Una democracia que que no da respuestas

La democracia boliviana cumplió el viernes pasado 21 años de vigencia ininterrumpida, en medio de una convulsión social y una profunda crisis de su sistema político, que no ha sabido dar respuestas a las demandas de una población sumida en la pobreza y la exclusión Bolivia recuperó su democracia en 1982, tras 18 años de dictadura. Desde entonces, los gobiernos que se sucedieron probaron casi todas las fórmulas: el liberalismo ortodoxo de Paz Estenssoro y el mismo Sánchez de Losada, el centroizquierdista Paz Zamora y el populismo de derecha del ex dictador Hugo Bánzer. Ninguna de ellos logró más que efímeros resultados, mientras el país soportaba duros ajustes fiscales, hiperinflaciones, privatizaciones ruinosas, levantamientos campesinos y un fuerte crecimiento de la inequidad y la pobreza Hoy, 7 de cada 10 bolivianos vive en la indigencia, con menos de 2 dólares diarios de ingreso. Los índices de industrialización, empleo y productividad están estancados desde hace 20 años, según datos oficiales. La situación se agrava en el sector rural y suburbano, cuya población es mayoritariamente indígena. Allí 9 de cada 10 personas son pobres o indigentes.

A esto se suma la fragmentación política. El actual presidente ganó las elecciones con apenas el 22% de los votos y logró la presidencia gracias a un frágil acuerdo parlamentario con izquierdistas, nacionalistas de derecha y populistas variopintos.

Por eso, la polémica por el manejo del gas, del cual Bolivia tiene las segundas mayores reservas del continente y es considerado como la «bala de plata» para combatir el subdesarollo del país, es sólo la cara de un conflicto más profundo: el fracaso de la «democracia pactada» que lleva ya dos décadas en Bolivia y que tenía como objetivo terminar una historia de inestabilidad, repleta de golpes de Estado.

«El gas es un pretexto. Es el catalizador de las protestas» dijo recientemente el politólogo Carlos Toranzo, director del Instituto Latinoamericano de Estudios Sociales (Ildes). «Es la gota que rebalsa el vaso (de conflictos) que se ha ido acumulando en los últimos 20 años,» agregó el sociólogo Sacha Llorenti .

Los dos analistas coinciden en que los dos partidos indígenas que conducen las protestas sociales a propósito del gas -el Movimiento al Socialismo (MAS) del popular Evo Morales y el Movimiento Indígena Pachakuti (MIP), del también diputado Felipe Quispe- aglutinaron todos los descontentos latentes en el país.

Las manifestaciones son también un rechazo al sistema político, que permite la corrupción y las prebendas (Bolivia figuró este año otra vez última en el ránking de Trasparency en el continente), con una coalición gubernamental concentrada en repartirse el poder y los cargos y sostenedora de un modelo económico «que no ha solucionado la pobreza y la inequidad» señalan «El sistema político está agotado y es evidente el fracaso del modelo económico y la ruptura social», dijo Llorenti (Reuters/AFP/Redacción Central)


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