítica del under porteño que es poeta, actor y representó artistas de la talla de Leda Valladares y Egle Martin.
El clan Noy tuvo una vida nómade. San Antonio y Las Grutas fueron parte de ese derrotero, antes de instalarse en Buenos Aires. Pero las playas, que siempre atrajeron a Jaime como un imán, lo hicieron regresar. Y ese hermano más chico, que fue la debilidad de Beto, lo convenció de probar suerte con un negocio de ropa (al que llamaron Noy Noy), que finalmente fue un éxito.
Al principio tuvieron una tienda en San Antonio y otra en Las Grutas. Hoy, la que persiste es esta última, en la galería Casablanca de la tercera bajada.
“Por eso terminé de vuelta acá” aseguró el comerciante, que recordó que su vida cambió una vez más al separarse de la mamá de sus tres hijos. “Me deprimí. Perdí interés en todo, extrañaba a mis chicos” contó. Su suerte volvió una tarde. Estaba vendiendo ropa y llegaron tres personas a pedir remeras de ‘Los peques’, esos duendes patagónicos creados por Christian Olmos que se veían por Cable Visión del Comahue. “Pregunté quiénes eran porque no conocía la serie. Y eso me inspiró a pensar en personajes para esta zona, en una familia de seres marinos” recordó.
Los primeros dibujos los hizo un empleado de su tienda, que se daba maña con el lápiz y llevó al papel la fantasía de Noy. Después ese boceto mutó de la mano del dibujante Ramón Gil, que hoy da vida a esas historias, que nacieron en 2005. Gil trabajó para Disney y en Patagonik Film Group contribuyó a darle forma a Dibu, el dibujito de la serie que emitió Telefé. Los guiones iniciales fueron de José Massaroli, que, entre 2006 y 2008, escribió para la tira que publicó el diario de Viedma Noticias de la Costa.
“En esos años estuve a full, pero después mi ex mujer se enfermó y por un largo tiempo abandoné el proyecto. Ahora lo retomé con todo, y quiero llegar hasta Netflix, porque tengo un contacto. Con Salvador Cambarieri, un cineasta local, vamos a filmar cortos para hacerles llegar, a ver que pasa” se entusiasmó Noy.
Mientras tanto, con su obra de teatro cada noche les lleva fantasía a los chicos que visitan Las Grutas. “Lo que devuelven los pibes es maravilloso. Ésa es la única ganancia en la que pienso hoy” remató, con ilusión.
En esa obrita, que de miércoles a domingos a la 21’ se presenta en la casa de la cultura de la segunda bajada (con entrada a la gorra) Beto invita a los espectadores a contribuir con la ecología, y pide colaborar con tapitas plásticas para el hospital Garrahan, de Buenos Aires.
“Queremos generar consciencia ambiental, porque la misión de los Grutynos es cuidar y proteger a la naturaleza” apuntó Noy. En el relato también está el Santo Grial. Apareció después, cuándo los personajes ya tenían forma, y eso le aportó un giro al argumento central.
“Leí una nota dónde desarrollaban la teoría de que los caballeros templarios, encargados de custodiar ese cáliz, habían llegado a la Patagonia. Específicamente al Fuerte Argentino, esa meseta enorme que está al sur de nuestras playas. Eso terminó de inspirarme. Los grutynos se convirtieron en ayudantes de los templarios y en custodios de esa luz. De hecho la “Y” que está en el nombre de casi todos ellos-y en mi apellido mismo- en la gráfica pasó a ser un cáliz” detalló.
Sin embargo, antes de que fueran bautizados así, los personajes se iban a llamar ‘gruteños’. “Como una mezcla de Las Grutas y de lugareños, pero después se cambió por la forma actual porque sonaba mejor, y la Y cerró justo con el tema del santo grial” aportó Beto.
Los que se sumaron, además, fueron los malos. “Ésa fue una sugerencia de Fernando, mi hermano artista. Me dijo que en una historia no podían faltar malandras, para generar conflictos. Es que yo había pensado una trama en la que todo era amor, y él tuvo razón. Los villanos aparecieron recién ahí” rió.
En esos cuentos la reina de la oscuridad es Malizia, el ama del mal. Ella tiene siete ayudantes (los siete pecados capitales): Xira la ira, Abricia la avaricia, Tereza la pereza, Lula la gula, Servia la soberbia, Lidia la envidia y Luria la lujuria.
“Como la bondad de los Grutynos, ellos también viven adentro nuestro, y a veces se apoderan de lo que hacemos. Por eso hay que vencerlos, y dejar que nos gane la parte luminosa” compartió, reflexivo.
“Ése también es un lindo mensaje de superación para los chicos” finalizó, sonriente.
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