Elegir los esquíes tiene su ciencia

El esquí moderno nace a partir de la demostración que realizó en el invierno de 1868 el noruego Sondre Norheim, un habilidoso deportista y reputado constructor de tablas.

En esa oportunidad, en la ciudad de Oslo, mostró las nuevas técnicas de viraje llamadas Telemark y Christiania, sobre esquíes de madera que por primera vez eran más angostos en el lugar donde se sujeta el pie y más anchas en las puntas y colas.

Ese día quedaron en el pasado los esquíes rectos para hacer descensos en línea recta. El desplazamiento ladera abajo por las montañas nevadas comenzó a ser en zigzag, a tal punto que hoy, en gran medida, las tablas de esquí se diferencian entre sí por los radios de giro que permiten.

Cuanto más estrecho es el patín, como se llama el punto donde se fija la bota, más fácil es el cambio de cantos (los bordes laterales de las tablas) que permiten iniciar los giros, haciéndolos más cortos.

La forma carving de los esquíes, no obstante, también fue puesta en crisis. Cuando cambiaba el último siglo, con una adaptación de esquíes de agua se pudo surfear la nieve virgen sin hundirse, de manera similar a cuando se practica snowboard. Así volvían los esquíes rectos a aparecer en escena. La longitud de los giros en la nieve honda con este tipo de tablas es muy amplia.

Además de la estrechez del patín, a la hora de elegir esquíes también se puede considerar que cuanto más ancha sea la punta de la tabla, mejor entrada a la curvas permite. Las colas angostas están acondicionadas para derrapar, y las colas anchas para conducir las curvas.

Cuanto más plana sea la cola de la tabla, mejor se tomarán las curvas. Si la cola presenta una elevación como en la punta, permitirá avanzar de espaldas y una mayor adaptación a los tipos de terreno.

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