Una luz que iluminó cultura en la región

El faro del río Negro, uno de los más viejos, cumple 120 años.

A fines del siglo XIX un joven marino argentino (1852-1889) que se destacaría por su interés en temas marítimos no comunes y además otros que nada tenían que ver con su profesión, como ser casi el descubridor de carbón en Río Turbio -donde tiene un busto, por considerárselo descubridor e impulsor del yacimiento- hizo notar la necesidad de instalar un faro en la boca del río Negro. Agustín del Castillo, mercedino bonaerense, era capitán y publicaba notas en el Boletín del Centro Naval y en una de ellas por 1885 que tituló «Necesidad de un faro en la Boca del Río Negro (costa sur)» expresaba: «Cartas recibidas de Patagones nos anuncian que el Gefe de la 2da. División del Ejército, general Winter (Vintter), ha elevado a la Superioridad el proyecto de un faro para la entrada en aquel puerto. Este proyecto ha sido formulado por una Comisión compuesta del Gefe de la Escuadrilla y varios oficiales de ella. Según se nos informa existe allí en calidad de depósito en casa de los señores Bertorello y C° una gran farola igual a la que se colocó en la Isla de los Estados» (sic).

En la nota de cuatro páginas del Castillo opinaba sobre como construir el faro y finalmente expresaba: «Tanto por las razones que dejamos expuestas como por el humanitario sentimiento de impedir naufragios que importan pérdidas de vida y capitales, se debe establecer cuanto antes un faro en la entrada del río Negro». Sin duda conocía los problemas que representaba la famosa «barra» en la entrada del río y con historial de muchos naufragios. En octubre de 1886 se encomienda al capitán de fragata Martín Rivadavia y su gente -como jefe de la Escuadrilla del Río Negro- la construcción del faro. La escuadrilla tenía asiento en Carmen de Patagones. Elegido el lugar en la margen sur del Negro y costa acantilada,

la construcción fue rápida. «La arena de los médanos donde se emplazó no servía para la construcción por su alto contenido de salitre, debiéndose usar la de bancos del río en la desembocadura del Negro, extrayéndose la piedra de orillas del mar, a cuatro millas de distancia, lo que representó novecientos y tantos viajes de carreta» (Pérez Morando, 1981).

Llegado el día de la inauguración, el vaporcito «Limay» desde el amarradero maragato tuvo la misión de transportar a autoridades e invitados hasta la desembocadura y desde allí en carros y a caballo llegaron al flamante faro en cuya construcción también habían intervenido aborígenes presos. Presidió el gobernador del territorio rionegrino general Lorenzo Vintter y el jefe de la escuadrilla Martín Rivadavia. La bendición del «faro y demás departamento anexos» estuvo a cargo del párroco salesiano de Patagones Angel Píccono que después escribiría: «En el más religioso silencio de cara al Océano Atlántico que a treinta metros más abajo castigaba con sus olas por todos lados, bajo la mirada de los indios prisioneros cuyos brazos habían elevado aquella torre, con la artillería que a pocos pasos se preparaban a saludar con sus salvas tronantes y la dedicación al Altísimo en aquel benéfico edificio y vanguardia de la civilización en el desierto…». Se llamó «Faro del Río Negro» y fue apadrinado por el niño Bernardino Rivadavia bisnieto del primer Presidente de la Nación Argentina, representado por el Señor Gobernador D. Lorenzo Vintter» (sic). Según escrito posterior estaba «compuesto de ocho lámparas alimentadas con aceite… desarrollando un rayo de luz visible a catorce millas… Altura de la luz 45 metros y 62 centímetros». Mora, fue el apellido del primer torrero.

Hubo almuerzo con color a banquete, salva de 21 cañonazos y palabras del gobernador y del jefe de la escuadrilla, no faltó acta -por duplicado- firmada por muchos de los presentes, cuyos apellidos todavía rondan en la zona y fueron: Lorenzo Vintter, Martín Rivadavia, Valentín Feilberg e Hipólito Oliva, marinos, Marcelino C. y Manuel Crespo, Angel Píccono (párroco), Daniel Rojas Torres, Marcelino Crespo, Facundo Larrosa, A. J. Velázquez, Augusto F. Grasso, Luis E. Calderón, Alberto M. Biedma, Hortencio Thwaites, F. Martínez Ruiz, José Galzusta, E. Estremador, Angel Gorozabel, Juan Aceto, Delio J. de Barrios, Arturo Durañona, Alejandro Stefenelli, Jorge Rassmunsen, Luis Galvani, Alfredo C. Miguel, Luciano Domínguez, Esteban Fernández, Jorge Parkes, Francisco Fourmantin (hijo del corsario), Sebastián Olivera, Jaime Antoli, Antonio Rial, Manuel y Guillermo Abel, B. Casada, Ignacio N. León, Alejandro Prieto, Vicenet Aguirre, Manuel M. Román, Andrés Hansen, Santiago Ghiglia, Jesús Carrascal, Tomás Deacon, Félix Caperochipe, Braulio García, Gabriel Roguier, Luis Bayo, Luis Decio, Carlos Macche y Vicente Berasategui.

Aquel 25 de Mayo de 1887 -hace 120 años- Viedma, por la tarde fue escenario de otro gran acontecimiento: «concluída la ceremonia, la comitiva aceleró el retorno para llegar a tiempo a inaugurar la Biblioteca Pública de Viedma, ceremonia fijada para las 4,30 p.m. del mismo día» (Boletín Salesiano, 1887). Aquella biblioteca fue considerada la primera en el sur argentino, su primer presidente José Juan Biedma -hermano de Alberto M- pocas semanas después publicaría «Apuntes Históricos del Río Negro» en imprenta de ambos Biedma. Como dato menor, esa misma tarde se inauguró un busto de Alsina en la plaza que lleva todavía su nombre.

Los viedmenses y maragatos de hace 120 años vivieron un tríptico notable: faro para ayudar a la navegación, cultura de libros y homenaje a destacado argentino.

 

HECTOR PEREZ MORANDO


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