Un viejo anhelo de la CNEA

El proyecto Carem comenzó a gestarse a principios de la década de 1980, durante la gestión al frente de CNEA del almirante Carlos Castro Madero. Desde entonces fue presa de las sucesivas crisis presupuestarias y si bien todas las administraciones del organismo nuclear lo mantuvieron entre sus prioridades, nunca pudo salir de su categoría de proyecto.

Durante la presidencia del físico Manuel Mondino -también egresado del Instituto Balseiro de Bariloche como Castro Madero- hubo una fuerte ofensiva para vender un prototipo y se avanzó mucho en las conversaciones con Turquía. Se consideraba que con los 50 millones de dólares que iba a aportar el gobierno turco podían construirse dos unidades, una para instalar en aquel país y otra para proveer a alguna provincia, que en su momento se perfilaba que podía ser San Luis. Las turbulencias políticas que se sucedieron en Turquía en 1993 y 1994 terminaron por sepultar la única posibilidad cierta de vender el Carem con lo que, sin dinero, siguió quedando en los papeles.

Desde la CNEA siempre se insistió en que la importancia del proyecto radicaba en que abría una posibilidad a la Argentina de entrar en el mercado energético internacional con un modelo propio de reactor pequeño.

No obstante, dentro de la propia industria local persisten los interrogantes. Si países como Estados Unidos, Francia y Alemania, potencias indiscutidas en la industria nuclear internacional, no desarrollaron ni comercializaron reactores pequeños, ¿qué posibilidades de éxito podía tener Argentina ?

En la misma época en que comenzó a bosquejarse el Carem, Canadá tenía un proyecto de reactores chicos pero lo abandonó. De hecho, no existen reactores chicos funcionando en el mundo.

Este tipo de reactores está pensado básicamente para proveer energía a poblaciones alejadas, que no estén conectadas a la red nacional, con un máximo de 100.000 habitantes. Por eso en su momento se lo consideró ideal para los países menos desarrollados. Aquí emerge un segundo problema que es el financiamiento: a no ser que haya una decisión política de los gobiernos de invertir en un desarrollo nuclear, o que exista financiación privada, es prácticamente imposible conseguir créditos de organismos internacionales. Son reglas que vienen desde hace bastantes años y que la globalización no cambió.

No obstante, si la ENSI pudo seguir sosteniéndose en un mercado internacional acotado, el Carem -construído y con buen gerenciamiento- probablemente también pueda hacerse un nicho de mercado. Y seguramente en Argentina hay muchos pueblos a los que la llegada de la electricidad podría significarles la instalación de alguna industria y, en definitiva, cierta prosperidad.

El otro interrogante en el mundillo nuclear local es en qué se beneficiarán CNEA y sus grupos de trabajo si todo el desarrollo y construcción del Carem queda totalmente en manos de Invap.

Lo que es indiscutible es que, si realmente Economía consigue los fondos, el Carem se convertirá en el primer proyecto de envergadura de la industria nuclear argentina desde que comenzó la construcción de Atucha II, a principios de la década pasada, obra paralizada desde 1994. Una verdadera bocanada de oxígeno para un sector tan castigado, en términos presupuestarios y de conducción política, en los últimos años.

Elida Bustos


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