Allen: el guardián de las acequias que riegan el valle

Cada día recorre 300 kilómetros entre rutas y caminos rurales para asegurarse que cada asequia lleve el agua a las chacras de la región de Allen.

Historias únicas: Santiago Baldovino Gutierrez

Le conoció la cara más ruda al trabajo cuando tenía apenas seis años de edad y cuenta que no pudo jugar ni tampoco ir a la escuela

El pan no podía faltar en la mesa de la casa y su padre, al que recuerda con la tristeza de no haberlo podido disfrutar, lo llevaba a podar viñas en una chacra de Allen. La varilla apretada en la mano del viejo le daba un chirlo si se distraía y le aflojaba a la tijera. “A veces, cuando yo y mis hermanos no nos despertábamos a las 6:00, nos tiraba un chorro de agua fría en la cama porque había que ir a trabajar. Mi madre le decía que no lo haga, pero lo hacía. Y así supimos lo que era laburar, desde la mañana hasta que caía el sol”.

Tiene las manos ajadas y la piel curtida. A Santiago Baldovino Gutierrez, uno de los tomeros del Consorcio de Regantes de Allen y Fernández Oro, le sobran los motivos para esperar que le llegue el momento de jubilarse.

A los 23 ingresó a trabajar en la desaparecida Agua y Energía y desde entonces la vida lo vinculó al sistema de riego que nutre las chacras de la región.

En el patio de su casa, ubicada a un costado del acceso Martín Fierro de Allen, tiene una colección de ganchos y herramientas que sirven para limpiar los miles de metros de canales que tiene a su cargo. Y con orgullo exhibe estructuras metálicas de arrastre que él mismo diseñó y construyó para quitar la suciedad del lecho de los canales.

Cuando la temporada de riego exige que el agua esté corriendo por cada acequia para que los productores puedan defenderse de las heladas y regar los frutales, recorre 300 kilómetros por día, entre rutas y caminos rurales. En moto o al volante de un Jeep modelo 1971, custodia las compuertas para que se cumpla con los turnos de riego que tienen asignados los chacareros. Lleva en un aro de alambre más de 90 llaves. Y conoce a la perfección a qué candado corresponde cada una. “Me tienen por áspero, pero yo lo único que pido es respeto. Porque todos los productores tienen que poder regar”, dice el tomero, quien muchas veces tiene que imponer toda su autoridad porque algún chacarero descarriado le barreteó un candado en una compuerta o le puso La Gotita en el orificio de la llave para que no pueda bajarla.

“No es fácil porque te tenes que encargar de reducir el caudal cuando alguien no cumple y a nadie le gusta que le saquen el agua. Todos quieren el agua y más de una vez hay que bancarse una puteada de un chacarero que no entiende o que no sabe hablar”, cuenta Gutierrez.

En una oportunidad – recuerda – el insulto de un productor le hizo hervir la sangre. Y tuvo que dar media vuelta, apretar los dientes y olvidarse de que en el bolsillo llevaba una navaja. Un tiempo después y sin que él se lo esperara, ese mismo chacarero lo fue a visitar cuando las hernias que tiene en la columna lo tenían postrado en una cama. “Son las vueltas de la vida. Yo no tenía un peso partido por la mitad y ese hombre, que seguramente se dio cuenta que había actuado mal conmigo, me ofreció llevarme al médico. Hoy tenemos una excelente relación como con muchos productores”, afirma.

En una pizarra que tiene colgada en su casa, donde vive junto a su esposa de toda la vida, Edith Barrera, el tomero hace cuentas y aplica fórmulas matemáticas que aprendió de grande para calcular el caudal que tiene que tener cada canal. “

Aprendí a hacer cuentas con mis hijos, cuando ellos iban a la escuela. Y también recibí muy buenos consejos de algunos ingenieros. Si hubiese tenido la posibilidad de estudiar, vaya a saber dónde estaría”, se imagina.

En una mezcla de números, litros por segundo, coeficientes y la experiencia propia que sólo la da el trabajo, Gutierrez puede dar cátedra de la difícil tarea de “aforar” un canal para que traslade la cantidad justa de agua que se necesita.

Un oficio que con el tiempo, se va perdiendo.

Datos

Le conoció la cara más ruda al trabajo cuando tenía apenas seis años de edad y cuenta que no pudo jugar ni tampoco ir a la escuela
Aprendí a hacer cuentas con mis hijos, cuando ellos iban a la escuela. Y también recibí muy buenos consejos de algunos ingenieros. Si hubiese tenido la posibilidad de estudiar, vaya a saber dónde estaría”, se imagina.

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