Un fracaso nada sorpresivo
Aunque pocos creyeron que el blanqueo de capitales ensayado por el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner le serviría para conseguir los 4.000 millones de dólares previstos por el ministro de Economía de facto, Guillermo Moreno, virtualmente nadie supuso que el saldo resultaría ser tan extraordinariamente magro como acaba de reconocer el titular de la AFIP, Ricardo Echegaray. Según el funcionario que está a cargo de la recaudación de impuestos, sólo han entrado 341,6 millones de dólares, menos del 10% del monto proyectado, lo que acaso sería suficiente como para cubrir los costos de algunos meses de Fútbol para Todos y otros espectáculos politizados. Se trata, pues, de un fracaso rotundo. Por razones comprensibles, los evasores han preferido mantener oculto el dinero que se las han arreglado para ahorrar a costillas del fisco, y de la sociedad en su conjunto, a arriesgarse saliendo de la economía negra en la que se sienten más cómodos. Asimismo, en opinión de Echegaray por lo menos, los bancos no querían colaborar con un esfuerzo que andando el tiempo podría ocasionarles “penalidades por los organismos que fiscalizan el lavado de dinero”. Lo mismo que las amnistías, los blanqueos de capitales podrían justificarse en circunstancias extremas, ya que se trata de una forma de intentar romper definitivamente con el pasado para comenzar de nuevo, pero puesto que no hay motivos para suponer que el gobierno kirchnerista esté por inaugurar una etapa radicalmente distinta de la anterior –antes bien la presidenta ha dado a entender que seguirá habiendo más de lo mismo–, la iniciativa fue atribuida a nada más que el temor oficial a que, en medio de una temporada electoral, la caja política de la que depende quedara vacía. Al intensificar de este modo el gobierno la sensación de que la economía ya ha entrado en una zona de turbulencia, en efecto advirtió a quienes tienen millones de dólares no declarados que no les convendría en absoluto deshacerse de ellos, convirtiéndolos en Cedin o en otra cuasimoneda de valor incierto. No extraña, pues, que la reacción frente a la oferta supuestamente generosa del gobierno kirchnerista haya sido tan despectivamente negativa. Al fin y al cabo, no sólo los prohombres de la patria financiera sino también las amas de casa más ahorrativas quieren mantenerse bien alejados de un gobierno que a su juicio es muy corrupto, sumamente rapaz y que, para colmo, parece resuelto a dejar a su sucesor una herencia inmanejable. A esta altura sería inútil criticar desde un enfoque ético el blanqueo, calificándolo de perverso porque, al beneficiar a los infractores, insulta a todos los habituados a abonar sus impuestos, ya que el gobierno kirchnerista carece por completo de autoridad moral. Con todo, aunque a juzgar por los resultados de una serie de encuestas la mayoría estaría dispuesta a pasar por alto las deficiencias notorias en tal sentido del gobierno si administrara la economía con eficacia, los cuatro o cinco funcionarios que comparten la responsabilidad así supuesta parecen estar más interesados en las vicisitudes de la interna oficialista que en cualquier otra cosa. Aun cuando el “modelo” kirchnerista fuera un dechado de coherencia, sería necesario que lo manejara un equipo de personas debidamente capacitadas, pero sucede que la presidenta, fiel a la consigna maquiavélica “dividir para reinar”, optó por un grado excesivo de pluralismo en el gobierno, de ahí las diferencias patentes entre Echegaray y Moreno, el viceministro de Economía Axel Kicillof y la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, y la falta de poder real del ministro de Economía formal, Hernán Lorenzino. Es por lo tanto lógico que los dueños de aquellos 4.000 millones de dólares que Moreno se creía capaz de blanquear hayan preferido permanecer en las sombras. No saldrán hasta que por fin el país haya contado con una serie de gobiernos que sean mucho más confiables que el actual. Como décadas de experiencia deberían habernos enseñado, destruir la confianza es muy fácil, mientras que construirla es tan terriblemente difícil que tendrían que pasar muchos años de administración prolija y honesta antes de que el país pudiera aprovechar los muchos miles de millones de dólares que se encuentran bajo el proverbial colchón o en el exterior.
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