El príncipe ruso que vivió en la Patagonia

Es Sergio Schakovskoy, que llegó en los 40 y falleció en San Martín de los Andes en 1974.

SAN MARTÍN DE LOS ANDES

El sur argentino dio lugar a historias extraordinarias como la de Orellie Antoine de Tounens, el rey de la Araucanía y la Patagonia. La que ahora nos ocupa -menos extravagante- también refiere a la nobleza europea.

Un funcionario dice al zar Nicolás II de Rusia al final de su reinado: “No se puede esperar de Trepov que haya orden en los transportes ni de Schakovskoy que haga funcionar la industria…”. El párrafo es de “Rasputín y el ocaso de un imperio” de Michael Prawdin.

Es una de las pocas alusiones a ese nombre que formó parte de la nobleza durante la dinastía Romanov, en los siglos XIX y XX. En la obra “Heráldica y nobleza rusa” de Dondald Mandich y Joseph Placek, los autores mencionan que en el Principado de Yaroslavl, el Príncipe Konstantin Shakhovskoy tuvo descendientes que sirvieron al trono de Rusia en posiciones distinguidas y fueron recompensados con diversos feudos.

Se sabe que la revolución de 1917 acabó con el zar y su familia, descastando a los nobles. Tiempo después, en las antípodas de aquel estado imperial que devino en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, reapareció el apellido (que castellanizado ha sido escrito de varias formas). Fue en el hemisferio sur, precisamente en la Patagonia neuquina.

Correspondió a quien fue conocido como Sergio Schakovskoy, nacido en Moscú en 1902 y fallecido en San Martín de los Andes en 1974. Era un ingeniero forestal que dejó su impronta en los bosques y en la entomología, a través de un trabajo sistematizado. También quedó el recuerdo de su cultura, sus modales delicados y un sentido del humor que no lo abandonaba fácilmente.

La historia en nuestras tierras se inició a fines de los años 40, con la llegada al país de este hombre alto, que hablaba varios idiomas y apenas conocía el español. Sin mayores dificultades lo aprendió rápidamente, pero siempre lo pronunció con marcado acento sajón.

En 1949 arribó a San Martín de los Andes y empezó a trabajar en el Parque Nacional Lanín, donde hizo relevamientos forestales, guió visitantes que hacían recorridos turísticos y capturó infinidad de insectos que intercambió con centros científicos internacionales.

También sembró amigos y dejó un nutrido anecdotario que reflejan su espíritu laboral inquieto y un humor peculiar que recuerdan particularmente las personas que tuvieron oportunidad de tratarlo.

Su lugar en el mundo

San Martín de los Andes fue escenario de una parte de su vida social y para trámites administrativos, pero la montaña y los bosques fueron su hábitat por excelencia. Se hizo cargo del Vivero Forestal de Pucará que había puesto en funcionamiento el Parque Lanín. Y allí realizó una obra que ha perdurado pese a varios años de abandono: un arboretum con especies autóctonas y exóticas en el que desarrolló todas las posibilidades a su alcance para la adaptación de las mismas. En la actualidad un equipo de la Universidad Nacional del Comahue está trabajando para recuperarlo.

En este pueblo siempre se comentó el origen noble de Schakovskoy. Indagando, se sabe que en la casa que ocupó en Pucará, algunos invitados a compartir una mesa con él, como el matrimonio formado por Lydia y Jorge Zubizarreta, vieron algunos cubiertos con el escudo familiar. Otros observaron los modales cuidados y ceremoniosos propios de quien ha frecuentado almuerzos y cenas de etiqueta.

El pintor Georg Miciu lo frecuentó cuando era un muchacho que recorría la Patagonia con su mochila al hombro. Él conversaba en ruso con el ingeniero forestal y alguna vez le preguntó acerca de los rumores que había escuchado sobre su ascendencia noble. Por respuesta, Schakovskoy le mostró un bello libro escrito en francés con el árbol genealógico de los Romanov, del que sus antepasados formaban parte.

El no hablaba de su historia. Quienes lo trataron con mayor asiduidad, como el Sr. Eberardo Hoepke, recuerdan que era reservado respecto a los asuntos familiares, que no integraban las conversaciones. Apenas puede confirmar que tenía un hijo que vivía en Estados Unidos, país al que había llegado luego del divorcio de sus padres. En el legajo personal de Schakovskoy figura así en el casillero que registra su estado civil. Pero él eludía hablar sobre el tema.

Lo público y notorio para todos los vecinos era su afición por la entomología. Con otro apasionado por el tema, el Sr. Mario Gentili, solía salir a capturar insectos, intercambiaba información y enviaba especies a museos y centros de investigación reconocidos. De allí la fama que los dos adquirieron.

Tanto fue así que algunas especies fueron catalogadas con el apellido del ingeniero como la Ceromitia schajovskoii. También en materia forestal colectó y describió ejemplares que todavía son citados por la bibliografía de especialistas; lo que equivale a decir que con su trabajo aportó a la investigación que en la actualidad todavía apela a él.

Sepultado en la entrada del arboretum de Pucará, en la tumba hay una inscripción en grafemas rusos que su hijo hizo colocar, recién llegado desde Norteamérica cuando fue avisado del fallecimiento de su padre. La traducción de ella es: “Príncipe Jorge Sergio Schakovskoy”.

Entre otros reconocimientos, el Aula Magna del Asentamiento San Martín de los Andes de la Universidad Nacional del Comahue lleva su nombre.

En sus aulas y en los bosques de la cuenca Lácar Nonthué se honra su recuerdo y aletean insectos que -sin saberlo- llevan por nombre científico, el apellido de este príncipe ruso que no ostentó su origen, pero dio pautas de él en sus modales y costumbres que se recuerdan en la Patagonia.

Ana María de Mena


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