“Padre nuestro,
que vives en Highgate…”

Filosofía y práctica política de Marx, hoy

Visto desde adentro, es decir, en el fragor de los conflictos sociales setentistas que tocaron a rebato en América Latina, Marx aparecía como una vía hacia el poder. Más precisamente, como una weltanschauung que daba sustento a la política entendida como praxis desalienante y liberadora.

Por cierto que, por aquellos años, tampoco escaseaban los comentaristas que observaban la tragedia a la manera del coro griego, esto es, desde el costado del escenario y destacando aspectos que, en la cosmovisión del pensador de Treveris, ellos percibían como menos revulsivos y más evolucionistas y, con ello, no tan exigentes en términos de ejercicio de la actividad política.

Si “todo lo sólido se desvanece en el aire” –como había afirmado el autor del “Manifiesto Comunista”–, pues entonces no había quebranto moral alguno en administrar razonablemente los tiempos y modos del compromiso, ya que con un poco bastaba y el resto lo harían las ineluctables “leyes de la historia”.

Personalmente, me conmovió muy temprano este pensamiento de Hegel: el sujeto individual y la naturaleza son ontológicamente idénticos pues ambos son etapas en el despliegue del espíritu absoluto.

Muchos de nosotros llegamos al “Manifiesto” después de la filosofía. Sin Hegel no había Marx posible y fue maravilloso comprobar que una bella metáfora del maestro de Jena, no por bella, dejaba de encontrar la refutación a su medida. En efecto, el búho de Minerva no levantaba vuelo al atardecer sino –y esto parecía una retorsión perversa y subversiva de las leyes de la naturaleza– en las frescas mañanas y a orillas del Rhin.

La filosofía –decía Hegel– siempre llega tarde para dar instrucciones acerca de lo que el mundo debiera ser. Ése es el sentido de la referida metáfora. De este modo y en el prefacio a su “Filosofía del Derecho”, constriñe al filósofo al papel de mero espectador del proceso histórico.

Marx, por el contrario, es un “filósofo de la praxis” (la expresión es de Gramsci) ya desde su tesis doctoral. No es Demócrito sino Epicuro –afirma– la chispa que se resiste a morir en el crepúsculo griego. Y esto se debe a que en la arbitraria desviación de los átomos de Epicuro está el principio enérgico de que aquél carecía y que ese principio enérgico es la voluntad y, con ello, la política.

Así, advertíamos que Marx pensaba en el siglo XIX con una antena puesta en un remoto pasado pero también con un cable extendido hacia el futuro: él veía en la Comuna de París de 1871 nada menos que la forma concreta que iba a asumir, en la práctica, la dictadura del proletariado, concepto que, como acontece hoy en la física con la materia oscura, se sabía que podía existir pero nunca se había manifestado.

Esa manifestación (esa entidad fenoménica) fue la comuna, que después fue el sóviet en Rusia, el consejo obrero en la Hamburgo de 1918 o los cordones industriales y los consejos comunales campesinos (CCC) en la vía chilena al socialismo de 1970/73.

Claro es que Marx venía inescindiblemente unido a Engels y a Lenin. Ese corpus teórico resumía y orientaba la política y el camino hacia el poder en un escenario nacional. En contra de quienes así mirábamos las cosas se acuñaron neologismos coincidentes de derecha a izquierda: “sustituísmo”, se dijo. Era la forma cursi de un epíteto más rústico: vanguardismo. En realidad, no queríamos sustituir nada ni a nadie sino sólo actuar por deber y eficazmente en un clima de época en el que el propio general Perón llamaba a la lucha armada para derrocar dictaduras (v. “Carta a las FAP”, Documentos de la Resistencia Peronista, Roberto Baschetti, Puntosur Editores, Buenos Aires, 1988, p. 439).

Marx, en fin, sigue hablando. Habla de la realidad pero la gente está asustada de la realidad, por eso prefiere la literatura. Y si el hombre parece resucitar cada día un poco más, ello ocurre en los medios y en los libros de Piketty, porque de la realidad, al parecer, nunca se fue.

Vive en Highgate, elegante camposanto de un no menos elegante barrio londinense. También en todas partes, como si, en realidad, él fuera el Aleph, el universo entero y todos los puntos del universo.

(*) Abogado y escritor neuquino. Ha publicado “Zainuco, los precursores de la Patagonia Trágica” y la novela “Una revolución es demasiado para un hombre solo”. Militó en el PRT en los 60 y 70

Juan Chaneton (*)


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