Territorialismo
“Benedict Anderson explica que el nacionalismo es más una constante cultural hegemónica del sentido común, tácitamente compartida, que una ideología. Ese nacionalismo cultural, difuso, más social que propiamente político, no necesariamente da fuerza y proyección al nacionalismo ideológico, militante, de los nacionalistas. En el caso argentino, como en muchos otros, este último nunca encontró, en el nacionalismo de los argentinos, tierra fértil en que desenvolverse. El nacionalismo militante, sistémico o antisistémico, de elite o contraelite, chocó una y otra vez contra corrientes políticas que, como el liberalismo, el radicalismo, el socialismo o el peronismo, se desplazaron más cómodamente en el terreno de ese sentimiento difuso y lograron expresar a grandes grupos sociales. Pero si estas identidades políticas extrajeron parte de su fuerza de las raíces que enterraron en el nacionalismo de los argentinos, pagaron también su precio por ello: el nacionalismo es un componente identitario de primera magnitud que las aproxima entre sí mucho más de lo que podían desear. A su vez, a pesar de que el nacionalismo de los nacionalistas y el nacionalismo de los argentinos son como parientes cercanos que no se tratan, los une un rasgo fundamental, su énfasis territorialista. Como interpelación nacionalista, el territorialismo es muy poderoso: intuitivamente comprensible, se presenta como una misión del Estado por excelencia: el territorio, silencioso, habla como la voz de la nación y corrobora la unidad y la armonía que los nacionalismos postulan. La fuerza del territorialismo en los nacionalismos argentinos se puede quizá entender en un Estado y un país que se estructuraron, vertiginosamente, en virtud de su poder de interpelación ante grupos sociales que no tenían entre sí mucho más en común que el suelo: el suelo heredado de los patricios era el mismo que el que habían “elegido” napolitanos, genoveses, calabreses, gallegos, andaluces, judíos, siriolibaneses, pero ni la lengua, ni el pasado, ni ninguna otra cosa les eran comunes. Si, al decir de Tulio Halperin Donghi, se trataba de encontrar una nación para el desierto argentino, se podía concluir que en el desierto estaba la esencia misma de la nación”. (Marcos Novaro y Vicente Palermo en “La dictadura militar 1976 / 1983”; Edt. Paidós, Bs. As, 2003, págs. 436 / 437)
“Benedict Anderson explica que el nacionalismo es más una constante cultural hegemónica del sentido común, tácitamente compartida, que una ideología. Ese nacionalismo cultural, difuso, más social que propiamente político, no necesariamente da fuerza y proyección al nacionalismo ideológico, militante, de los nacionalistas. En el caso argentino, como en muchos otros, este último nunca encontró, en el nacionalismo de los argentinos, tierra fértil en que desenvolverse. El nacionalismo militante, sistémico o antisistémico, de elite o contraelite, chocó una y otra vez contra corrientes políticas que, como el liberalismo, el radicalismo, el socialismo o el peronismo, se desplazaron más cómodamente en el terreno de ese sentimiento difuso y lograron expresar a grandes grupos sociales. Pero si estas identidades políticas extrajeron parte de su fuerza de las raíces que enterraron en el nacionalismo de los argentinos, pagaron también su precio por ello: el nacionalismo es un componente identitario de primera magnitud que las aproxima entre sí mucho más de lo que podían desear. A su vez, a pesar de que el nacionalismo de los nacionalistas y el nacionalismo de los argentinos son como parientes cercanos que no se tratan, los une un rasgo fundamental, su énfasis territorialista. Como interpelación nacionalista, el territorialismo es muy poderoso: intuitivamente comprensible, se presenta como una misión del Estado por excelencia: el territorio, silencioso, habla como la voz de la nación y corrobora la unidad y la armonía que los nacionalismos postulan. La fuerza del territorialismo en los nacionalismos argentinos se puede quizá entender en un Estado y un país que se estructuraron, vertiginosamente, en virtud de su poder de interpelación ante grupos sociales que no tenían entre sí mucho más en común que el suelo: el suelo heredado de los patricios era el mismo que el que habían “elegido” napolitanos, genoveses, calabreses, gallegos, andaluces, judíos, siriolibaneses, pero ni la lengua, ni el pasado, ni ninguna otra cosa les eran comunes. Si, al decir de Tulio Halperin Donghi, se trataba de encontrar una nación para el desierto argentino, se podía concluir que en el desierto estaba la esencia misma de la nación”. (Marcos Novaro y Vicente Palermo en “La dictadura militar 1976 / 1983”; Edt. Paidós, Bs. As, 2003, págs. 436 / 437)
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