Ya son dos

Los mismo que otras entidades «monolíticamente unidas» como el Ejército de los tiempos golpistas y el primer movimiento peronista, la CGT es fisípara por naturaleza, motivo por el cual la ruptura ocasionada por la intransigencia del camionero Hugo Moyano sólo sirvió para restaurar la normalidad. Aunque esta escisión pareció molestar sobremanera a otra institución corporativa, la Iglesia Católica, la que por razones que en vista de la historia del país son difíciles de entender afirmó considerar que la unidad sindical beneficiaría a los trabajadores, no hay por qué creer que incida de forma negativa en la vida el país. Por el contrario, de resultar permanente este cisma y de producirse otros, los sindicalistas tendrían que reconocer que los representantes de los «obreros», lo mismo que de los demás ciudadanos, son los políticos elegidos para desempeñar este papel, no los caciques de una oligarquía autoseleccionada cuyas pretensiones siempre han sido incompatibles con el pleno funcionamiento del sistema democrático.

Como es notorio, la «unidad sindical», la cual está consagrada legalmente, es un concepto corporativo heredado de la Italia fascista cuya legislación en la materia mereció la aprobación entusiasta de Juan Domingo Perón. Conforme a este esquema, el sindicalismo, la industria, la Iglesia Católica, las fuerzas armadas, etc, tendrían cada uno su representante formal y juntos estos sectores «concertarían» las grandes políticas nacionales. Si bien el sistema intrínsecamente reaccionario así supuesto nunca funcionó tal como habían imaginado sus teóricos, las ilusiones que generó contribuyeron mucho a retrasar la evolución del país, impidiéndole participar en los «treinta años gloriosos» de expansión económica que siguieron a la Segunda Guerra Mundial y dificultando los esfuerzos no muy vigorosos por adaptarse a las exigencias del nuevo orden «globalizado».

Por eso, convendría a todos, exceptuando a los individuos que por ser «representantes sectoriales» han podido disfrutar de cierta influencia, que el gobierno reconociera que «los obreros» no constituyen una masa homogénea sino millones de individuos con aspiraciones a menudo distintas que deberían poder elegir con libertad tanto su sindicato como su obra social, sin que el Estado, a través de un conjunto de reglas legales complicadas, privilegiara a entidades sindicales determinadas en desmedro de otras. Si por algún motivo todos «los obreros» optaran por tener una CGT monolíticamente unida, tendrían el derecho a recrearla, pero no existe motivo alguno para pensar que podrían elegir dicha alternativa. Antes bien, de no darse el elemento de coerción supuesto por el apego de tanto políticos y otros al «ideal» de una central obrera única, el sindicalismo pronto se fragmentaría en mil pedazos.

Por razones más principistas que lógicas, muchos suponen que la desintegración del movimiento sindical sería un desastre sin atenuantes que dejaría a los trabajadores indefensos frente a los empresarios, los cuales, demás está decirlo, raramente se destacan por su generosidad. Sin embargo, sería asombroso que la liberalización sindical tuviera peores consecuencias que las producidas por el esquema hipotéticamente vigente. Aunque la CGT ha servido para dotar a sus líderes de mucho poder y les ha brindado un sinfín de oportunidades, no ha beneficiado en absoluto ni a los obreros sindicalizados ni a los millones que han quedado fuera del sistema. ¿Es una casualidad que, en el contexto de una cultura decididamente corporativa en el que el sindicalismo argentino ha tenido el poder suficiente como para destruir gobiernos, los obreros argentinos hayan perdido más terreno que los de cualquier otro país occidental? Claro que no: unida o dividida, la CGT, al aferrarse a un «modelo» que ya estaba desactualizado en 1946, ha constituido una inmensa barrera contra los cambios que en otras latitudes permitieron que los trabajadores gozaran de un nivel de vida llamativamente superior a aquella de todos sus homólogos argentinos salvo – es innecesario decirlo -, los dirigentes sindicales mismos.


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