Cuando no todo es como parece
Algunas des
Paola Suárez y el seleccionado de fútbol obligarán a revisar vie-jos lugares comunes en la polémica sobre deportistas profesionales vs. deportistas amateurs. Pero no por las medallas que ganaron en Atenas 2004. Sino por la actitud que exhibieron en los Juegos Olímpicos.
El exitoso tenis masculino, es cierto, se golpeó patrióticamente el pecho anunciando que lucharía por una medalla en Atenas. Pero no planificó su preparación a tono con esa proclama y terminó envidiando el éxito chileno. Paola Suárez, millonaria y número uno mundial en el dobles, ofreció un perfil distinto.
Paola, se sabe, es hija de un humilde cuidador de unas canchas de Pergamino en las que ella, sólo cuando se podía, recibía clases gratis de generosos profesores, que la fueron convirtiendo en un talento. Pero pocos saben que ese padre debía serruchar viejas raquetas de madera para adaptarlas a sus pequeñas manos. Y menos aún se sabe que en 1994 sus patrones la mandaron al Lipton de Miami con apenas 150 dólares en el bolsillo y la obligaron a jugar, aún lesionada en su mano derecha. Paola se vio obligada a competir porque los patrones no le mandaron más dinero que le habían prometido y tenía que pagar el hotel. Debió pedirle entonces a su rival, la belga Dominique Van Roost, que por favor le jugara despacio, para no agravar la lesión. Se trata sólo de uno de los tantos momentos desconocidos en la vida de una tenista hoy exitosa, pero que en 1995, con apenas 18 años, viajó sola y sin dinero a Roland Garros con la convicción de que, ya rendida y sin dinero, jugaría tal vez su último partido como profesional. Le ganó a Mary Jo Fernández y su vida cambió.
Orígenes similares seguramente podrían contar muchos de los futbolistas de la selección de Marcelo Bielsa, hoy cracks acostumbrados a hoteles cinco estrellas. Dio placer un artículo reciente del diario madrileño El País contando de qué modo eso cracks vivieron como «alegres colegiales» en la Villa Olímpica, junto con el resto de los atletas, ordenando ropa, haciéndose camas, buscando su comida y rompiendo el mito de las concentraciones cerradas del fútbol. «Ninguno de los que equipos que han acudido a los Juegos acumula más jugadores con vida profesional que el argentino. Sin embargo, se han presentado con espíritu amateur. Si ganan la medalla de oro, cobrarán una prima, pero piensan donarla para fines benéficos», decía El País al destacar la actitud de la selección.
El tenis individualista y el fút-bol ostentoso se ganaron más de una vez justas críticas en Argentina. Pero las actitudes de Paola y de la selección muestran que no siempre todo tiene por qué seguir igual. Que el elogiado «espíritu amateur» no es exclusivo del deportista amateur, sino del deportista a secas. ¿O acaso no se filtran también historias de deportistas a-mateurs argentinos que fueron a Atenas después de aplastar rivales, presionar jurados y hasta pagarle el viaje a adversarios extranjeros para competir con ellos, subir sus puntos y mantener lo que para ellos sí pasaría a ser «el curro olímpico»? Esas también son historias desconocidas, tapadas por el discurso del esfuerzo y el sacrificio. Es un discurso que, seguramente, le cabe a la mayoría de los atletas argentinos que fueron a Atenas. Pero que, igual que el caso de los deportistas superprofesionales, también tiene sus excepciones.
Ezequiel Fernández Moores
Paola Suárez y el seleccionado de fútbol obligarán a revisar vie-jos lugares comunes en la polémica sobre deportistas profesionales vs. deportistas amateurs. Pero no por las medallas que ganaron en Atenas 2004. Sino por la actitud que exhibieron en los Juegos Olímpicos.
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