El país frente a la pared


Por desgracia, están en lo cierto quienes dicen que ninguna sociedad puede continuar viviendo indefinidamente por encima de sus medios. Chile, Perú, Uruguay, Portugal e Israel adoptaron reformas que se basaron en un consenso amplio a favor de un ajuste draconiano.


Como suele suceder toda vez que se agrava la ya crónica crisis socioeconómica que, por su duración, ha hecho de la Argentina un caso único en el mundo occidental, los exasperados por la aparente incapacidad del país para levantar cabeza están buscando en el exterior ejemplos de lo que sería forzoso hacer para evitar lo peor. No les ha sido difícil encontrarlos, son muchos los países de cultura parecida que, después de tambalear al borde de una catástrofe, han logrado reordenar sus cuentas para después disfrutar de años de crecimiento.

Últimamente, economistas, políticos y académicos preocupados por el futuro que nos aguarda han estado ponderando los méritos de las reformas que fueron emprendidas en circunstancias sumamente difíciles por Chile, Perú, Uruguay, Portugal e Israel.

Si bien por motivos electoralistas es reacio a decirlo con claridad, parecería que Alberto Fernández entiende que se ha agotado por completo la reserva de soluciones facilistas

Si bien hubo diferencias significantes, todos los programas que adoptaron se basaron en un consenso amplio a favor de un ajuste draconiano.

Por desgracia, están en lo cierto quienes dicen que ninguna sociedad puede continuar viviendo indefinidamente por encima de sus medios. Tarde o temprano, aquellas que lo intentan chocan contra una pared. Bien, mal que nos pese, la pared está a pocos metros de distancia.

Sin más crédito que el ofrecido a cambio de condiciones severas por el Fondo Monetario Internacional, con una tasa de inflación en aumento y casi la mitad de la población sumida en la pobreza, en los meses próximos todos viviremos en peligro.

Ya no es cuestión de elaborar otro pacto social corporativista como los muchos que fueron confeccionados por gobiernos peronistas, radicales y hasta militares que se felicitaron por su profundo sentir patrio y su voluntad de superar las antinomias que hoy en día se llaman grietas.

Tales ensayos no sirvieron porque se sabía que los firmantes subordinarían mucho a sus propios intereses personales o sectoriales. Puesto que ninguno creía que las consecuencias de un eventual fracaso serían catastróficas, no se sentían obligados a tomar al pie de la letra sus propias palabras acerca de la importancia de ceder algo en beneficio del conjunto.

Todos los grandes acuerdos que en otras latitudes precedieron la puesta en marcha de reformas estructurales que a la larga resultaron beneficiosas fueron posibilitados por la convicción compartida de que realmente no hubo más alternativa, que seguir como antes sería suicida.

¿Ha llegado la Argentina a este extremo?

Los alarmantes datos económicos y sociales disponibles harían pensar que sí, que a menos que los encargados de la economía nacional pronto tomen medidas que sean mucho más contundentes que las aplicadas por el gobierno de cambiemos todo se vendrá abajo, como ya ha ocurrido en Venezuela, pero sucede que en la coalición que confía en ganar las elecciones por un margen escandaloso hay grupos que insisten en que el reemplazo del gobierno de Mauricio Macri, a su juicio el responsable exclusivo del desastre, por uno “popular” sería de por sí suficiente como para eliminar el peligro de un colapso generalizado.

Hablan en contra del “monetarismo” obsesivo de quienes manejan la economía; algunos opinan que inyectarle mucho más dinero le daría el dinamismo que precisa para ponerse en movimiento.

Si bien por motivos electoralistas es reacio a decirlo con claridad, parecería que Alberto Fernández entiende que se ha agotado por completo la reserva de soluciones facilistas que desde hace muchas décadas han aprovechado políticos de todos los pelajes para hostigar al gobierno de turno y que por lo tanto no le quedará más opción que la de emprender un ajuste que no podrá sino tener un impacto doloroso en una sociedad ya herida.

Será por tal motivo que el candidato presidencial del Frente de Todos está tratando de persuadir a sindicalistas, empresarios, clérigos y, desde luego, políticos de su propio “espacio” y de otros de la necesidad urgente de cerrar filas en apoyo de un plan realista para que, una vez en la Casa Rosada, cuente con el apoyo suficiente como para permitirle aplicar un programa similar a los que, andando el tiempo, en otras latitudes produjeron resultados positivos.

¿Lo conseguirá? Hay que dudarlo. Al responsabilizar a Macri por casi todas las muchas deficiencias de la maltrecha economía nacional, Alberto ha brindado a sus adherentes kirchneristas coyunturales motivos para suponer que, en verdad, la situación dista de ser tan terrible como sugieren las estadísticas, porque a un nuevo gobierno le sería relativamente sencillo corregir las distorsiones más evidentes.

Después de todo, dicen los kirchneristas, si el estado de la economía en diciembre de 2015 era promisorio y lo de la herencia maldita nada más que una fábula neoliberal, solo se trataría de reparar los daños provocados por los macristas y reanudar el trabajo de Cristina.


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