Turismo de cercanía: una granja para que los chicos salgan a jugar y a conectar con la naturaleza
Hace 30 años hay un rincón donde el turismo, la naturaleza y el fuego de la estufa se mezclan en una propuesta que reconecta a grandes y chicos con lo esencial.

Hay una granja en el Alto Valle que, entre vacas, pollos, ovejas, gansos y la gran gallina, que desde hace más de 30 años propone otro vínculo con la naturaleza. Una pausa de ciudad en la que los niños aprenden y los grandes se conectan con las casas de sus abuelos en las chacras del valle, la fuente de alimentos sanos y la buena onda de la familia de Bruna y Jorge Larrigaudiere. Una burbuja verde en medio del avance gris.
Hace 35 años comenzaron con la granja La Bataraza, y pasaron por diferentes etapas. Ahora trabajan a pleno con el turismo. “Estamos comprometidos con la granja”, dicen y confiesan que cuando compraron la tierra, pensaron en producir, pero “lamentablemente nunca fue viable producir en el país y encontramos otra salida”.
Ella es docente, él músico, y habían plantado flores. Un día, un jardín de infantes les pidió permiso para ir y, a partir de esa buena experiencia, vieron que era posible hacer una propuesta agroturística. “Le empezamos a dar forma y funciona muy bien. Trabajamos con visitas escolares, tenemos un quincho para cumpleaños y abrimos al público en general, los fines de semana y feriados, de 3 a 7 de la tarde, que es nuestro horario de invierno”, dice Jorge.

Se hacen visitas guiadas por el circuito de todos los animales que tiene una granja. “Son amigables, a algunos los pueden tocar. En épocas, tienen cría”. Después, van a pasear en caballo, una vuelta para que tengan una experiencia de cómo es montar.
En la cocina se hacen tortas fritas. Se da una mesa, un espacio, con una estufa a leña y fuego por si hace frío. También pueden llevar algo para compartir de casa. La merienda no se compra, se celebra.
“Es una gran propuesta para hacerla en familia, vienen tíos, mamás, papás. Todo gira alrededor de los chicos, sobre todo. Hay un recuerdo de la gente que tuvo contacto con lo rural, pero también una necesidad de conectarse con la naturaleza de parte de los chicos”, dice Jorge.

Recuerda que el valle era muy lindo, pero lamenta que cada vez lo deforestan más. Los loteos avanzan sobre acequias y árboles. “Y nosotros quedamos en un lugar que ya está poblado, pero resistimos”, un pequeño pulmón verde que se defiende con raíces.
Una de las ventajas es que está cerca de todo, no hace falta viajar mucho y siempre hay turistas que llegan. “No todos podemos ir a Bariloche y muchos reciben familiares, y es una visita obligada traerlos. Estamos cerca de Neuquén, de Roca. Recibimos gente de Catriel, de Plottier. Nos llaman, avisan y vienen”, porque a veces el mejor destino está a pocos kilómetros de casa.
En las vacaciones hubo días que tuvieron 150 personas en una tarde y ellos mismos se asombran. “Hay unos rollos de pasto para alimentar a los animales y es impresionante la felicidad de los chicos cuando se suben o corren por encima, o cuando logran treparse a un árbol”, destaca allí, donde la felicidad tiene olor a campo y tierra húmeda.

Las pantallas, los problemas de los chicos encerrados por la inseguridad, cambiaron las formas de criarse en el Valle. Jorge cuenta que cuando él era chico se salía en bici y los retaban por llegar tarde. Hoy cuesta sacarlos.
“Por eso es buena la propuesta de naturaleza y poco consumo. Mostramos las tareas, tenemos una huerta que en invierno no funciona, pero la gente pasa, mira lo sembrado. A veces se esquila una oveja y ven cómo se hace”.
El mayor atractivo, dice Jorge, son los caballos, aunque todos los animales llaman la atención. El burro y un loro parlanchín, Rolo, son famosos. Lo trajeron porque el dueño falleció y los nietos lo tenían en un departamento. Cantaba, hablaba como un loco y volvió al aire libre con historias ajenas en el pico.

“Nos preocupamos por atender muy bien cuando vienen acá, y eso hace que la gente vuelva, lo recomiende. Es difícil sostenerlo, pero tenemos la recompensa de que vuelven, de que les gusta”.
Lo mejor para ir es hablar por redes o WhatsApp antes para reservar el turno y poder atender mejor. Él invita: “Solo avisanos, y te venís a conocer y tomamos unos mates”, dice.
Apostar al turismo, otra forma de ver la realidad
Jorge se aleja para que los gansos lo dejen hablar y dice que hay mucho turismo cautivo en el Valle, de gente que no puede viajar tan lejos. Que podrían haber más propuestas como la de ellos, porque hay lugares muy lindos. “Con poco dinero, sin hacer largas distancias, se la puede pasar muy bien. No sé qué nos pasa. Todos creemos que el petróleo nos va a salvar la vida y no se nos cae una idea”.

Visitarás los animales, vuelta a caballo para los más pequeños y les preparan una mesita para que merienden. No tienen kiosco pueden llevar lo que necesiten.
Entrada: $12.000 por persona (efectivo o mercado pago). Podes sumar una cabalgata de media hora en el predio de la granja (para +4 años) a $15.000. También realizan cabalgatas al río.
¿Cómo difunden lo que hacen? No hay marketing mejor que el boca en boca de un niño feliz, aseguran.

¿Cómo llegar?
Hay que ir por Ruta Chica o Ruta 65. Donde está Stihmpra hay que doblar. La calle es Tito Croceri. Es muy fácil de encontrar, pero te sugerimos que ingreses al Instagram @labatarazagranja, que hay una explicación exacta de cómo hacerlo.
https://www.instagram.com/reel/DFgk_z9ObGg/?igsh=MXg0NTcyaWJmcmpwNA==

Hay una granja en el Alto Valle que, entre vacas, pollos, ovejas, gansos y la gran gallina, que desde hace más de 30 años propone otro vínculo con la naturaleza. Una pausa de ciudad en la que los niños aprenden y los grandes se conectan con las casas de sus abuelos en las chacras del valle, la fuente de alimentos sanos y la buena onda de la familia de Bruna y Jorge Larrigaudiere. Una burbuja verde en medio del avance gris.
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