Por qué no hay que pasarse la sal de mano en mano: el origen real de esta superstición
La idea de que “pasar la sal de mano en mano trae mala suerte” es una de las supersticiones más arraigadas en la cultura occidental y latinoamericana. Aunque hoy se repite como gesto casi automático en la mesa, su origen se remonta a creencias muy antiguas que combinan religión, simbolismo, economía y antropología.
A continuación, los fundamentos históricos más reconocidos según investigaciones de instituciones como el British Museum, la Encyclopaedia Britannica, el Museum of Witchcraft & Magic (Cornwall) y estudios de antropología de la Universidad de Cambridge.
Un origen muy antiguo: la sal como símbolo sagrado
Antes de ser un condimento cotidiano, la sal era un bien extremadamente valioso.
- En la Antigua Roma se usaba incluso como medio de pago (“salarium”, origen de la palabra salario).
- En culturas judías, árabes y cristianas, la sal simbolizaba alianza, pureza y protección espiritual.
- Para la Edad Media europea, la sal formaba parte de pactos, bendiciones y rituales de hospitalidad.
Por eso, cualquier gesto incorrecto con la sal se interpretaba como un quiebre simbólico que podía alterar la buena fortuna entre las personas presentes.
La explicación más aceptada: evitar la “ruptura del vínculo”
Antropólogos de la Universidad de Cambridge explican que en las sociedades antiguas pasarse la sal implicaba un acto de confianza. Era un objeto valioso que no debía perderse, romperse ni derramarse.
Pasarla directamente de mano en mano se consideraba riesgoso por dos motivos:
- Si se caía o derramaba, se interpretaba como un presagio negativo.
- El contacto directo generaba la idea de transferencia de energías o conflictos entre ambas personas.
Para evitar esa “ruptura del vínculo”, surgió la costumbre de apoyar la sal sobre la mesa y permitir que la otra persona la tomara.
El cristianismo reforzó la superstición
La tradición cruzó siglos gracias a un episodio bíblico: en la Última Cena, según interpretaciones medievales, Judas habría derramado un salero, lo que luego fue asociado a la traición.
Esta idea aparece representada en obras como el famoso fresco de Leonardo da Vinci, donde el salero volcado está frente a Judas.
En la Europa cristiana, derramar sal —o manipularla “sin cuidado”— quedó ligado a mala suerte, conflicto o traición.
La sal como elemento protector en el folclore
Durante la Edad Media y el Renacimiento, la sal se usaba para:
- Alejar malos espíritus
- Purificar espacios
- Proteger hogares y cosechas
Por eso, intercambiarla directamente podía provocar un “desequilibrio energético”, según creencias populares recogidas por el Museum of Witchcraft & Magic (Cornwall, Reino Unido).
Apoyarla antes de entregarla evitaba esa supuesta transferencia de energías adversas.
Entonces… por qué hoy seguimos evitando pasar la sal en la mano?
Aunque el valor económico de la sal ya no es el mismo, la tradición persiste por:
- Transmisión cultural: es una de las supersticiones domésticas más heredadas entre generaciones.
- Etiqueta social: forma parte de un “código de mesa” instalado en muchos países.
- Condicionamiento psicológico: evitamos hacerlo “por las dudas”.
- Folclore popular: se dice que pasarla en la mano trae peleas, mala energía o “discusión asegurada”.
Hoy, en la práctica, apoyar el salero sobre la mesa es simplemente un gesto simbólico que conserva la historia de cientos de años de creencias y rituales.
La idea de no pasar la sal de mano a mano no es un capricho moderno: nace de creencias religiosas, símbolos de confianza, temores medievales y prácticas protectoras que se repitieron hasta convertirse en hábito.
Aunque hoy ya no se teme a los malos espíritus ni a derramar un recurso costoso, la superstición sigue viva, como tantas otras que sobreviven porque forman parte de la identidad cultural.
La idea de que “pasar la sal de mano en mano trae mala suerte” es una de las supersticiones más arraigadas en la cultura occidental y latinoamericana. Aunque hoy se repite como gesto casi automático en la mesa, su origen se remonta a creencias muy antiguas que combinan religión, simbolismo, economía y antropología.
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