Socio incómodo

El ministro de Interior, Federico Storani, se quedó corto cuando afirmaba que en el Paraguay se da «una especie de gran retaguardia del contrabando» y que «la mentalidad» resultante obstaculiza los esfuerzos del gobierno por luchar contra el fenómeno. Como es notorio, el contrabando siempre ha constituido una de las bases de la economía paraguaya y el interés de las autoridades guaraníes en combatirlo es virtualmente nulo. Es innegable que los contrabandistas cuentan con la colaboración entusiasta de muchos argentinos, incluyendo a grupos enquistados en ciertas reparticiones policiales, pero argüir que por eso los paraguayos son inocentes es tan perverso como lo es el planteo de aquellos narcotraficantes colombianos que aseveran que abandonarían el negocio mañana si los consumidores norteamericanos y europeos optaran por prescindir de las drogas que proveen. El que haya criminales en todas partes no significa que quienes viven de actividades ilegales sean víctimas inocentes de los prejuicios ajenos.

La «mentalidad» de contrabandista de tantos paraguayos que ocupan puestos importantes supone que el problema persistirá a menos que la Argentina y el Brasil apliquen presiones tan fuertes que el gobierno llegue a la conclusión de que le convendría más hacer un esfuerzo auténtico por luchar contra lo que es una actividad muy apreciada por el crimen organizado. Por ahora, no han querido hacerlo: como explicó Storani, no queremos «meternos en los asuntos internos del país». Sin embargo, por ser el Paraguay integrante del Mercosur, a sus socios mayores no les quedan demasiadas opciones. Si por respeto a la soberanía paraguaya prefieren limitarse a pronunciar sermones, lo único que lograrán es convencer a la dirigencia paraguaya de que en el fondo están más que dispuestos a tolerar el statu quo. En cambio, si realmente están resueltos a reducir el contrabando a dimensiones razonables, les será forzoso tomar medidas severísimas que bien podrían significar la expulsión temporaria del Paraguay del Mercosur, porque una «unión aduanera» en la que un miembro pleno se dedique a violar todos los acuerdos comerciales y aduaneros habidos y por haber carece de sentido.

Si sólo fuera cuestión de las actividades de los campesinos que cruzan el río Pilcomayo llevando una valija atestada de baratijas, el contrabando no preocuparía a nadie, pero huelga decir que es cuestión de muchísimo más. Según el Ministerio del Interior, el contrabando es un sector económico importante que todos los años mueve más de 1.500 millones de dólares -cifra que a juicio de algunos expertos es muy inferior a la real-, y que cuesta al Estado argentino mucho dinero. Lo que es peor, la gente involucrada está vinculada con bandas de traficantes y, obvio es decirlo, contribuyen de forma vigorosa y sistemática a fomentar la corrupción, en especial en las provincias del norte, agravando así la crisis social y económica que mantiene postrada a la región.

Con todo, las víctimas principales de la «mentalidad» denunciada por Storani son los paraguayos mismos. Con la excepción de una pequeña elite dominada por dirigentes corruptos relacionados con el régimen del ex dictador Alfredo Stroessner, los más viven en pobreza sin posibilidades de mejorar su situación. Aunque el contrabando, lo mismo que otras formas de corrupción, les brinda la ilusión de una escapatoria, una sociedad en la que tantos dirigentes viven de actividades ilegales sencillamente no está en condiciones de modernizarse, adaptándose a las exigencias de un mundo que está cada vez menos dispuesto a tolerar la existencia de estados comprometidos con la ilegalidad. Desde luego, frente a las eventuales medidas que tomen nuestro gobierno y el del Brasil, los paraguayos privilegiados por la ajuridicidad reaccionarían haciendo gala de sus sentimientos nacionalistas, pero, como sabemos, quienes se defienden agitando la bandera nacional suelen estar pensando en sus propios intereses, no en aquellos de sus compatriotas más pobres que, por cierto, no se han visto beneficiados en absoluto por el estado contrabandista existente.


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