Un intelectual y la política

HÉCTOR CIAPUSCIO (*)

Canadá es un país lejano, próspero y envidiable, del que en general los argentinos sabemos muy poco, aunque muchas veces su nombre repiquetea como contrafigura de nuestros fracasos históricos. Es exiguo lo que tenemos registrado de su trayectoria, su política y sus gobiernos. Forzando la memoria, pueden recordarse algunos datos de su colonización, sus francas actitudes internacionales, ciertos nombres de estadistas relevantes y un par de sucesos internos que tuvieron resonancia mundial. Entre los acontecimientos que apasionaron en su tiempo y son referencia para alguna insurgencia nacionalista en la Europa actual, está la crisis a que dio lugar un movimiento secesionista de la provincia de Québec (francófona y francófila, en un país cuya historia reconoce dos madres patrias, Inglaterra y Francia). El punto alto del proceso estuvo en la ocasión de que, visitando Montréal en 1967, el presidente francés De Gaulle catapultó allí la pasión separatista haciendo suyo ante una multitud fervorosa el grito movilizador “¡Vive le Québec libre!” De los dirigentes políticos, permanecen en la memoria dos líderes que dejaron huella. Uno fue el Nobel de la Paz Lester Pearson, artífice para la salida de la crisis política que eclosionó durante su gobierno. El otro fue un político de enorme popularidad, dos veces y por largos años primer ministro, al que no hace mucho, ante el problema actual de la rebeldía de Cataluña, citó un diario de Madrid en una nota titulada “¿Dónde está nuestro Pierre Trudeau?” en la que se lee: “El que fuera quebequense y primer ministro de Canadá logró impulsar un federalismo que evitó en su país cualquier ruptura. España necesitaría un político con su inteligencia y coraje para espantar sus fantasmas”. Ahora tenemos para anotar en la memoria un nuevo actor mayor de la escena pública canadiense. Michael Ignatieff es un historiador y pensador agudo conocido aquí particularmente a través de su libro de 1998 sobre Isaiah Berlin, su mentor filosófico. Dictó el año pasado en la Facultad de Derecho de la UBA una conferencia sobre política, ética y corrupción, a la que definió como un problema gravísimo porque lleva a la desconfianza sobre las instituciones. Este intelectual tuvo una carrera política meteórica en Canadá. Brillante profesor en varias universidades (Oxford, Cambridge, Toronto), fue reclamado de la de Harvard en 1995 por admiradores deseosos de renovar el Liberal Party, el gran partido canadiense de centro. Se convirtió en su presidente en el 2006 y lo condujo con brillo hasta una complicada derrota electoral en el 2011, que le deparó también la pérdida de su propio escaño legislativo. El apartamiento de un hombre de sus quilates fue lamentado largamente por partidarios y amigos. Un periodista escribió en “Wold Affairs” que cuando dimitió como líder de los liberales de Canadá en una conferencia de prensa en Toronto, el 3 de mayo, los miembros de su equipo fueron vistos en el fondo de la sala llorando. “Era el triste final de un experimento de seis años que alguna vez habían creído concluiría con un hombre único, el propio Ignatieff, empuñando la espada de una gestión basada en una firme teoría política y llegando al poder como un contemporáneo rey filósofo”. Ha seguido ocupando la prensa de su país y del mundo, ahora reclamando a menudo sobre el valor de su experiencia como intelectual que se entusiasmó en arrojarse a la lucha política y que mantiene su fe en reivindicarla frente a los escépticos. Acaba de dar lugar a crónicas entusiastas en España, país al que visitó este mes para presentar el último de sus 17 libros (“Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en política”, Madrid, 2014), una obra autobiográfica en la que analiza su notable experiencia como líder político de su país y reflexiona, generalizando, acerca de la grandeza de la política democrática y de las miserias que la acompañan. Comenta en el libro esa experiencia de cinco años, critica mucho de lo que le tocó vivir, pero valora con energía la política y a los políticos. Los partidos políticos, sostiene, cumplen una función indispensable. La sociedad los necesita siempre para articular los intereses de los diferentes grupos que la integran. A través de ellos pueden trabajar por una causa común. Recuerda que la política es una profesión dura en la que casi desaparece toda posible privacidad. No es una profesión que se pueda aprender sino mediante su ejercicio, porque es antes que nada el arte de la oportunidad, la capacidad de reaccionar ante circunstancias cambiantes. Más allá del libro, Ignatieff formuló declaraciones periodísticas en las que amplió sus opiniones para el diario madrileño “El País” que las recogió en su edición del 15 de junio. Dijo en el reportaje que la nobleza de la política reside en la lucha por defender aquello en lo que se cree y en animar a otros a luchar por los valores que nos mantienen unidos como pueblo. “Yo entré en la política –declaró– con una pesada carga y pagué un elevado precio por ello. Pero es mejor haber pagado que vivir una vida a la defensiva. Una vida a la defensiva no es una vida en plenitud”, dijo aludiendo a la posición de aquellos que abjuran de su participación pensando que es una actividad propia sólo de arrivistas sin escrúpulos. “Los ‘outsiders’ –expresó– soñamos permanentemente con que podemos irrumpir en el juego político, pero éste requiere una serie de habilidades específicas, no todo el mundo puede hacerlo”. (Aunque no es idéntico, podemos hacer relación con el caso de Vargas Llosa y el fracaso de su candidatura presidencial del Perú en 1990 ante Fujimori), La política es el antagonismo estructurado, no la guerra. La democracia es la batalla entre adversarios. El arte de lo posible, pero ahora. Ni más tarde, ni mañana, ahora. No es suficiente con tener ideas, hay que actuar en el momento adecuado. Insistió en su reflexión sobre los intelectuales que se ilusionan con alcanzar el éxito político. “Los catedráticos, en el fondo, no respetan la política ni entienden las habilidades específicas que son necesarias para triunfar en las cambiantes arenas de la democracia. Ésa es la raíz de sus frustraciones”. (*) Doctor en Filosofía


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