Un caso esperpéntico

Parece evidente que el poder, en opinión de muchos virtualmente hegemónico, que ha acumulado la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se debe menos a su propia capacidad que a la debilidad ajena. Todos los muchos partidos políticos, incluyendo al Justicialista, se ven agitados por internas confusas, la administración pública está irremediablemente politizada y a pocos se les ocurriría confiar en la ecuanimidad de la Justicia. Una consecuencia inevitable de esta realidad lamentable ha sido la llegada a puestos clave de personajes que, de funcionar los filtros que supuestamente existen, nunca hubieran sido considerados aptos para ocuparlos. El ejemplo más llamativo de este fenómeno deprimente es el brindado por el vicepresidente Amado Boudou, un hombre de trayectoria poco impresionante que, por motivos que para los demás son misteriosos, Cristina eligió a dedo como compañero de fórmula. No tuvo que consultar con nadie, con la eventual excepción de su propio hijo, razón por la que no se veía constreñida a tomar en cuenta los reparos de los familiarizados con la trayectoria un tanto rocambolesca del en aquel entonces ministro de Economía. Otro ejemplo de la falta manifiesta de idoneidad de ciertos integrantes del entorno presidencial se ha visto proporcionado por Daniel Reposo, el candidato oficial para encabezar la Procuración General de la Nación, la función que desempeñó el peronista de izquierda Esteban Righi hasta que su escaso entusiasmo por defender a Boudou contra quienes lo acusaban de diversas transgresiones desembocó en su renuncia. Para asombro de los que ya se oponían al nombramiento de un militante que se calificaba a sí mismo de “un soldado de la presidenta”, Reposo presentó un currículum vitae atiborrado de datos presuntamente inventados, afirmándose “disertante” en docenas de reuniones de alto vuelo al lado de funcionarios internacionales eminentes como el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, en las que a lo sumo participó como un miembro más del público o de los responsables de organizarlas, además de informar que entre 1996 y el 2002 fue secretario de la sede argentina de la Asociación Internacional de Abogados y Juristas Judíos, aunque conforme a la titular del organismo “no existen registros formales” de su participación en dicho rol. Para colmo, parecería que hay dudas en cuanto a la autenticidad del título de abogado que asevera poseer, ya que, según la senadora radical Laura Montero, “no hay constancia alguna de que el Sr. Reposo sea abogado procurador egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA en 1991. Este requisito es esencial a la designación” como procurador general de la Nación. Reposo atribuye las preguntas planteadas por la diferencia entre la información incluida en su currículum y lo que han podido encontrar quienes están tratando de verificarla a “errores de tipeo”, explicación que acaso satisface plenamente a los militantes de La Cámpora pero que, claro está, parece ridícula a los aún reacios a subordinar absolutamente todo a “la lealtad” para con la presidenta. A esta altura Cristina no puede sino entender que se equivocó al elegir a Reposo como sucesor de Righi, pero parecería que se siente obligada a seguir respaldándolo por suponer que está en juego su propia autoridad. En el marco del hiperpresidencialismo tal actitud puede considerarse comprensible. También habrá incidido la conciencia de que si comenzara a abandonar a su suerte a los “flojos de papeles” pronto se produciría un éxodo peligroso ya que no es ningún secreto que en su gobierno abundan los improvisados. Con todo, el deseo notorio de Cristina por mantener a raya a personas que a su juicio podrían llegar a hacerle sombra, de ahí la presencia en el gobierno de tantos jóvenes, santacruceños y oportunistas astutos a los que le es muy fácil dominar, está en la raíz de una multitud de problemas que la están perjudicando. Tal y como están las cosas, Cristina corre el riesgo de ser víctima de su propio éxito. Al monopolizar el poder, se ha privado de la ayuda de colaboradores que, sin ser dependientes, estarían en condiciones de aportar algo positivo a su gestión, detalle éste que acaso no le pareció significante cuando todo iba viento en popa pero que, al proliferar las dificultades económicas, cobrará cada vez más importancia.


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