Si cuido mi alimentación, cuido el medioambiente

¿Qué relación que existe entre la forma de alimentarnos y el impacto que tiene sobre el ambiente en el que vivimos? Sí, existe una relación y la neuquina Estefanía nos lo cuenta.

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Por Estefanía Fachinetti (*)

¿Qué relación que existe entre la forma de alimentarnos y el impacto que tiene sobre el ambiente en el que vivimos? Para contarte me apoyaré en mis conocimientos empíricos, dentro de mi camino de alimentación consciente que llevo hace 7 años y también claro contribuyen a la información técnica mis estudios como Técnica Universitaria en Saneamiento Ambiental.

Primero es necesario aclarar el concepto “ambiente”. Si bien estamos acostumbrados a referirnos así únicamente como a la Naturaleza, este término involucra dentro del sistema de vida, a la esfera social, económica, política, cultural, educacional, en fin, subsistemas que hacen al gran sistema ambiental. La intención es que lo tengan presente cada vez que haga referencia a la palabra “ambiente” y puedan pensarlo como un gran sistema dentro del cual se implican diversos aspectos.

Ahora, sabemos que el estado del ambiente en el que vivimos está interferido en parte por las acciones humanas. Empezando por hacernos cargo de nuestra co-participación y responsabilidad en esto, podemos afirmar que las decisiones que cada uno de nosotros toma, día a día, tienen siempre cada una de ellas una repercusión sobre el planeta, sobre todo si se trata del hábito de comer, ya que tiene su efecto multiplicado por todas las veces al día que lo hacemos.

¿Y cómo se relaciona el cuidado del ambiente con la consciencia en la alimentación? Para dar ejemplos prácticos, vamos a analizar cómo repercute en los recursos naturales una alimentación que implica el consumo de carnes a diferencia de una que no, sino que abarca la producción agrícola; también, cómo afectan hábitos de consumo que promueven a una agricultura con prácticas poco cuidadas y, una alimentación que consume productos industrializados. Lejos de querer incitar a continuar o no el consumo de cualquier alimento, es sólo un ejercicio para llevar conciencia a nuestros actos y cómo impactan los mismos a las demás esferas (otra vez, la parte incomoda, pero necesaria de hacernos cargo de nuestras acciones).

Empezando por el suelo, el desgaste que se le genera con la explotación de los animales es más rápida, perdiendo no solo su fertilidad y cubierta vegetal, sino también consigo su capacidad de retener y filtrar agua, lo que genera mayor posibilidad de que ocurran inundaciones. Mientras que, si se aprovecha el suelo a través de la agricultura, en una práctica cuidada y respetada, estas tierras no resultan dañadas y se las puede reaprovechar durante más tiempo porque no se desgastan tan rápidamente, sino que se cumplen y respetan los ciclos de regeneración que tiene la tierra, o sea, tenemos tierras fértiles por más tiempo para alimentarnos.

Además, la excesiva explotación de ganado, produce en el suelo una masiva deforestación que conlleva, además de las inundaciones, a la pérdida de biodiversidad tanto de toda la vegetación con la que arrasan, como de los animales que viven en estos hábitats perdidos. La deforestación masiva de la flora natural en los suelos se produce para que estos sean usados como pastizales y para producir alimento para los animales. Sin embargo, la cantidad de alimento producido con dichos suelos explotados para consumo de carnes, tiene menor alcance en escala de personas que se podrían alimentar en comparación con la misma superficie de suelo pero aprovechada para la agricultura (cultivo de verduras, frutas, hortalizas y cereales).

Básicamente, con la misma cantidad de tierra se podrían alimentar a mas bocas. Con esto vemos cómo modificando los hábitos alimenticios podemos contribuir no sólo al cuidado ambiental, sino incluso a disminuir el hambre en el mundo, si esto se generara como una práctica de consciencia colectiva. También se ve claramente cómo todo está interrelacionado. Tanto poder de cambio en una sola acción.

Si observamos las repercusiones en el agua, también hay diferencias, ya que este recurso valioso y que deberíamos saber utilizar moderadamente, se gasta cientos de veces más para darles de beber, para producir su alimento y para limpiar a los animales en su explotación, a diferencia de la que se utiliza para cultivar cereales, legumbres, leguminosas, frutas y verduras (informe titulado La larga sombra del ganado: 1 hamburguesa de 150 gramos = 2400 litros de agua y 1 manzana 100 gramos = 70 litros). Sin olvidar que también el agua se contamina por los excrementos no tratados de los animales, cargados de microorganismos patógenos y de los antibióticos que les aplican para que sobrevivan bajo las condiciones indescriptibles en las que se los tiene.

Por ende, mayor cantidad de animales para producción, mayor contaminación de los recursos. De la misma manera, con el consumo de los productos de la agricultura que están rociados por agro tóxicos como pesticidas (fungicidas, herbicidas, insecticidas y mas) estamos potenciando la degeneración del agua, suelo y aire, que reciben toda esta carga de químicos en niveles tan elevados que no llegan a auto limpiarse.

Por esto es que es necesario apostar y potenciar el cultivo, la compra y el consumo de una agricultura orgánica, sin la utilización de plaguicidas que además de contaminar la Naturaleza, implican grandes daños a la salud de todos los que ingieren estos químicos tóxicos. Entonces, si queremos cuidar el agua, una buena manera de hacerlo conscientemente es eligiendo con sabiduría el tipo de alimentación que queremos tener, sin necesidad de ir a los extremos, pequeños cambios ya hacen a la diferencia. Verduras, frutas y cereales orgánicos y si elegís consumir carne, que sea de granja. Ya con esto estamos haciendo una diferencia día a día, desde nuestro hogar o donde estemos, eligiendo qué comprar, qué producir, qué darle a nuestro cuerpo y qué devolverle a la Tierra.

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Finalmente, haciendo mención del aire, también se sabe que el sector ganadero interviene en el calentamiento global del planeta. La FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas) en uno de sus informes del año 2006 estima que “el ganado es responsable del 18% de las emisiones de gases que producen el efecto invernadero, un porcentaje mayor que el del transporte, debido por ejemplo a la fermentación intestinal o al exceso de estiércol, que provocan un exceso de metano, un gas con un poder invernadero de hasta veinte veces el del dióxido de carbono.”

Igualmente afectan al aire los gases emitidos de los combustibles de la maquinaria de las granjas, como las empleadas para el transporte de los animales. Asimismo, se emiten al aire químicos producidos por los fertilizantes y plaguicidas usados para obtener el alimento del ganado, químicos que llegan no solo al aire sino también al suelo y al agua. Recursos que se ven contaminados también por los desechos de los animales, antibióticos, hormonas, sustancias químicas usadas para convertir las pieles en cuero. Y atención con la agricultura que utiliza agro tóxicos y modifica genéticamente las semillas para poder seguir pulverizando.

Ahora, si miramos un poquito más allá, ¿qué sucede con los “alimentos” procesados, industrializados? Que vienen en latas, paquetes, botellas, bolsas. Que traen colorantes, saborizantes, resaltantes de sabor, conservantes. Que se conservan en frízeres o heladeras meses hasta que se los compra y luego de comprados también, generando un gasto constante de energía. O que vienen de distancias lejanas, cuyo transporte contribuye al calentamiento global y el mayor consumo de combustible (originado claro de la explotación de nuestra Tierra).

Esos que en sus paquetes traen químicos que luego el suelo no puede biodegradar, contaminantes que llegan a cuerpos de agua, que emanan tóxicos al aire en su descomposición. Que tienen un período de descomposición en el ambiente de decanas, cientos y hasta miles de años hasta que se degradan, especialmente cuando se lo tira a la basura y esta llega sin ser tratada a cualquier cuerpo natural, en un contexto en el que el ambiente ya tiene una carga tan elevada de estos residuos, que sobrepasa su propia capacidad de resiliencia.

No es para volverse locos, pero todo cambio implica un previo estar al tanto. Y el consumo de todos estos productos que llaman “alimentos” impacta negativamente en nuestro planeta y, si seguimos sobre-consumiéndolos, seguiremos por el camino de su continua destrucción. Por el contrario, todo lo que viene de la Tierra, del trabajo de la agricultura cuidada, tiene su ciclo cerrado: nace, se transforma y vuelve a la tierra para ser reaprovechado como desecho orgánico y volver a iniciar el ciclo con sus nutrientes. Así, logramos mayor armonía en el planeta, para que su energía se pueda ir transmutando constantemente, de forma equilibrada.

El día mundial del cuidado ambiental no es sólo para pensarlo dos veces antes de tirar el papelito. El estilo de alimentación que decidamos llevar, va a repercutir en el ambiente en el que decidimos vivir y dejar al resto. Y la alimentación consciente simplemente propone tener esta mirada expansiva e integradora de los hechos, para que cada persona elija cómo alimentarse, pero desde el conocimiento. Que cada quien se alimente como lo sienta, pero habiendo abordado este agregado de consciencia y responsabilidad para con sus decisiones y lo que ellas implican para todos y todo.

(*) Es una activa difusora y practicante de la vida saludable.


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