La globalización: un dilema inexistente
Por Carlos R. Gotlip (*) (Especial para "Río Negro")
La globalización es un proceso que ha alterado las relaciones de los países y de los individuos. Es evidente que su presencia es constante en nuestra vida diaria. También nos resulta frecuente escuchar a políticos e incluso a funcionarios y gobernantes aludiendo a que la causa de nuestros males radica en la «maldita globalización». En el presente artículo nos proponemos desmitificar este lugar común.
Este fenómeno universal nace y se desarrolla de la mano de las comunicaciones y el transporte que permiten una interacción de relaciones económicas, sociales y/o políticas, sin interesar las distancias o el lugar donde se encuentren los interlocutores. Merece un comentario el proceso de desarrollo tecnológico que se ha producido en la cibernética y las comunicaciones que posibilitan una transmisión de voz, imagen y datos con costos decrecientes y mínimos, facilitando un tráfico interactivo relacional de magnitudes totalmente desconocidas tan sólo una década atrás, fundamentalmente al haberse acoplado a las comunicaciones la computación y su expresión más común, la PC (conjunción llamada «telemática»). Pero no solamente al área de las comunicaciones se restringe la globalización. Sus características pueden ser analizadas desde distintos planos: político, social, cultural y económico.
Si bien este tema ha sido estudiado con profundidad por sociólogos, economistas, filósofos y pensadores, es nuestro humilde propósito elaborar algunas ideas al respecto que contribuyan a reflexionar sobre el nuevo mundo que ya empezamos a transitar, no dudando en afirmar que recién se encuentra en sus comienzos.
Aspecto político: es ya un hecho que las fronteras entre países tienden a ser más difusas, existe una pérdida creciente del poder de los gobiernos centrales en beneficio del poder municipal por estar más cerca de las necesidades de la gente. El concepto de soberanía se está redefiniendo al cambiar los ejes de las decisiones políticas ya globalizadas. Por otro lado, este proceso de globalización que responde a un desarrollo totalmente espontáneo, impulsado por millones de voluntades, produce una fragmentación e interdependencia del poder de decisión de los gobiernos.
Un ejemplo concreto de interdependencia resulta el de las crisis financieras ocurridas en distintas partes del mundo y sus repercusiones en los países más débiles del tramado de interdependencia del conjunto.
Así, el nuevo concepto de soberanía necesariamente restringe el poder de los gobiernos, quienes deben esmerarse en «hacer los deberes» que dictan las instituciones financieras internacionales, para hacer más confiable al país respecto del flujo de capitales (tal como veremos cuando analicemos el aspecto económico) y de esa manera poder alcanzar el grado de «elegible». La confiabilidad significa que las políticas y formas de organización social del Estado se tornan creíbles ante los ojos de los demás.
Aspecto social: otra característica de la globalización es la aparición de una nueva forma de exclusión social. Todos aquellos que no participan del proceso de globalización son los nuevos excluidos sociales. Creemos firmemente que la única posibilidad que tiene un país de afrontar sus problemas de exclusión es apostando a la educación y capacitación. La responsabilidad de lograr acrecentar el nivel educativo es tanto del gobierno como del mismo individuo, quien lejos del círculo demagógico y paternalista debe tomar conciencia y asumir su grado de responsabilidad acompañando el esfuerzo del gobierno y de toda la sociedad.
Aspecto cultural: uno puede sentirse seducido a afirmar el fin de la identidad nacional. Sin embargo, pensamos que la globalización y la identidad nacional no son conceptos antagónicos o excluyentes mutuamente. Al contrario, son complementarios, siendo responsabilidad de todos los ciudadanos promover, inculcar, difundir los elementos constitutivos de nuestra identidad en lugar de consentir una actitud pasiva que borre los signos de la nacionalidad.
Aspecto económico: es quizás en este plano donde son más visibles los cambios. El capital, que tiene existencia virtual, se desplaza a la velocidad de las comunicaciones, casi sin restricciones espaciales, debilitando el poder del gobierno nacional. Sin embargo, sobre este aspecto apreciamos un fuerte optimismo porque concomitantemente disminuye la posibilidad del ensayo de políticas demagógicas y/o distribucionistas, en las que a veces los gobiernos se ven tentados. Esta situación, que parecería estar fuera de control y dentro de un gran desorden, es absolutamente democrática en un nivel global porque implica que las decisiones en materia de imposición del capital disponible están a cargo de millones de personas de distintos lugares del mundo. Por otro lado, esta movilidad se ve acompañada por una circulación de bienes y servicios que atraviesan los distintos territorios, donde las fronteras legales de los países se van diluyendo. En este contexto, los gobiernos nacionales deben favorecer la libre circulación de los flujos reales porque quieren aumentar la competitividad que está ligada a un contexto de apertura, liberalización, desregularización y privatización de los servicios públicos. Por último citaremos el requisito de la estabilidad económica y política como esenciales. Caso contrario, se suceden restricciones en los flujos de capital (préstamos, emisiones, inversiones, alianzas).
Consecuentemente, el comercio internacional se ha incrementado notablemente en la última década, contribuyendo al crecimiento de los países que participan de este proceso de globalización donde los mercados se han integrado. Sin embargo, debe destacarse que las desigualdades sociales se han acentuado y la distribución de la riqueza se ha concentrado en algunos focos.
Si bien a los efectos metodológicos hemos dividido los distintos planos o aspectos de un mismo fenómeno, la globalización es un único proceso. Pero de ninguna manera debemos considerarla como un hecho autoritario. La realidad que nos toca vivir en este siglo nos muestra las tendencias que hemos señalado, en que los gobiernos absolutos, categóricos o hegemónicos dejan lugar a procesos, interacciones, interdependencias que serán los nuevos ejes por donde transitará el mundo. Es decir, aunque la globalización es ya nuestra realidad más inmediata, sería ingenuo creer que nos vemos sometidos a dichos procesos globales. Es cierto que los Estados caen bajo la red de la globalización y se ven condicionados en sus políticas públicas. También es innegable que la sociedad civil se ve expuesta a cambios constantes y a ofertas ilimitadas, pero todo esto requiere prácticas activas y decisiones responsables tanto por parte de los gobernantes como de los ciudadanos.
Por lo tanto, en este nuevo campo de juego con reglas contundentes sólo nos resta adherirnos por encima de la valoración que hagamos. Pero esta adhesión no implica necesariamente pasividad o sometimiento. La globalización adquiere sentido en relación con el uso de que de ella realicemos cada uno y en conjunto.
(*) Presidente de ACIPAN
La globalización es un proceso que ha alterado las relaciones de los países y de los individuos. Es evidente que su presencia es constante en nuestra vida diaria. También nos resulta frecuente escuchar a políticos e incluso a funcionarios y gobernantes aludiendo a que la causa de nuestros males radica en la "maldita globalización". En el presente artículo nos proponemos desmitificar este lugar común.
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