La purga de espías desnudó un mundo desconocido y tenebroso

El despido de más de 1.500 agentes de distintos órganos de espionaje del Estado argentino puso sobre el tapete el debate acerca de la necesidad o no de hacer inteligencia interna.

Buenos Aires (ABA).- El despido de los 1500 espías, con las purgas decretadas por el gobierno en la SIDE y el Batallón 601 del Ejército (pronto se sumarían otros 200 agentes, cesanteados de la Policía Federal), dejó al descubierto un mundo fantasmal, peligroso, que el común de los ciudadanos desconocía.

Dentro de los servicios de inteligencia, ahora se supo, sobrevivían con dineros públicos personajes oscuros que parecen salidos del túnel del tiempo: ex represores de la dictadura, «enviados» de las distintas fuerzas militares, acomodados políticos a raudales (la SIDE era una plaza cotizada, por sus alto sueldos), policías bonaerenses exonerados o dados de baja por problemas psico-sociales… de todo había en esta extraña viña del espionaje.

«Río Negro» conversó con una espía, categoría C-12, que fue dejada cesante de la SIDE por la administración de Fernando de Santibañes.

«Estas semanas fueron una locura. Cuando despiden mil obreros en una fábrica hay lío, así que imaginate lo que pasa cuando despiden a mil espías… tipos pesados, de armas a la cintura, que manejan información reservada y muchas veces personal sobre políticos, empresarios, periodistas, sindicalistas», explica.

Cuenta de peleas a puñetazos, de una amenaza de secuestro sobre la hija de un funcionario recién asumido, de un agente que se encerró en el baño durante un día. «Antes de dar a conocer los listados de despedidos, los jefes radicales cortaron el servicio de electricidad, para que nadie pueda robarse información de las computadoras», infiere la espía, que pasó su infancia en Bariloche y operó para la SIDE durante varios años en distintos medios gráficos porteños.

«El poder que tenía la SIDE era notable. Hasta ahora, había espías en casi todos los diarios, canales y radios de Buenos Aires.

En realidad son periodistas comunes, a quienes la SIDE les pagaba un sobresueldo alto para que pasaran informes de las notas que saldrían», dice.

Lo mismo, relata la C-12, sucedía en todos los ámbitos: «Hay dirigentes sindicales y militantes que reportan a la Secretaría.

Incluso, hace algunos años, hubo un diputado justicialista que cada martes, sin falta, mandaba un enunciado sobre todo lo debatido en la reuniones de bloque».

Al servicio de la comunidad

Pero la SIDE no actuaba sola. En realidad, más que un «compañero» de tareas, tenía un rival: la Policía Federal.

Los dos organismos solían enfrascarse en duras disputas para demostrar quién tenía más y mejores datos estratégicos.

En los lugares «espiados», entonces, no era extraño que hubiera espías de ambos bandos, que competían por la misma información.

«Ambos remitían a distintos jefes. Al final de la era menemista, Hugo Anzorreguy, jefe de la SIDE, y Miguel Angel Toma, jefe virtual de la Federal, solían pugnar por el premio de mejor informante del presidente», cuenta la espía.

La Federal llevaba las de ganar: su enorme estructura, con 52 comisarías en la Capital y 80 delegaciones en el exterior, era muy difícil de igualar.

En cada comisaría había, al menos, entre cinco y diez «plumíferos», personal abocado a la inteligencia política.

«La Superintendencia de Interior tiene hasta ahora casi 10.000 agentes, entre efectivos y colaboradores, que están repartidos por toda la estructura social. Se encargan de realizar inteligencia criminal.

Es decir, son los «buchones» que pasan datos de prevención de robos, tráfico de drogas, peleas», explica un jefe de la Federal. Pero lo cierto es que esta Superintendencia suele llevar sus tareas más allá de los ambientes puramente criminales, con «labores» fronterizas con la legalidad, como seguimientos, espionaje de dirigentes, escuchas telefónicas.

Hace seis meses, un juez federal ordenó pesquisas porque sospechaba que en los altos de la comisaría 23º, donde funciona la división Análisis Delictivo, se hacían escuchas masivas sin autorización judicial.

No pudo obtener información creíble: la investigación corrió por cuenta de otros policías de la Federal.

La verdad es que, pese a las prohibiciones oficiales, la fuerza siempre desarrolló inteligencia política y social.

La dirección de los «plumíferos», como se conoce en la jerga a los oficiales de la Superintendencia del Interior, se divide en un Cuerpo de Informaciones -que funciona en los altos de la comisaría 46º y donde recaería con más fuerza la próxima purga- y varios departamentos: Asuntos Nacionales, Asuntos Gremiales, Asuntos Extranjeros y Culto, Asuntos Culturales. «Cuando te hablan de Asuntos Culturales no creas que se refieren a exposiciones -ironiza un Federal- Es el cuerpo que lleva los archivos de inteligencia», dice la espía.

La vinculación entre la Policía Federal y el espionaje político quedó al descubierto a principios de 1998, con el caso del juez Norberto Oyarbide, que había sido filmado en un cabaret homosexual llamado Spartacus.

En la red de filmaciones aparecieron comprometidos varios policías en actividad. El comisario Roberto Rosa, de la División Seguridad Personal, fue dado de baja por sus «negocios» con Luciano Garbellano, el propietario de Spartacus.

«Las versiones dicen que ellos tenían la mayor colección de videos pornográficos con estrellas de la política y la empresa que pudiera existir», contaba a sus amigos el abogado Víctor Stinfale, frecuente defensor de policías caídos en desgracia.

«La verdad es que ahora los espías de la Federal se deben estar aburriendo, porque se les acabó la competencia con la SIDE. Ellos con eso se divertían; a veces hasta peleaban para ver quien conseguía el informante más insólito.

Aunque llegaron en alguna oportunidad a los tiros, en general era sana competencia», recuerda, melancólica, la mujer que trabajó en la SIDE.

Entre esos hombres que «jugaban», estaban por ejemplo el secuestrador Leandro Sánchez Reisse (hoy detenido), el ex represor Raúl Gulglielminetti y uno de los jefes más tenebrosos de la «Maldita policía» bonaerense, el ex comisario Mario Naldi.

Incluso Alfredo Astíz habría estado realizando «colaboraciones de inteligencia» para la Armada hasta hace cinco o seis años, según infieren en el Batallón 601.

Ahora, y sólo por ahora, hay 1600 espías y agentes de inteligencia cesanteados. Y todo indica que habrá más.

Ellos, parece, no podrán «divertirse» más a expensas de los ciudadanos comunes.

Pero las preocupaciones no terminaron. Nadie sabe a ciencia cierta que hará de aquí en más ese enorme ejército de mano de obra desocupada. Hugo Anzorreguy, el ex «Señor 5» menemista, repite por estos días a sus amigos: «Yo les avisé: es mejor tenerlos adentro, controlados por el Estado, que generando problemas afuera».

Gonzalo Alvarez Guerrero 


Buenos Aires (ABA).- El despido de los 1500 espías, con las purgas decretadas por el gobierno en la SIDE y el Batallón 601 del Ejército (pronto se sumarían otros 200 agentes, cesanteados de la Policía Federal), dejó al descubierto un mundo fantasmal, peligroso, que el común de los ciudadanos desconocía.

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