Una vida de escritor

A veces tengo la sensación de ser un hombre afortunado, porque si bien el acto de escribir es a veces muy doloroso, tiene la compensación de poder hacer lo que a uno le gusta. Es una vocación, un mandato y una responsabilidad.


Escribir desde adolescente ha sido la pasión central de mi vida. Cuando era niño soñaba con ser escritor y siempre recuerdo la alegría cuando a los dieciocho años publiqué mi primer libro de poemas en una humilde “edición de autor” con el poco imaginativo título “La ciudad y otros poemas”. Luego vendrían quince libros más pero ninguno alegró tanto mi alma como ese, aunque literariamente poco decía. Toda ópera prima deja a sus autores bastante inconformes. Es que se le ven las costuras por todos lados, el estilo es anodino y las influencias muchas.


Me di cuenta que debía leer mucho, corregir hasta el hartazgo, trabajar en soledad donde nadie si no es uno mismo debe resolver los defectos del texto en que se está trabajando. Y supe que en la creación literaria las musas tienen muy poco que ver. Es que el escritor –lo supe mucho después- no nace, sino que se hace con contracción a la tarea, persistencia y mucho, pero mucho trabajo.


Nunca me asustó la página en blanco, pero cuando uno no tiene nada importante que decir es mejor guardar silencio.
¿Influencias? Tuve muchas y variadas. Y todavía las tengo a pesar que uno no se da cuenta hasta que descubre que la literatura es una construcción que va sedimentando y todos tenemos un poco de todos.


El entorno influye y mucho. Mi literatura es regional, pero, ¿qué escritor no es regional? Lo fueron Cervantes, Rulfo, García Márquez y tantos otros. Mi literatura está marcada por el paisaje y las características tan particulares del hombre patagónico. Austera de palabras, casi sin metáforas, lejos de todo barroquismo. Como decía Cervantes hay “que mirarla con indulgencia porque es hija de mi estampa”.


Sesenta años escribiendo (no desdeño tampoco la crónica periodística porque disciplina mucho) me ha enseñado a respetar el idioma sin hacerlo solemne y aburrido. Siempre le hice les o universales, caso a Valle Inclán: “los idiomas nos hacen y nosotros hemos de deshacerlos”. Claro pero siempre con talento.


Hay escritores y escritores. Y poetas y poetas. Algunos se jactan de ser nacionales o universales, lo que no está mal, pero yo desde siempre supe que sería un escritor desde la periferia, de los arrabales, como decía mi amigo Héctor Tizón. De lejos “dicen que se ve más claro”.


He recibido muchos premios y reconocimientos pero jamás los he buscado. Si han venido me han reconfortado, pero no por vanidad, sino como un aliciente para seguir trabajando.
Y así entre poemas y textos ha pasado gran parte de mi vida, pero creo que no soy libresco. Al decir de Neruda “estoy más cerca de la sangre que de la tinta”.


En las noches de insomnio, que ya son mayoría, todavía me desletro dándole forma a algún verso. Pero trato de no alarmar a la familia que me soporta con un estoicismo admirable.
A veces en horas de desaliento he pensado en dejar de escribir, pero esa señora tan persistente que es la Poesía llama a mi puerta y vuelvo a mi viejo oficio.


“Escribo –dijo alguien- porque no se hacer otra cosa que valga la pena”. Aun cuando camino o cuando dormito siento alguna frase que creo afortunada y la anoto para que no se me olvide. Pero después veo que no fue tan original como pensaba.


Tengo para ser sincero que agradecer a la literatura porque me ha dado todo lo que soy: reconocimiento, cierto renombre, amigos.
Una de mis mayores alegrías me lo han dado las letras para canciones que se han musicalizado e interpretan reconocidos músicos. Si algún verso tal vez me trascienda ha de ser de esas letras.


Vida y literatura no se pueden separar. Parafraseando a Jorge Luis Borges (salvando las grandes distancias) uno ya no puede distinguir un Jorge Castañeda del otro. De una cosa estoy seguro, mientras tenga vida, seguiré escribiendo. Para eso he venido a este mundo: para escribir. No sé si mal o bien, no sé si para mí o para los demás. Con mis defectos, con mis aciertos, con lo poco y con lo mucho, soy lo que soy: un escritor y su carcoma.


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