Tiempo de ausencia

El día de nada: tal es, en la saga evangélica, el día de hoy. Un silencio ensordecedor entre el clímax de la crucifixión y el de la resurrección. Tiene una significativa coincidencia con la forma de vivirlo por nosotros, pueblo occidental y cristiano. Es una semana donde lo espiritual que justifica la recordación y los feriados ha devenido, salvo para los muy creyentes, en turismo, medios de transporte saturados, lugares vip de la patria, el precio del pescado… para decirlo de otro modo, no asistimos a debates en torno de la idea de sacrificio, o los alcances de la lealtad, o la volatilidad de las adhesiones colectivas.

Usted puede ser creyente o no, pero permítame compartir la convicción de que, como acontecimiento paradigmático de la especie humana, esta historia da para la reflexión. En este día, específicamente, el sujeto de todas las esperanzas yace en una cueva sellada, rondada por un minúsculo grupo de personas atisbando a los guardias romanos. No hace falta ser feminista para advertir que está formado por mujeres. Varias Marías y Martas, por caso. El Evangelio, depurado por hombres muy convencidos de su rol, no tiene más remedio que destacarlo, bien que con cierta nebulosidad respecto de estas mujeres. Toda la precisión que reserva para los seguidores masculinos -Simón, Lucas, el de tal lugar, el hijo de cual, hermano del otro, primo del anterior- se diluye con las damas. Hay un momento que no se sabe si hay dos o tres Marías o tres o cuatro Martas, o si es siempre la misma, como si en un escenario entraran y salieran medio perdidas de su tiempo de actuación… alguna vez, quizás la Iglesia Católica, celosa custodia de otras versiones llamadas apócrifas, ceda el cerrojo y tengamos alguna luz sobre el quién es quién del Evangelio. Pero ese será un auténtico milagro.

El caso es que todo suena familiar: días de gloria y triunfo -el domingo de Ramos- seguido del contragolpe del poder, con actitudes que también podemos identificar fácilmente: es uno de sus seguidores el que lo entrega -las razones son motivo de mucho debate, con justificaciones que cualquiera que abjura de su lealtad encuentra pronto-; el ominoso clima de esperar lo inevitable, casi en soledad, la represión brutal, avalada por la misma gente que lo victoreaba poco antes, la diáspora de sus discípulos, negando conocerlo, la muerte en la cruz, instrumento de tortura común en la época que medio mundo lleva colgado del cuello como si tal cosa. Y ese singular perdón sin la condición previa de arrepentimiento, precisamente ante la máxima crueldad ejercida sobre El, como si fuera necesario cortar de un tajo, sin vueltas, con la espiral de violencia (cuestión no considerada en el debate sobre el indulto, hace relativamente poco tiempo). Los seguidores escondidos, dudando de que hubiera un mañana como el prometido; una gran mayoría siguiendo sus vidas, aún aquellos beneficiados por su presencia…

Es un tiempo de nada el que sigue a la ola represiva, ese tiempo de ausencia velado por muy pocos -muy pocas, en verdad- y cuando llegue de nuevo la esperanza, se felicitarán unos a otros, teñirán de gris sus actitudes pasadas, y es fácil hablar de un ejercicio de hipocresía, pero no es tan sencillo ser héroe en momentos como esos. En definitiva, ningún pueblo está preparado ni se merece tener que demostrar con la vida sus convicciones, de modo que destacamos los ejemplares coherentes precisamente porque es raro que ocurra, y cuando ocurre, esos ejemplares tienen algo de admirable y algo de incómodo, porque interpelan sin pasada de factura, por propia presencia: ¿dónde estabas? ¿qué hiciste?

Quizás haya que considerar un juego de espejos nada casual, que en esta semana de nada, espiritualmente hablando, estemos afrontando el recuerdo del 24 de marzo de 1976.

María Emilia Salto

bebasalto@hotmail.com


El día de nada: tal es, en la saga evangélica, el día de hoy. Un silencio ensordecedor entre el clímax de la crucifixión y el de la resurrección. Tiene una significativa coincidencia con la forma de vivirlo por nosotros, pueblo occidental y cristiano. Es una semana donde lo espiritual que justifica la recordación y los feriados ha devenido, salvo para los muy creyentes, en turismo, medios de transporte saturados, lugares vip de la patria, el precio del pescado... para decirlo de otro modo, no asistimos a debates en torno de la idea de sacrificio, o los alcances de la lealtad, o la volatilidad de las adhesiones colectivas.

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