Tiempos de miedo y rebeldía

Juan H. Gowda*

El miedo, una sensación que nos iguala con casi todos los animales, pero también nos define como ¿únicos? Miedo a la muerte, compartido con ratones y elefantes, miedo a ser excluidos, compartido con vacas y gallinas. Miedo a lo desconocido. Miedos que nos ayudaron a sobrevivir, pensar, ajustarnos, adaptarnos y funcionar en sociedades cada día más complejas.


Y otros miedos, inexplicables, asociados a nuestra capacidad de crear mundos imaginarios y a creer las historias que nos cuentan, miedos virtuales. Miedos que hoy transitan redes invisibles, poblando cajitas de las que ya no podemos prescindir. Miedos que nos quitan la capacidad de pensar y proyectarnos. Miedos por los que aceptamos cualquier mandato, abandonando nuestros sueños, para subordinarnos al poder de turno, denunciando a quien viola o cuestiona sus normas.


Miedos abyectos y traicioneros que generan mundos en los que sólo vale la obediencia a reglas impuestas, pocas veces discutidas y nunca consensuadas. Vivimos tiempos de miedo. Miedo que nos encierra como nunca, mental y físicamente. Convirtiendo al mundo virtual en real, no de a poco como creíamos, sino de golpe.


Un código escrito en materia orgánica, que nos usa sin saberlo para propagarse, hizo desaparecer al mundo real. Un código sin sentido, desconocido ayer pero que vino para quedarse. Agigantado por nuestra creciente conectividad, ha dejado inermes a las potencias mundiales, reemplazando democracias por estados policiales, que nos encierran sin más crimen que el de existir, por tiempo indefinido; y elaboran reglas de control cada día más difíciles de comprender.


Ayer arrestaron a una señora por tomar sol, hoy un chico cometió el crimen de ir al mar a jugar con las olas. Mañana iré preso por darte un beso, o una flor. Por bajar el río, caminar por el bosque o la montaña. Un virus ha despertado a otro, más peligroso, el del miedo. Contagioso como pocos, utilizado desde el comienzo de nuestra existencia como herramienta de control y excusa para los mayores genocidios, el miedo encierra hoy ciudades enteras a los que el covid aún no ha llegado, obligando a personas que duermen juntas a usar barbijo en el auto, uno adelante, otro atrás.


El virus real ha contagiado a 4 millones, el del miedo a unos 7 mil millones, cerrando fronteras reales y mentales. El virus del miedo detuvo nuestra vida, no para pensar y buscar nuevos caminos, sino para esperar a que nos dejen seguir… semáforo en rojo que pasa a amarillo para volver a rojo, sin que traten de arreglarlo, porque no está roto.


 Aceptamos que nos engañen, una y otra vez, olvidando el cuento del pastorcito (¡lobo, lobo!) El 20 de marzo pararíamos 10 días. ¿Quién lo creyó? ¿Quién lo cuestionó? Desde entonces el miedo se expande, tapando lo que no queremos ver y lo que no quieren que veamos… Sólo conozco un antídoto contra el miedo, la rebeldía.


A diferencia del miedo, herramienta de poderosos usada cuando la razón no vale, la rebeldía es escudo de los sometidos. A diferencia del miedo, la rebeldía debería razonar.


El virus del miedo detuvo nuestra vida, no para buscar nuevos caminos, sino para esperar a que nos dejen seguir… semáforo en rojo que pasa a amarillo para volver a rojo…



No escapar al argumento ni evadir el conflicto. No aceptar órdenes sin sentido ni doblegarse ante la injusticia, aun cuando el perjudicado sea otro.
La rebeldía debería ser un acto de amor, un paso fuera de lo permitido para seguir aprendiendo y creciendo. Un acto solitario pero solidario; no seguir al malón si corre hacia el abismo sino tratar de frenarlo aunque nos atropelle. Pensar libremente y actuar en consecuencia. Sin miedo de lo que opinen los demás, pero respetando sus creencias y sin imponer las nuestras.
La rebeldía contagia sólo a quienes mantienen viva su curiosidad. Así como el miedo domina a quienes se alinean con el fuerte y repiten sus consignas (quedate en casa), la rebeldía contagiará a quienes nutren su niño interior, a quienes no aceptan un “porque sí” como respuesta, diferenciando normas de principios, y resistiéndose a seguir aquellas que sólo sirven para dominarnos.


En el juego eterno entre miedo y rebeldía, la humanidad cambia, deambulando sin destino claro. Frenada por quienes pretenden perpetuarse en el pasado y empujada por quienes no quieren quedarse quietos ni aprender de memoria la lección.


Mientras el miedo nos recuerda los golpes que recibimos al querer cambiar, la rebeldía aprende de sus fracasos para imaginar nuevas utopías. Hoy el miedo ya se transformó en pandemia. ¿Cuántos humanos habrán probado el elixir de la rebeldía? ¿O será que la rebeldía no es tan contagiosa?

* Doctor en Ecología, investigador en el Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente (Inibioma) dependiente del Conicet y la UNC .


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